El Premio Pritzker es el mayor honor que un arquitecto puede recibir, pues reconoce su talento en este arte. Y es el caso del galardonado de este año, el arquitecto Alejandro Aravena, quien practica la arquitectura como un esfuerzo artístico, además de ser un profesional socialmente comprometido, innovador e inspirador. Alejandro se enfoca en mostrar cómo una buena arquitectura es capaz de mejorar la vida de quien la habita, utiliza o frecuenta.
Como el propio Aravena lo ha declarado, “en la arquitectura hay que preocuparse también de los problemas de la gente”. Muestra de esta preocupación, que ha marcado su trabajo, son los diversos proyectos de vivienda social que ha diseñado. En algunos el chileno ha aplicado lo que él llama “construcción incremental”: construcción solo de la mitad de la vivienda para que, en la medida de sus posibilidades o necesidades, el usuario la complete.
Estas obras han representado, para cierto sector, la oportunidad de contar con viviendas capaces de enfrentar los efectos de posibles desastres naturales o reducir el consumo energético, además de contar con suficientes espacios públicos.
En cuatro de estos proyectos –uno de ellos localizado en Monterrey– el chileno ha querido ir un paso más allá liberando el uso de sus diseños para que instituciones públicas o privadas, o aún cualquier profesionista, puedan utilizar sus planos y detalles constructivos.
Para Aravena es fundamental que el arquitecto entienda que los problemas de los que su profesión tiene que ocuparse están vinculados con la sociedad. En su quehacer arquitectónico tendrá que conocer los lenguajes de la economía, antropología y sociología a fin de traducirlos en las obras que se le encomiendan.
A ello hay que sumar la valiosa participación de los ciudadanos. En su opinión, son ellos los que definen con mayor precisión cuáles son las cuestiones a resolver para posteriormente darles la respuesta adecuada.
Una de las obras más representativas de esta arquitectura participativa es la reconstrucción de Constitución.
En 2010 la ciudad chilena fue arrasada por un terremoto y tsunami. Un proceso de participación ciudadana les permitió ver que, aunque era imperativo proteger la zona del impacto de un futuro tsunami, era aún más urgente solucionar el problema de inundaciones por lluvia que año con año se presentaba. Un bosque entre el mar y la ciudad, capaz de resistir y aminorar la fuerza de la naturaleza y proporcionar un mayor espacio público, fue la solución.
Alejandro Aravena seguirá comprometido con la sociedad, atento a su voz para plasmarla y darle forma en sus obras.