Un viaje al hotel más alto de Europa

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La Capanna Margherita se encuentra sobre las nubes y está rodeado de nieve durante todo el año, pero llegar ahí es toda una travesía.

La Capanna Margherita, la Cabaña Margherita, se encuentra en la cima de un pico de 4,554 metros que los suizos llaman Signalkuppe (Shutterstock).
Tom Robbins
Ciudad de México /

Fue a finales de julio, el día más caluroso que el Reino Unido haya registrado, y yo estaba en casa empacando. Londres estaba superando los 37º C (París había superado los 40º C) -pero busqué más en el interior de la parte trasera del armario del piso para encontrar chamarras, guantes de esquí e impermeables.

 Me dirigía a un hotel italiano único, el más alto de Europa- sobre las nubes y rodeado de nieve durante todo el año. Mientras metía sombreros de lana y ropa térmica en una bolsa, la posibilidad de necesitarlos parecía deliciosa.

La Capanna Margherita, la Cabaña Margherita, se encuentra en la cima de un pico de 4,554 metros que los suizos llaman Signalkuppe y los italianos conocen como Punta Gnifetti, parte del vasto macizo del Monte Rosa que se extiende a ambos lados de la frontera. Hay camas para 70 personas, puedes reservar en línea y el precio es un modesto costo de 100 euros por noche. Sin embargo, llegar allí no es precisamente sencillo.


Primero, el periodo de preparativos. Volé a Milán y conduje hacia el noroeste hasta el pueblo de Gressoney (más conocido como parte del área de esquí de Monterosa, junto a sus vecinos Alagna y Champoluc). Ir directamente desde el nivel del mar y subir casi tres millas verticales sería provocar un mal de altura, así que mis primeras dos noches las pasé en el Orestes Hütte, un pequeño y encantador hotel, donde las marmotas jugaban en la hierba en el exterior y las cabras desfilaban después de la cena. 

A la hora del almuerzo del tercer día, me reuní con mi guía, Nick Parks, y utilizamos los teleféricos para llegar a Punta Indren, a 3,275 metros.

Al primer teleférico me subí en shorts, pero salimos de la estación superior a la niebla y la nieve, la temperatura muy cerca del punto de congelación. Una hora a pie, sobre un glaciar, luego una sucesión de escaleras y escalones metálicos clavados en la roca, nos llevó a la cabaña Gnifetti, construida en 1876, nuestra parada de una noche antes de comenzar temprano en dirección a la Cabaña Margherita.

Giovanni Gnifetti fue el párroco de Alagna y, en 1842, fue el primero en subir al Signalkuppe. Esa hazaña ayudó a poner a Alagna en el mapa y el pueblo creció rápidamente, con grandes hoteles nuevos y un conjunto de guías profesionales listos para llevar a los clientes acomodados a los picos. Incluso Umberto I y la reina Margherita se convirtieron en visitantes habituales.

El Club Alpino italiano ordenó la construcción de una cabaña en Punta Gnifetti en 1889, tanto como refugio para montañistas como como lugar para realizar investigaciones científicas a gran altitud. El edificio se levantó en los lomos de mulas y trabajadores y se completó en 1893. Con un cortejo cortesano, la reina Margherita subió para cortar el listón.

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Capanna Margherita está abierto de junio a septiembre; en invierno hay una barraca, pero no hay personal.


Nuestro día de la cumbre comenzó a las 5:45 de la mañana, poco antes del amanecer. Nos pusimos crampones en las botas y nos amarramos juntos (para evitar caer en grietas), pero fue solo una caminata, aunque larga y alta: el aire aquí arriba contiene 40% menos de oxígeno que al nivel del mar. 

Habían caído unos 40 cm de nieve fresca de la noche a la mañana, pero suficiente gente había salido antes que nosotros como para abrir un sendero todo el camino. Nos detuvimos a menudo para admirar las asombrosas vistas, hasta las cumbres de Dent Blanche y Matterhorn, y el largo glaciar Gorner que fluye hacia Zermatt.

En el interior, todo estaba tranquilo. En el comedor, algunos huéspedes levantaron la vista como si hubiéramos entrado desde una concurrida calle comercial. A lo largo de los Alpes, los Pirineos y los Dolomitas, solo dos picos son más altos, pero rápidamente se hizo evidente que este no era el sitio de acampar de algunos montañistas. 

Había un restaurante, WiFi, una pequeña biblioteca, una máquina de café espresso, incluso un bar. ¿Alguien realmente bebe aquí? “Oh, sí, cerveza cuando llegan, vino tinto después de la cena”, dijo Claudio Bonetta, uno de un equipo de cinco empleados que trabajan dos semanas antes de descender al valle para recuperarse.

Almorzamos -pasta y pizza Margarita (¿qué más?)- luego nos sentamos al sol en la terraza, hilillos de nubes debajo de nosotros, franjas de brillo de los grandes lagos más allá. No nos quedamos, tenía que regresar al trabajo. Después de un descenso por la tarde a los teleféricos, luego de una carrera al aeropuerto, esa noche estaba en casa en Londres, los guantes y la chamarra listos para volver al armario, mi fin de semana en el frío ya era un poco difícil de creer.


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