Felicidad suiza

Parte 2 de 2

Armamos la búsqueda de Heidi en los Alpes, y esto fue lo que pasó.

El glaciar Ferpècle (Cortesía).
Tom Robbins
Ciudad de México /

Lee la primera parte del texto aquí.

Nos alojamos por encima de Les Haudères, al borde de una aldea llamada La Forclaz, en Mayen à Madeleine. (Un mayen, después supimos, es una granja que se construye en la ladera, a la que los trabajadores se mudan en mayo cuando llevaban ganado a pastar en las altas praderas). 

Era finales del verano y cuando conducíamos hacia La Forclaz pasamos junto a los granjeros que llevaban el heno, juntaban las hojas a mano en lugar de con máquinas. Nos detuvimos en la única y diminuta tienda de la aldea, donde un letrero escrito a mano ofrecía acelga, hinojo y betabel de los jardines de los aldeanos.

La Forclaz (Cortesía).

Nuestra cabaña no era fácil de ver: su exterior de alerce ennegrecido por el sol era difícil de distinguir de las otras construcciones agrícolas antiguas, todos ellas apoyadas sobre pequeños zancos de granito en forma de hongo diseñados para mantener fuera a los ratones. 

Me las arreglé para chocar el auto de alquiler mientras daba una vuelta de 25 puntos en un camino estrecho cuando nos dimos cuenta de que nos habíamos pasado, pero ni siquiera eso nos quitó la alegría cuando finalmente encontramos la cabaña correcta, y abrimos la tosca puerta de madera.

Aunque en el exterior no había cambios, en el interior todo era elegante, moderno y minimalista, el uso del espacio es lo suficientemente eficiente como para tener un efecto Tardis. La planta baja, donde los animales alguna vez vivieron, ahora era una sala y comedor de planta abierta, con piso y paredes de concreto pulido y texturizado, iluminación oculta, sofás vibrantes y una cuidadosa edición de libros de mesa. 

Arriba, a través de una escalera de caracol, había dos pisos completamente cubiertos de pinos sin barnizar y tableros de conglomerado: una actualización hipster en el interior de un chalet tradicional

En el exterior había un hidromasaje, otra vez en madera y alimentado por troncos, que debes cortar tú mismo, usando un hacha que se deja al lado de la puerta. El humo sale de su chimenea mientras lo empapas y observas fijamente los picos gemelos de los Dents de Veisivi.

Dents de Veisivi (Shutterstock).

Es la obra de Olivier Cheseaux, un arquitecto del otro lado del valle del Ródano con una pasión por el patrimonio alpino y el cabello largo que lo hace lucir un poco como Paul Oakenfold en su pompa. Cheseaux se enamoró del Val d’Hérens mientras practicaba parapente aquí, luego comenzó a comprar chozas de montaña que esperaban ser demolidas para convertirse en leña, o en un caso en una caseta de jardín en Ginebra. 

Terminó con seis, las cuales desmanteló y volvió a construir pieza por pieza aquí en el borde de La Forclaz, reinventando los interiores y haciendo su lanzamiento en 2016 bajo el nombre colectivo Anako Lodge. “La recaudación de fondos fue difícil, dos bancos me rechazaron”, me dijo. “Dijeron ‘¿por qué quieres abrir un negocio de turismo en Val d’Hérens, no hay nada de infraestructura turística allí’. Respondí, esa es exactamente la razón”. 

Al otro lado de los Alpes, a la mayoría de los chalets restaurados se les construyeron nuevas ventanas y agregaron balcones, pero Cheseaux resistió esa tentación. En su lugar, hay terrazas ocultas dentro de las estructuras, detrás de los estantes donde se seca el heno o puertas de granero que se pueden abrir cuando se utilizan. En otros lugares, la luz se filtra a través de pequeños huecos en las vigas, que enmarcan viñetas de las enormes vistas que se encuentran más allá.

En el extremo este de Suiza se encuentra el parque temático Heidiland, que cuenta con un zoológico de mascotas, bocinas ocultas que tocan el tema Heidi y una tienda que vende productos decorados con Heidis al estilo anime para los visitantes de Japón y Corea

Heidiland (Cortesía).

El Val d'Hérens, por el contrario, es muy real. En nuestro primer día completo, un domingo, subimos para ver la punta del glaciar Ferpècle, pasamos a una familia dando la vuelta, presumiblemente después de la iglesia, en traje nacional completo: el padre con lederhosen (pantalones de cuero), flores en el cabello de los niños. Los enormes cencerros que decoran el bar que se convirtió en tienda general en Les Haudères no son adornos para los turistas, están allí porque son trofeos de las peleas de vacas, que son el deporte más importante del valle.

Aprendimos más sobre eso en nuestro día con Marius, el punto más destacado de nuestro viaje. Las vacas de Hérens son pequeñas pero musculosas y cuando las llevan a las altas praderas comienzan a luchar hasta que se establece a la “reina”, que luego encabeza la manada mientras vagan por las laderas. Las vencedoras cambian de manos por grandes sumas y participan en concursos organizados contra otras de los pueblos y valles vecinos. ¿Cuánto tiempo pasó la familia de Marius en su crianza y cultivando aquí?, pregunté. Él encogió los hombros: “Toujours…”.

Mientras comíamos el queso fundido ahumado y seguimos con un rico tinto Dôle du Valais, nos contó sobre el dialecto que hablan los lugareños -“No aprendí francés hasta que tenía seis años, cuando fui a la escuela”- y la realidad de la agricultura aquí. 

Los agricultores individuales tienen su tierra y sus vacas, pero en verano los animales se reúnen para pastar como una manada, de 120 animales, a través de tierras que se usan de forma colectiva.Es un sistema ancestral, pero de cierta manera esto también es un parque temático. 

Marius estima que 30% de los ingresos de las granjas provienen de la leche, 10% de la carne y el resto de los subsidios estatales, el valor que los suizos le dan a la conservación de estos paisajes y costumbres alpinas es muy alto. “Sin el estado, estaríamos acabados”.

Después del almuerzo nos encontramos con las vacas, dóciles y de ojos grandes, de aspecto inteligente, felices de que las acaricien. Los animales de Marius lo frotaron con la nariz y él susurró en sus oídos. Ya sin Rubelle, Sami era la reina, y ella se mantenía un poco aparte, imperiosa. 

Mi hija y su hermano de un año jugaban en el arroyo, entonces, cuando el sol comenzó a caer detrás de los picos, enviando rayos de luz sobre la cresta alta, era tiempo de volver a bajar. Al día siguiente, dejamos valle y abandonamos la fantasía. Aún así, al menos cuando mi hija esté de vuelta entre las banquetas y los patios de juego del sur de Londres, podrá tener una idea de por qué se llama Heidi.



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