Los hombres de hielo de Alaska

Por tren, hidroavión, lancha, kayak y a pie, así se pueden explorar los espacios silvestres, glaciares y pueblos fantasma del estado 49 de EU.

En Alaska hay alrededor de 100,000 glaciares pero apenas 616 tienen nombre, como el glaciar Aialik en el Parque Nacional de Kenai Fjords.
Matthew Engel
Ciudad de México /

La lancha de turistas se aproximó a una bahía rozando y chocando contra enormes trozos de hielo. Después el capitán apagó las máquinas y nos detuvimos casi por completo, pero no había silencio.

Se escuchaba un ruido que provenía de tierra adentro y era un ruido de guerra. Ya que nos encontrábamos en Alaska, bien podría ser por la temporada de caza, aunque el campo de hielo de Harding no parece ser el lugar ideal para dispararle a los alces o a los osos.

Y algunos de los disparos provenían de un primer plano, del lugar en donde el glaciar Aialik se encontraba con el mar. No era una matanza, solo era un desprendimiento, el rito anual de primavera en el cual el sol hace que los acantilados de hielo caigan y lleguen a las olas para que se puedan volver a cubrir de nieve al año siguiente. Llegamos justo a tiempo; una cueva de hielo que se había formado cerca de la orilla del agua había escogido este preciso instante para comenzar su acto de desaparición.

Existen cerca de 100,000 glaciares en Alaska pero solo 616 de ellos tienen nombre. Casi todos los que están siendo objeto de estudio se están desbaratando, ya sea por una dosis triple de más calor, menos nieve y más lluvia. Y a mí me tocó ver el proceso de cerca. Al día siguiente llovió y escuché la artillería, igual de fuerte tierra adentro, en las faldas de Seward, cerca del letrero con fecha de 1815 que marca la extensión máxima registrada del glaciar Exit.

Cualquiera puede ver un alce, águilas calvas y tal vez un oso desde la plataforma de un tren de Alaska Railroad. Lo tomamos para viajar de Anchorage a Seward, la última estación en el sur y el punto de inicio del Parque Nacional de Kenai Fjords, hogar del glaciar Aialik. Después de nuestras aventuras en hielo por Seward, regresamos a Anchorage para después viajar al último parque, Wrangell-St Elias, que bien podría ser el lugar más grande del mundo.


Algunos simples hechos de Wrangell son increíbles. Se le llama “Pequeña Suiza”, lo que estaría bien si no fuera porque es más grande que Suiza. Con 6,286 metros cuadrados es la propiedad más grande del Servicio de Parques Nacionales, 17 veces más grande que el Parque Nacional de Yosemite.

Hacer un recorrido por el antiguo pueblo de una mina de cobre no me parecía el punto más atractivo del itinerario. Pero Kennecott es una mezcla inigualable de historia y paisaje. Entre la vieja estación de tren y de un glaciar que se derrite, se encuentra lo que se describe como “la estructura de madera más alta de América del Norte”, aunque parece que está punto de caerse por la montaña.


Es imposible estar en Kennecott sin sentirse abrumado por el proyecto y la dureza de las condiciones. Los trabajadores subía a la montaña en “tram”, una especie de teleférico sin cabina; los hombres se aferraban como lapas en temperaturas por debajo de los 4ºC, pero primero tenían que firmar un deslinde de responsabilidad para la compañía.

Tenían sus compensaciones. A unos cuantos kilómetros en el valle en McCarthy había una ciudad que ofrecía diversión, licor y ayuda a los mineros. Durante algún tiempo fue el hogar de mil habitantes, pero cuando cerraron las minas, el número de habitantes se redujo a uno. El lugar nunca murió del todo y ahora ha revivido gracias a la energía de un implacable empresario bostoniano, Neil Darvis.

No solo lleno de vida, de hecho también urbano y amable. Existen algunos debates sobre si el lugar en el que nos hospedamos, Ma Johnson’s, era una casa de huéspedes o el mejor burdel. Ahora es un hotel tradicional de cuarto con desayuno y los huéspedes toman el camino para comer en otra de las propiedades de Darvis, el hostal McCarthy.

Darvis nos ofreció una comida de cinco platos que cocino su chef Scott Whitus, en la que sobresalía el “salmón rojo del río Copper con couscous al limón, ensalada multicolor de zanahoria y salsa tarator”.

Sourdough Joe, también entomólogo, llegó de Missouri años atrás. “Me dió la fiebre de Alaska”, explica con simpleza. “No hay manera de combatirla, chico”. Y yo lo entiendo porque a mí también me dió algo. Es un bicho que afecta a 17 millones de mosquitos.



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