Los surcos del tiempo que se dibujan en el rostro arrugado de María Sara Rodríguez Galindo de 76 años, guardan años de espera, de incertidumbre y de dolor, cuando hace años vio partir a sus hijos hacia Estados Unidos en busca del llamado "Sueño Americano".
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Hoy, las lágrimas no son de tristeza, sino de emoción, ya que aguarda el momento en que gracias al programa 'A del Gobierno de Durango, pueda abordar el avión que la llevará desde Durango hasta Dallas, Texas.
María Sara tiene aún mucho amor que dar, el amor de una madre en un abrazo contenido a sus hijos después de 30 años de no verlos, y el de una abuela que quiere conocer a sus más de 14 nietos para contarles esas historias que le hicieron formar su familia y salir adelante en su querido Durango.
PARTIDA
Guatimapé es el pueblo de María Sara y pertenece al municipio de Nuevo Ideal, Durango, a mil 970 metros de altitud sobre el nivel del mar y con una población que apenas supera los mil habitantes.
Ahí fue donde nació ella y su familia, recuenta a unos minutos de subir al avión de Volaris rumbo a Dallas, Texas que la llevará a ver a sus hijos.
Su viaje será de aproximadamente hora y media entre Durango y la próspera Dallas, Texas.
Según cuenta María Sara, no hay día en que no cuente las horas por volver a ver a sus pequeños hijos.
En promedio un año llega a tener 8 mil 760 horas, por lo que multiplicado por treinta años, ha esperado 262 mil 800 horas de su vida para volver a ver a su familia, que hoy ya tiene varios nietos en su haber.
Lanza un profundo suspiro:
“He pasado este tiempo con sufrimientos, lágrimas, sin dormir, pensando en lo que les pudiera pasar, dónde estarán, quién les abriría la puerta para que les dieran un vaso de agua y mire Dios me concedió ésto, y le doy gracias a Dios que voy a verlos”.
Previamente, María Sara ya había tenido comunicación con su familia en Texas, al igual que ella están ansiosos por el encuentro, sus cuatro hijos y sus nietecitos quieren besarla y abrazarla.
Eso le ilusiona, aunque no los verá a todos juntos.
“Yo le voy a ser sincera. Yo fui una mujer sola y como pude saqué a mis hijos adelante y ahora ellos están viendo por mí, yo trabajaba arrancando frijol, pizcando manzana, lavando, planchando, haciendo tortillas ajenas, cuidar niños ajenos. Y hoy me siento muy orgullosa de tener a esos hijos que los saqué adelante como pude. Para mi son hijos buenos”.
Desde su casita en Guatimapé, en 30 años viviendo sin sus hijos la soledad fue su peor compañía.
Murió su madre, murió su padre, “me quedé solita, ellos se fueron y al tiempo me junté con un señor y hasta la fecha me ha salido muy bueno, me junté por una soledad, una enfermedad, para no estar yo sola y ha sido mi apoyo, estará bien o estará mal”.
Mostrando su orgullo y la dicha de ofrecer a sus hijos sus brazos fuertes para poder abrazar también a sus nietos y sus labios sanos para poder darles todos los besos que se ha guardado, pues como ella misma dice: “Una madre nunca se cansa de esperar y gracias a Dios hoy se me da esta oportunidad”, concluyó.