Al medio día del primero de enero la temperatura al sur de Brooklyn, que rondaba los dos grados con sensación térmica de menos tres, obligaba a cualquiera a usar gorra, guantes y chamarra invernal. Sin embargo, no para los integrantes del club de Los Osos Polares de Coney Island que, como cada año desde 1903, se reunieron esta mañana para enfrentar un reto inusual.
Los Osos Polares se sumergieron en las aguas del Océano Atlántico que, sobre todo en esa época del año, es similar a meterse a una tina con hielos. El Primero de enero es el único día del invierno que esta famosa playa aparece abarrotada. Pues a los participantes a la fiesta, se unen familiares y cientos de curiosos que acuden a ver si alguno de los valientes sufre ataques de hipotermia.
Esta tradición la inició hace 116 años el fisicoculturista Benarr MacFadden, quien creía que darse un chapuzón en las aguas heladas le brindaría estamina a su sistema inmunológico. Más de un siglo después son poco más de mil los que se inscribieron a la versión del 2020 como parte de un reto personal, pero también en un intento por continuar la fiesta del 31 de diciembre, que en Nueva York suele ser una de las más celebres del planeta.
Las actividades inician desde las diez de la mañana con el registro de los participantes, a quienes se les sugiere ingresar una pequeña cuota cuyo saldo va a parar a actividades benéficas, aunque no es obligatorio dar pago alguno. Y luego la atención se traslada hacia el famoso malecón, donde participantes y curiosos comienzan a calentar para afrontar al reto, ya sea con ejercicios o con algún licor de los muchos que circulan entre la multitud.
A partir de la una de la tarde se van juntando grupos de entre 100 a 150 osos polares en la línea de salida. Antes de que inicie la batucada, que calienta un poco a los participantes, una pequeña orquesta de viento de seis elementos, al mando de un oso polar, son los primeros que se meten al mar, sin dejar de tocar como músicos del Titanic. Entonces si arranca la batucada local, la cual forman sólo mujeres, y ya luego el banderazo para que el primer grupo surque las finas arenas hacia su destino.
Los gritos tanto de los mirones, como de los que ingresan a las heladas aguas del Atlántico, serán la constante en la siguiente hora. “¡Duele!”, gritan algunos. “¡Oh, my God, Oh my God!” dice en automático la mayoría. En un somero recuento son más las mujeres participantes. Llegan en grupos de tres, seis o hasta diez. También son las que más tiempo permanecen en la prueba.
Pocos son los que se sumergen completamente y la mayoría si acaso se moja hasta la cintura. El tiempo promedio de inmersión en esta agua como con hielos es de 30 segundos. Algunos entran y salen, mientras unos pocos superan los dos minutos. Eso lo saben los organizadores que dan unos pocos minutos para que la concentración baje en las aguas cercanas a la playa, para dar el anunció al siguiente grupo. Así hasta que todos los inscritos se acaban.
Las reglas que repite el maestro de ceremonia son muy claras. Salir en cuanto sientan algún dolor o asfixia. Las ventajas de este baño de agua fría se supone que son aun mayores: mejora la circulación, reduce el estrés y generan endorfinas. Aunque el rango de edad más concurrente es de personas de entre 20 a 30, hay muchos niños, y personas de la tercera edad. Y aunque algunos eligen ir a la cita con algún disfraz, la mayoría decide vestir su traje de baño predilecto.
De manera alterna, hay muchos que no alcanzaron a inscribirse y que simplemente llegan a la playa se despojan de la ropa y ensayan ese chapuzón que nunca olvidarán y siempre presumirán. “Es increíble, te sientes poderosa, todos los deberían de hacer alguna vez”, me dice Tanya, una brooklyniana, que luego de salir del mar, ya tiene puesta su pijama de una sola pieza y baila con una botella de vino espumoso en una mano, y una copa en la otra. Que no pare la fiesta.
“Yo tengo 15 años que lo hago con mi marido, se trata de ayudar a la caridad”, apunta por su parte otra puertorriqueña, nacida en el Bronx, que no deja de sonreír pues me dice que se siente “muy viva”.
La 116 edición del baño de los osos polares termina una hora y media después. Resabios de fiesta permanecen en el malecón. A final de cuentas esta vez el clima fue benévolo con el festejo. Hay veces que el año ha comenzado con temperaturas que rondan los menos diez grados.
Pero ni siquiera en esas ocasiones la tradición se ha suspendido.
RLO