María del Carmen Montalvo Itehua no recuerda cuántos nacimientos ha atendido, a cuántos bebés ha traído al mundo; a sus 60 años, la partera tradicional de la Sierra de Zongolica piensa en algunas de los cientos de mujeres embarazadas a las que asistió.
El rebozo y la faja amarrada en su cintura, no son sólo parte de su vestimenta tradicional, sino del equipo e instrumental que utiliza para atender a sus pacientes.
Los partos que ahora asiste son cada vez menos; le llegan, sin embargo, más casos de mujeres que al asistir al hospital son víctimas de violencia obstétrica y racismo.
Natalia de Marini, antropóloga del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas), manifestó que una de las violencias que más se da en las zonas indígenas, tienen que ver con la obstétrica y con el racismo que viven las mujeres en los espacios de salud.
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Esa violencia se ha reportado en muchas regiones indígenas, y muchas veces se da porque no hay intérpretes en los espacios de salud y no se da la comunicación adecuada.
La mujer no es consultada o es víctima de racismo en los espacios de salud.
“Lamentablemente no hay datos estadísticos que se construyan permanentemente en regiones indígenas en relación con la salud, hay una encuesta que se hizo en 2008 y después de esa encuesta nacional en 25 regiones indígenas no hubo otra encuesta de esa magnitud, pero sí ha habido estudios que cuentan cómo las mujeres indígenas enfrentan una forma de violencia muy particular en los espacios de salud como es la violencia obstétrica, que en el caso de Veracruz si fue interpretada como una violencia de género en el código procesal penal”.
Insertan DIU sin consentimiento
María del Carmen Montalvo es originaria de Astacinga. En la misma sierra de Zongolica se casó y se quedó a vivir en Tequila, en el barrio de Santa Cruz.
Desde los 15 años atiende a mujeres indígenas, que como ella, no tenían acceso al hospital, por la lejanía de los mismos y la falta de recursos económicos para pagarle a un profesional médico.
A lo largo de 45 años, María del Carmen ha atendido partos de niñas de 13 años hasta mujeres de más de 40; algunas llegan a parir más de media docena de veces.
Ahora lo que más atiende suelen ser parturientas con infecciones, muchas de ellas víctimas de violencia obstétrica, a quienes, sin preguntarles, en el hospital en que parieron les pusieron un dispositivo intrauterino (DIU) durante la atención médica, o les hicieron una episiotomía, sin tomar en cuenta que, en lo alto de la sierra, en las comunidades más apartadas y marginadas de Veracruz, la higiene no es prioridad cuando no existe ni red de agua potable.
También atiende a mujeres que durante la menopausia sufren de bochornos, depresión, y diversos problemas que trae esta etapa.
Hoy ayuda a pasar mejor la menopausia, a las mismas mujeres que en el pasado asistió al parir a sus hijos.
El rostro de María del Carmen se ilumina cuando narra las dificultades que ha tenido que enfrentar para evitar que una parturienta y su bebé mueran.
Una hoja de afeitar, instrumento de parto
Como en medio de la nada, en las madrugadas iluminadas sólo por las estrellas en la Sierra de Zongolica, ha tenido que emplear las habilidades aprendidas con la práctica para lograr salvar la vida de la parturienta y su hijo.
“Aquí tengo que salvar vida, no importa cómo sea”, dice la partera cuando habla de un caso que tuvo que atender de último momento porque la mujer iba a un hospital, pero no alcanzó a llegar.
Una hoja de afeitar se convirtió en su instrumento para cortar el cordón umbilical; su suéter en el cobertor del ser que trajo al mundo, y su reboso en parte de la improvisada camilla.
“En mi caso, cuando llegan por ejemplo en las noches, a las 3:00 de la mañana me buscan para atender un parto, porque si es viernes o sábado por la noche, no hay médico en el centro de salud”, menos lo hay si es domingo.
Van a su casa a buscarla y acude a ver a las embarazadas, porque ella atiende a domicilio.
“Hace tres años atendí un parto en el camino, eso sí fue un poco complicado, yo no sabía si iba a atender un parto, a mí me llaman para ir a ver una señora nada más y en eso que voy y resulta que lo encuentro en el camino y me dice sabe que, voy a tener un bebé, me siento muy mal, yo no aguanto a caminar, mi esposo lo mandé por el taxi pero no hay llegado el taxi, revísame por favor”.
Pidió a una vecina de la comunidad -a quien atendió en un parto- un costal, pues en el camino hay muchas hormigas; allí checa a la parturienta, quien ya se desangraba y había roto la fuente. El bebé ya estaba abajo, cerca de nacer.
La partera tomó el suéter que traía puesto y en el mismo envolvió al recién nacido. Llegó el padre del bebé y lo mandó por alcohol y una hoja de afeitar a una tienda, con la que cortó el cordón umbilical.
Esperó a que saliera la placenta completa, se quitó su faja de la cintura y apretó bien el estómago para ello.
Una vez que salió la placenta, con una sábana que consiguió y tres rebozos -el de ella y los de otra vecina- improvisó una camilla en la que entre seis hombres, llevaron a su casa a la recién parida.
“Todo bien salió, hice el ritual de la placenta que se lleva a enterrar a la casa y eso para mí fue maravilloso, salvar dos vidas, como partera sí me sentí en un momento dije, aquí tengo que salvar vidas no importa cómo sea, y esa fuerza tuve y le dije a la madre que tuviera mucho valor, no va a pasar nada”, explicó.
La atención de partos es esporádica ahora, es más común que le lleguen más mujeres que fueron atendidas en el hospital, pero se infectaron.
“Regresan del hospital con problemas, les hacen cesáreas y se llegan a infectar, hay violencia obstétrica, no les preguntan y les ponen el DIU; les hace daño, se infectan después del parto o cesárea que le hacen, o los cortes de episiotomía”.
Ella les hace lavados para desinfectar, les exprime y quita la pus, y les aplica hierbas medicinales que utilizaron sus ancestros para que las heridas sanen.
Los partos de menores son frecuentes en la zona indígena del centro de Veracruz.
A veces son niñas de 13 o 14 años que se embarazan del novio o el marido, que están enamoradas; pero muchas otras son víctimas de abuso y en ocasiones, resultado de relaciones no consensuadas por ellas, pero sí por la familia, los famosos matrimonios arreglados.
El riesgo de las menores al parir tan pequeñas es mayor, pero ha tenido la fortuna de atender a muchas de ellas y han salido bien.
La atención de un parto en la manera tradicional dista mucho del que reciben las embarazadas en los hospitales, comenzando por el idioma, pero sobre todo porque la partera no la esterilizará sin consentimiento.
DMZ