Miguel Zenón: “en el ADN de todo jazzista yace la emocionante magia de la música"

“¿Quién está dispuesto a desplazarse, a desaforarse, a descentrarse, a descubrirse?”, cuestiona Julio Cortázar en su libro 'Rayuela', y pienso en los miles de artistas migrantes que, cual hormiguero, invaden noche a noche los escenarios de esta ciuda

Miguel Zenón. (Silja Magg)
Magos Herrera
México /

Fue Rayuela, el libro del escritor argentino Julio Cortázar de 1963 que inspiró a Miguel Zenón, saxofonista de jazz puertorriqueño radicado en Nueva York, a grabar un disco con el mismo nombre que lanzó en 2012, atraído por la peculiaridad literaria de esta obra, y quien se mudara hace más de 20 años a Estados Unidos para lanzarse a un viaje a lo desconocido que lo colocaría entre uno de los saxofonistas más interesantes y prolíferos de su generación.

Hablar con Miguel es despertar las memorias de mi propia ruta musical, lo conocí hace más de dos décadas en los pasillos del Berklee College of Music en Boston, en una época en que la información no era tan accesible como lo es ahora. Ahí comenzó a interactuar con músicos que habían crecido con el jazz como parte orgánica de su cotidianidad y cultura, así como a músicos de todas latitudes. 

Recuerdo que por aquellos años el pianista panameño Danilo Pérez lanzó su disco Panamonk, que se convirtió en un faro referencial para músicos latinoamericanos, y poco después me tocaría ver en los escenarios a Miguel como líder o como parte de la banda del saxofonista David Sánchez habitando dos mundos de manera excepcional: representando el presente y honrando el jazz y la música latinoamericana. Basta escuchar su más reciente disco Boleros, nominado al Grammy Latinos, a dúo con mi querido amigo e increíble pianista venezolano Luis Perdomo, para deleitarse en los sonidos de este cruce de caminos.

Desde la pantalla Miguel se muestra sereno, reflexivo y, al igual que su música, es un conversador abierto de vastos paisajes e ideas. Personalmente siempre he creído que el término latin jazz se queda pequeño dentro de la inmensidad de la definición amplia e inclusiva de lo que es el jazz, un género que nace del folclor pero vive en constante evolución, se nutre de la diversidad y en ello radica parte de su poder y encanto. Miguel coincide y habla sobre la creciente comunidad de músicos latinoamericanos que están expandiendo los límites de las fronteras entre géneros, y él no es la excepción. Tal es el caso del disco Yo soy la tradición, que grabó con el cuarteto de cuerdas Spektral Quartet, y escuchar trabajos de músicos como Ed Simon, Fabian Almazan, Camila Meza, Yosvany Terry, Guillermo Klein, Antonio Sanchez, Chico Pinheiro y Luciana Sousa, entre muchos otros, que apuntan a la amplitud de este horizonte inmenso de voces del sur continental.

Foto: Silja Magg

Henos aquí en una conversación virtual dos músicos que pertenecen a una generación que ha vivido cambios drásticos de cómo se comparte la música, desde el disco en vinilo en la sala de la casa de nuestros padres, hasta la era digital del audio comprimido, así como el cambio vertiginoso surgido por la pandemia dando la posibilidad de hacer música de manera remota. Miguel me comparte cómo se posiciona en esta nueva posibilidad en tono esperanzador y refrescante. Para él, el periodo de aislamiento ha sido un proceso de aprendizaje de otras formas de crear, sin embargo, “en el ADN de todo jazzista yace la emocionante magia de la música creada en la inmediatez y la interacción que surge del momento presente entre los músicos y la energía presencial del escucha”. Para Miguel, es importante no olvidar la enorme relevancia de la presencia física del público durante la creación musical y como esta afecta nuestra manera de tocar.

Cada artista es mucho más que un país o un continente, la creación es un universo de curiosidades y Miguel me cuenta que por el momento navega en los mares de la historia precolonial de América como fuente de inspiración para su próxima producción discográfica.

Nos despedimos y recuerdo mi propio interés por conocer más sobre mis orígenes mestizos que corren en un torrente profundo y colorido desde el norte de España, el bajío mexicano, el sur maya y me invade la nostalgia de la lejanía de mi tierra. Siempre supe que vivir en Nueva York es una forma de protegerse de la propia ignorancia, como bien dice Cortázar: “La felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este placer, un aire como de unicornio o isla, una caída interminable en la inmovilidad”, y es así como Miguel Zenón, tantos artistas Latinoamericanos y yo, encontramos en Nueva York la inspiradora personalidad de una ciudad donde tomar el transporte subterráneo y leer un libro, ir a escuchar música en vivo, tener una plática con un amigo o visitar un museo, te hace sentir parte de este enorme caudal donde todo nace y florece.

hc

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