Un paseo por la Península Troll

Viajes

Este es uno de los puntos más altos del norte, ideal para esquiar en Islandia.

La Troll Península ofrece una alternativa salvaje y remota a los Alpes.
James Pickford
Ciudad de México /

Mirando por la ventana de nuestro pequeño avión de turbohélice, está claro que estamos muy lejos de los Alpes. En lugar de los picos puntiagudos y los valles bien cultivados que son el fondo habitual de nuestros viajes de esquí, vemos altiplanos vacíos, como una meseta, una versión congelada del oeste estadounidense, las pendientes hermosas que terminan en la losa gris del mar de Groenlandia. 

Volamos a Akureyri, la segunda ciudad más grande de Islandia (con menos de 19,000 habitantes), para comenzar un recorrido de seis días por la Península Troll, una masa de tierra salvaje, montañosa y escasamente habitada hacia el norte. Apenas conocida hace una década, la península se ubicó en el mapa por el heliesquí, la primera operación de heliesquí del país se creó en 2009 y ha esta le siguieron dos más. Sin embargo, ahora para practicar esquí, los turistas también comienzan a incursionar aquí, escalan las montañas con sus propios medios y utilizan los refugios de montaña como base para explorar la topografía de la zona. Para algunos, es una oportunidad de extender su invierno: la latitud significa que la temporada aquí se pone en marcha en marzo y continúa hasta principios de junio.

 Después de recorrer algunos kilómetros tierra adentro en automóvil, nos pusimos en camino en una serie de colinas onduladas, fijando las pieles de foca, un tejido pegado a la base del esquí para que solo se deslice en un sentido, lo que permite remontar las pendientes. A través de un terreno tan suave, remontar la pendiente tiene un efecto casi hipnótico, y caemos rápidamente en un ritmo natural. 

Nuestro grupo totalmente británico se unió a través del Eagle Ski Club, una organización de aficionados establecida en 1925. Nos guía Owen Day, una guía canadiense llena de energía. 

Después de unas horas bajo un cielo plomizo, llegamos a nuestra primera parada, la cabaña Derrir. Cuenta con un calentador de gasóleo, cocina y –no siempre las encuentras en esas chozas– un inodoro. A falta de agua corriente, llenamos una olla grande con nieve fresca y la fundimos en la estufa. Después de la cena, subimos una escalera empinada hacia un dormitorio debajo de los aleros, nuestras camas se calientan por el calor de la estufa. La noche es muy acogedora, incluso cuando el viento aumenta y enormes ráfagas sacuden la estructura. 

Los esquiadores pueden encontrar nieve profunda aquí, pero a la mañana siguiente, Day nos lleva a las extensas pendientes de la especialidad de la península, conocida en Europa como “nieve de primavera” y en EU como “maíz”, una capa azucarada de una o dos pulgadas de espesor. En una pendiente con una inmensa longitud, cada uno realizamos 40 giros antes de detenernos. Es extraño esquiar en pendientes tan cerca del mar, ocasionalmente vemos barcos pesqueros al pie de la montaña. 

Como la mayoría de los turistas, le damos más importancia a buscar la mejor nieve, pero aquí también tenemos un segundo objetivo: la aurora boreal. Solo cuando llegamos al segundo refugio de montaña, la cabaña de Heljuskali, en lo profundo de la península y lejos de las luces de la costa, el cielo nocturno revela sus tesoros. Cuando nos estamos quedando dormidos, Day sube la escalera hacia el dormitorio y nos pide que salgamos. A medida que lo hacemos, los cielos ondean con brillantes madejas de verde y púrpura, retorciéndose sobre nuestras cabezas desde el horizonte sur hasta el norte. Es un momento de magia pura. 

Antes de que finalice nuestra semana, surge otra diferencia. De regreso en Akureyri, visitamos los baños municipales, una frase que apenas le hace justicia a este magnífico complejo de piscinas climatizadas geotérmicamente. Al atraer a todas las partes que comprende a la comunidad, desde las madres con bebés y grupos de adolescentes hasta oficinistas y ancianos, demuestra ser algo que revitaliza a los agotados esquiadores. Por primera vez después de algún viaje de esquí que pueda recordar, me subo al avión sin una señal de dolor en las piernas.


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