Hay personas que ven el mundo tal como es, y luego están los soñadores: aquellos que logran visualizar realidades distintas y trabajar para materializarlas. Este es el caso de Tommy Hilfiger. Desde que soñaba despierto en el salón de clases hasta construir un imperio que continúa definiendo lo que significa ser una marca americana, su historia está marcada por la rebeldía.
En esta conversación con M Revista de MILENIO, exploramos cómo ese soñador evolucionó para convertirse en un empresario, así como en una figura cultural que ha influido en la moda, el arte y la música. Ahora, tras tres décadas de presencia en México y en un momento de renovación para su marca, reflexionamos sobre su capacidad para mantenerse siempre un paso adelante.
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¿De dónde nace ese soñador dentro de ti, y cómo logras equilibrar la creatividad con la ejecución?
He pasado gran parte de mi vida soñando, algo que creo nació de mi dislexia. En la escuela no entendía qué pasaba conmigo; simplemente pensaba que era un niño tonto porque no podía leer. Fingía constantemente, pero nunca lograba pasar exámenes ni entender las lecciones. Era un estudiante terrible, así que me refugiaba en mis sueños: quién quería ser, qué quería hacer, dónde y cómo quería vivir, los lugares que anhelaba conocer.
¿Qué pensaban tus padres?
Soy uno de nueve hijos. Crecí viendo a mis hermanos y hermanas destacar en la escuela, especialmente mi hermana menor, que siempre estaba en el cuadro de honor. Mis boletas, en cambio, eran una decepción. Mis padres las comparaban con las de ella y asumían que simplemente no me esforzaba lo suficiente. Mi padre, relojero, solía estar frustrado conmigo y me decía: “Nunca lo lograrás”. Fue duro. Por suerte, mi madre, enfermera, era más comprensiva. Me decía: “Papá está de mal humor hoy”, y eso me ayudaba a sobrellevarlo.
Sabía que debía contribuir a la casa. Éramos tantos que todos teníamos que trabajar. Mis hermanas cuidaban niños, y yo hacía cualquier cosa que me dejara dinero: quitaba nieve, recogía hojas, repartía periódicos. Más tarde trabajé en una gasolinera y en una tienda de artículos deportivos. Ahorraba cada centavo para comprarme mis Levi’s y Converse, pero siempre estaba soñando con algo más grande.
A los 18 años, tomé los 150 dólares que había ahorrado trabajando en la gasolinera y conduje hasta Nueva York con un amigo. Compramos 20 pares de pantalones acampanados, un estilo que nadie en Elmira, Nueva York, había visto aún. Vendimos esos jeans a nuestros amigos y, con las ganancias, abrimos una tienda llamada People’s Place. Poníamos música rock, quemábamos incienso y vendíamos ropa única. Se convirtió en El lugar para pasar el rato.
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¿Cómo pasaste de esta tienda a crear tu propia empresa?
Mientras trabajaba en eso, comenzamos a comprar ropa directamente de los fabricantes. Visitábamos salas de exhibición y analizábamos los diseños: si tenían un bolsillo extra, si se podían ajustar a un corte más pequeño. Mi mente no paraba de trabajar. Visualizaba cómo se verían esas prendas, porque tengo memoria fotográfica. Luego iba con una costurera en mi ciudad natal para que las confeccionara según mis ideas. Los jeans llegaban a mis tiendas, y a la gente le fascinaban.
Fue entonces cuando pensé: “Voy a crear mi propia marca”. Pero, claro, todos a mi alrededor decían: “No puedes hacer eso. Necesitas estudiar diseño, necesitas contactos”. Y yo simplemente respondía: “Voy a hacerlo”. Con el tiempo, mis tiendas tuvieron tanto éxito que decidí abrir más, aunque terminé expandiéndome demasiado rápido. Un día, el contador llegó y me dijo: “Por cierto, debes mucho dinero a mucha gente”. Mi respuesta fue: “¿Por qué no pedimos un préstamo al banco?”. Y él contestó: “Ya lo hiciste. No van a prestarte más”. Entonces, con mucha calma, añadió: “Solo queda una opción: declararte en bancarrota”.
Tuve que entrar en algo llamado Chapter 11, lo que significaba que podía mantener las tiendas abiertas, pero todo tenía que pagarse en efectivo. Fue una etapa muy difícil. Pero, en retrospectiva, esa experiencia fue mi MBA en negocios. Aprendí de verdad a gestionar un negocio. Poco después, me mudé a Nueva York decidido a empezar mi propia marca desde cero.
¿Cómo surgió esa visión adelantada a su tiempo del estilo americano preppy y en la tendencia de la ropa holgada?
Siempre quise diferenciarme de marcas como Ralph Lauren o Brooks Brothers, así que creé mi versión oversized de otras prendas. En los 80, las hice más deportivas y las celebridades comenzaron a usarlas. Fue publicidad automática. Nos acercamos, escuchamos sus ideas y diseñamos para ellos. Se convirtieron en embajadores antes de que ese término existiera.
¿Cómo ha sido el crecimiento de la marca en los últimos 30 años y qué hitos destacas como los más relevantes en su evolución, como el trabajo con celebridades o la innovación en los desfiles?
Hace 30 años, comenzamos este viaje y, honestamente, fue todo muy fluido. Tuvimos los socios adecuados, que aportaron inversión, tiempo, pasión y lealtad. Abrieron tiendas increíbles y todo salió como lo soñamos. La relación ha sido fantástica y el negocio ha crecido enormemente.
Pasamos de campañas familiares a trabajar con grandes celebridades como Gigi Hadid, Zendaya y Lewis Hamilton. También logramos una enorme visibilidad en el Met Ball, más que cualquier otro diseñador. Además, hemos estado presentes en la Fórmula 1 durante 30 años, y ahora ese deporte está en su auge, con nosotros en el centro de todo.
evt