El regreso a clases representa un cambio: pasar de un estado de descanso y diversión hacia un trabajo rutinario, esfuerzo constante y nuevos aprendizajes que, en algún momento, tendrán que ser evaluados.
Escrito de esta manera, parece un momento estresante por sí mismo, aunado a la sobrecarga que en ocasiones, sin que esa sea la intención, generamos en nuestros hijos al exceder las actividades extracurriculares.
Se reconocen dos tipos de estrés: el positivo —también llamado eustrés— y el negativo o distrés. El primero permite prepararnos para actuar adecuadamente frente a una situación que identificamos como un desafío, riesgo o peligro. Por su parte, el estrés negativo es el que nos paraliza, y nos genera malestares físicos, como dolor de estómago o de cabeza, fatiga y tensión muscular.
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Para ayudar a tus hijos desde una edad temprana a manejar situaciones incómodas, debes conocer los principales detonantes en cada nivel escolar. En niños que acuden al kínder, estos pueden ser dejar de ver a la familia y tener que enfrentarse a momentos de frustración porque en la escuela no se puede hacer lo que ellos quieren; tener que compartir y todo aquello que sea diferente de lo que sucede en casa puede representar un estresor negativo.
En la primaria, las nuevas exigencias de aprendizaje académico, nuevas formas de relacionarse con compañeros y maestros, aunado a los cambios físicos que ocurren al finalizar esta etapa, también pueden generar estrés. En estas dos primeras etapas, las reacciones generales de estrés negativo son llanto, comportamiento agresivo o evitar ir a la escuela a toda costa, especialmente con mentiras.
La secundaria y preparatoria representan un reto para la mayoría de las personas, ya que están incluidas en la vorágine hormonal y de cambios que representa la adolescencia, donde los máximos estresores son sociales: necesidades de encajar con el grupo de amigos y amigas, exigencias académicas por parte del cuerpo docente, así como cumplir con las expectativas y exigencias que su familia tiene de ellos.
En estas etapas, las expresiones del estrés negativo suelen notarse en el ausentismo escolar, cambios en los hábitos alimenticios, aislamiento —especialmente de la familia— y comportamientos agresivos. Es importante mantener un canal de comunicación adecuado con nuestros hijos, ya que las expresiones de estrés pueden confundirse con los cambios de humor típicos de la adolescencia.
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Los jóvenes en el nivel superior, además de las exigencias de la etapa anterior, podemos agregar la autoexigencia respecto de la adquisición del conocimiento académico.
En varios casos, quienes están en la universidad ya tienen trabajo, vida marital o son padres, factores que aumentan el estrés. Aquí podemos esperar problemas para concentrarse y dormir.
Si existe una relación de pareja, hay pérdida de interés por lo que antes era disfrutable o entretenido. También pueden observarse dificultad para cumplir con las entregas de trabajo, ausentismo y depresión, entre otras. En todas las etapas, se aprecia una notable disminución en el rendimiento escolar. Cada persona es diferente y puede reaccionar de alguna de las formas descritas o cualquier otra.
La buena noticia es que, como padre, tienes un papel clave en la manera en que tus hijos enfrentarán estas situaciones. A continuación encontrarás recomendaciones para evitar o disminuir los efectos del estrés negativo, son:
• Tener tiempos de esparcimiento y diversión.
• Evitar sobrecargarlos de actividades. ¡Necesitan dormir al menos ocho horas!
• Enséñales técnicas de relajación, especialmente por medio de la respiración.
• Mantén vías de comunicación y apoyo.
• Explícales la importancia de compartir sus temores y problemas. Todo se resuelve mejor en equipo. Finalmente, si nada de lo anterior funciona o no sabes cómo aplicarlo, busca ayuda profesional; a veces solo necesitamos un pequeño empujón.