Es una buena experiencia visitar en el verano destinos que se conocen por sus meses de invierno, frío y nieve; siempre sorprende saber lo que pasa cuando los paisajes tradicionalmente blancos se transforman en verde y se calientan bajo los rayos del sol. Una de las cosas más disfrutables es ver a las personas locales salir y emocionarse con el calor veraniego.
Hay viajeros que prefieren investigar y documentarse sobre todo lo que les espera en el destino elegido, otros disfrutan las sorpresas que les esperan al llegar, como una libreta en blanco. Esta vez llegué con pocos datos, apenas sabía que se habla francés, curioseé algunas fotos y eché unas miradas a Google Maps para, como siempre, saber dónde me quedaría y qué había cerca.
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Llegué a la 1 de la mañana, así que fue hasta el día siguiente, al abrir la ventana de mi habitación del Hilton Quebec, que descubrí un paisaje espectacular: un río muy grande –luego supe que es el San Lorenzo– y la ciudad antigua, la Ciudadela, con su arquitectura afrancesada.
Y es que en las calles y construcciones québécois, en esa Ciudadela amurallada (la única al norte de México, presumen los locales), construida por Samuel Chaplain en el siglo XVII, se va contando la historia de un lugar muy peculiar, distinto a otros vecinos canadienses, tal vez por su ubicación geográfica que la hizo recibir primero a los franceses, y luego perder ante los británicos, quienes estratégicamente dejaron que las raíces francófonas se mantuvieran. Lo mismo pasó con las religiones: católicos y anglicanos acabaron negociando en pos de la estabilidad y la posesión de la ciudad.
“A la gente de Quebec no le gusta confrontar, prefieren negociar pacíficamente; no son buenos en las discusiones, las eluden”, explicaba un guía de turistas historiador francés, radicado hace muchos años en Quebec, para explicar mejor los hechos históricos.
La ciudad antigua es un espacio completamente turístico, con calles empedradas y tiendas de souvenirs y de productos artesanales; cafeterías y pequeños restaurantes que ofrecen la cocina típica a los visitantes.
El edificio más representativo de la ciudad es, curiosamente, un hotel: Le Château Frontenac, construido a finales del siglo XIX por el arquitecto estadunidense Bruce Price, y se han agregado algunas partes desde su construcción; fue denominado Sitio Histórico Nacional de Canadá en 1981. Hoy es operado por la cadena hotelera Fairmont y tiene 610 habitaciones en sus 18 pisos.
En uno de sus salones se llevó a cabo la Conferencia de Quebec, en la que Franklin D. Roosvelt, Winston Churchill y William Lyon McKenzie, planearon la estrategia del famoso Día D, el desembarco de Normandía, en la Segunda Guerra Mundial.
Para bajar al Old Port y las calles empedradas hay un funicular de 64 metros de altura en un ángulo de 45 grados, que data de 1879, y que por 5 dólares canadienses evita la fatiga de subir más de 300 escalones para regresar a la plaza de armas, junto al Frontenac.
La cocina de Quebec tiene que ver con el clima que domina la mayor parte del año, el frío muy frío: platillos calientes, papas, mucha proteína y harto maple.
Entre los platillos más reconocidos de comida rápida están las poutine (papas a la francesa con gravy y queso en grano), que se sirven con algún tipo de carne encima, dependiendo del menú y el lugar; en los postres están las colas de castor, una pasta dulce ovalada, alargada y delgada a la que se le ponen diferentes toppings, según el gusto: Nutella, maple, azúcar, chocolate, etcétera.
El restaurante La Buche, en la Ciudadela, ofrece un buen menú muy tradicional y a buen precio. Sorprendente el uso del maple en diferentes aplicaciones, como en la coctelería; así mi cara cuando llegó un whisky sour con una rebanada de tocino con maple a modo de adorno. Estaba delicioso y maridaba perfecto con la bebida. También sirven un clamato con vodka, acompañado, por supuesto, de su tocino con maple.
Tienen un plato para compartir, como entrada y muestra de su cocina, compuesto de diferentes tipos de carnes –venado, cerdo, conejo, trucha y salmón– y ensalada de col. Cada uno mejor que el otro.
Como plato fuerte, el más tradicional es el Shepard’s pie, de origen británico: un pay relleno de carne con verduras y gravy; y claro, su versión de poutine. De postre nos dieron unos cuadritos como de una masita beige que resultó ser sucre à crème (dulce de azúcar con crema).
Experiencia sublime
En la ribera del San Lorenzo, a unos 15 minutos de la Ciudadela, está Strom Spa. Uno imaginaría que es un spa como cualquier otro, con cabinas para masajes, un área húmeda, baño de vapor y sauna.
Nada que ver, este es un spa nórdico. En lo primero que pensé cuando lo leí fue el que sale en Frozen, donde varios locales están metidos en una alberca caliente. No, tampoco. Es un lugar muy grande al que se llega para desconectarse totalmente del mundo: de entrada, hay que dejar el celular en el locker, ponerse traje de baño y sandalias, usar la bata de baño que ahí dan y empezar el recorrido, sin límite de tiempo, por dos saunas finlandeses, dos baños de vapor de eucalipto; tres albercas calientes (38, 39 y 42 grados centígrados) al aire libre; tres albercas más pequeñas frías (12, 13 y 15 grados centígrados) exteriores; cuatro salas interiores de relajación; un baño de flotación; una piscina templada; un río lento; varias áreas de relajación al aire libre, y un restaurante. Es la definición del paraíso, porque además no se permite hablar en voz alta, apenas susurrar. Desconexión y relajación total.
Festival d’eté de Quebec
Imagine Dragons, Foo Fighters, Pitbull, Lana del Rey, Bad Religion y Greenday fueron algunos de los conciertos memorables de esta edición del Festival d’eté de Quebec (FEQ) 2023.Este festival de música es el más importante de Canadá, y desde 1968 se lleva a cabo cada verano en la ciudad de Quebec.
Hay cinco escenarios para los conciertos, en un área muy cercana, justo a un lado del Parlamento de Quebec: Bell Stage, el principal, en Plains of Abraham (un parque histórico donde se llevó a cabo la Batalla de Abraham), que tiene una capacidad para 90 mil personas; hay dos escenarios en Parc Grande Allée –Lotto Quebec Stage y The SiriusXM Stage–, ambos con capacidad para 10 mil amantes de la música; el Hydro-Quebec Stage justo frente al edificio del Parlamento, para 2 mil personas, y donde se encuentran los estands de comida y bebida. Y finalmente, un escenario interior y más íntimo, Armoury, para mil personas, donde noche a noche se presentan djs, en lo que llaman Conciertos extra.
El ambiente en el festival es inmejorable, jóvenes, niños y adultos, en su mayoría locales, conviven al ritmo de la música sin importar el género. La seguridad es buenísima, no solo en el festival, en la ciudad: Quebec tiene un índice de criminalidad de dos asesinatos ¡al año!
La entrada y salida de los conciertos son ríos de personas que van en grupos grandes y pequeños, felices por las calles. Una verdadera celebración de la música y de la vida.
hc