En el verano de 2011, fui a los Alpes e hice una escala de una noche en Frantze, un pequeño hotel en el pueblo italiano de Champoluc. Era un lugar de ensueño, un antiguo granero de madera construido en 1721.
En el piso de arriba, los pajares se transformaron en nueve hermosas habitaciones. En la planta baja, el establo con paredes de piedra es un excelente restaurante. Después de la cena, observé el alpenglow (un fenómeno óptico en el que se observa una banda roja en el horizonte opuesto al sol) en el Matterhorn, el icónico pico que se extiende a lo largo de la frontera suiza.
La mañana amaneció brillante y despejada, y temprano me dirigí hacia Zermatt, uno de los complejos más famosos de los Alpes, justo sobre la alta cordillera que se forma por el flanco sur del Matterhorn, 21 kilómetros en línea recta. “Desearía poder ir con usted”, dijo Francesca Becquet, la propietaria de Frantze, de 31 años, cuando nos separamos. “Nunca he ido a Zermatt”.
Zermatt tiene un casino, más de 50 hoteles de cuatro o cinco estrellas y tiendas de lujo. Los turistas vienen a viajar en sus ferrocarriles de montaña y sus carruajes forrados de piel desde hace 120 años. En la actualidad, recibe más visitantes que en cualquier otro lugar del país, excepto Ginebra y Zurich.
Por su parte, Champoluc, tiene dos carnicerías, una panadería y una pizzería bastante buena. La principal noticia en años recientes fue la apertura, en 2014, de su primera piscina. Zermatt tiene alrededor de 14,000 camas para turistas y 5,500 residentes; Champoluc no puede manejar un décimo de ninguno de los dos.
Y, sin embargo, pronto estas dos comunidades dispares podrían unirse. Hay planes para instalar dos nuevos teleféricos que unan las áreas de esquí de las dos estaciones. De hecho, hay más: Zermatt ya está conectada a Cervinia; Champoluc a Gressoney y Alagna, los pueblos en los siguientes dos valles al este. Los nuevos teleféricos crearían una vasta área de esquí contigua, con más de 540 km de pistas, la segunda más grande del mundo después de la francesa Trois Vallées. Y el pequeño Champoluc quedaría justo en medio.
Francesca había tenido un bebé y todavía no había ido a Zermatt. “Como todos los grandes cambios, hay algo de entusiasmo y un poco de temor”, me dijo (sobre los teleféricos, no sobre el bebé). “A quienes vienen a Champoluc les gusta que las personas en los cafés las reconozcan de un año al siguiente. Es tranquilo, no hay filas, hay una verdadera vida de pueblo”.
Champoluc no es bonita como algunas estaciones suizas, el centro es una mezcla de lo antiguo y lo nuevo, pero los controles estrictos en las segundas casas mantienen bajo control los edificios de departamentos, y la sensación de la vida del pueblo es seductor. “En una estación grande en Francia, te sientes como una cartera andante”, dijo Ivan Munari, quien dirige la tienda de esquís Tako. “Aquí, si vas a un restaurante, no encuentras empleados de temporada, sino al dueño y él quiere que vuelvas con tus amigos”.
Nos hospedamos con Inghams –uno de los pocos operadores turísticos internacionales que llegaron al pueblo– en el Hotel Champoluc, donde las habitaciones son grandes, la comida es buena y la ubicación es inmejorable, justo al lado de la pista y el principal teleférico a la cima. Abajo, en la parte más antigua del pueblo, me detuve en el Hotel Castor, de propiedad familiar desde 1900 y lleno de ambiente.
Detrás del bar, conocí a Herman Buchan, un británico que se casó con la bisnieta de los fundadores, quien es consejero y presidente de la asociación local de hoteleros cuando se formó el plan para la nueva conexión de teleférico. Champoluc estará en el corazón de la historia más importante de la industria del esquí en años. Pero algunos todavía se preguntan si más teleféricos significan un mejor esquí.
Para la segunda noche había tanta nieve que se tuvo que evacuar temporalmente parte del antiguo pueblo debido al riesgo de avalancha. La conexión a Gressoney estaba cerrada y, a mitad de semana, solo quedaba un teleférico abierto. Y, sin embargo, el esquí era glorioso, la nieve era abundante y casi no había nadie con quien compartirlo.
Tal vez en el esquí hay dos paradigmas perfectos pero contrarios: o necesitas un área enorme y alta, con teleféricos modernos y una estación de esquí con todos los servicios, o un pueblo tranquilo compartido con unos cuantos más para pelear por las primeras pistas. Champoluc solo necesita decidir si está listo para cambiar uno por el otro.