En 1941, cuando Henri Matisse se recuperaba de una cirugía contra el cáncer, su anuncio para una “enfermera joven y bonita” lo respondió Monique Bourgeois. Surgió una amistad inusual y varios años después, cuando Bourgeois entró a la orden de monjas dominicas en Vence, en el sur de Francia, le pidió al artista de 77 años de edad que le ayudará a diseñar una capilla que las monjas querían construir.
El resultado fue la Chapelle du Rosaire, que se terminó en 1951; es un edificio pequeño, blanco y en forma de “L”, cuyo interior está inundado por la gloriosa luz de las vidrieras de Matisse, que creó en solamente tres colores –azul, amarillo y verde– y que evocan el entorno mediterráneo.
Trabajando obsesivamente en el proyecto, para el que diseñó cada detalle (hasta el crucifijo de bronce en el altar y los ornamentos de los sacerdotes), Matisse lo calificó como su obra maestra.
Los estrechos vínculos entre el arte y los sitios religiosos se remontan a los inicios de la historia cultural occidental, y culminaron durante el Renacimiento con joyas como la Capilla Sixtina de Miguel Ángel. Pero tal vez sea más sorprendente que te recuerden que, incluso en una era moderna secular, los artistas se sienten atraídos por la creación de obras para edificios sagrados.
Las pequeñas capillas proporcionan un poderoso lugar para el ojo de un artista, y un escaparate perfecto para su trabajo. Visitar estas capillas a menudo puede ser una experiencia más vívida que una poderosa catedral, tal vez porque, como la capilla de Matisse en Vence, muchas surgieron a través de un conjunto particular de circunstancias emocionales.
La capilla de Sandham Memorial en Burghclere, Hampshire, cuenta una historia de ese tipo. El pequeño edificio de ladrillo lo crearon Mary y Louis Behrend en memoria del hermano de Mary, el teniente Henry Willoughby Sandham, una víctima en la Primera Guerra Mundial. Encargarle a Stanley Spencer que lo llenara con pinturas fue una decisión audaz, pero el resultado –17 paneles al fresco, que culminaron en una Resurrección hecha de piso a techo– tal vez es la forma más gloriosa de ver el trabajo de este artista.
Spencer, que llamó al lugar su “caja de Dios”, se inspiró en la capilla de la Arena de Giotto en Padua, pero transformó sus propias experiencias mundanas de guerra como camillero de hospital en este trabajo trascendental, convirtiéndolo en un monumento para millones de soldados caídos.
Los recuerdos de los muertos a menudo son un poderoso impulso para los artistas. Un ejemplo contemporáneo impresionante es la instalación de luces de James Turrell en la Capilla Memorial del Cementerio de Dorotheenstadt en Berlín, que aprovechó los efectos naturales de las puestas de sol de verano para ofrecer una visualización de una belleza fascinante.
Otro monumento fue la plataforma para las 12 vidrieras de Marc Chagall en la iglesia de Tudeley, en Kent, que encargó la familia de Sarah d’Avigdor-Goldsmid, quien murió en un accidente de navegación a los 21 años de edad. El anciano Chagall tomó con renuencia el encargo de una sola ventana en 1967, pero se enamoró del sitio y, para su muerte en 1985 a los 98 años, había completado este conjunto único e impresionante de vidrio.
Mientras Pablo Picasso vivía en Vallauris en el sur de Francia a finales de la década de 1940, quedó encantado con la capilla románica abovedada del castillo local. Allí decidió hacer una de sus grandes declaraciones sobre el conflicto con un “Templo de la Paz”, cuyos páneles gigantes cruzan a través de las bóvedas que representan los horrores de la guerra y sus esperanzas de paz.
Cada uno de estos lugares tiene su atmósfera única e intensa. Como dijo el coleccionista Dominique de Menil, al hablar del trabajo por encargo del gran artista estadounidense Mark Rothko para una capilla multiconfesional en Houston, Texas: “Vimos lo que un gran maestro puede hacer por un edificio religioso cuando se le da libertad. Él puede exaltar y elevar como nadie más”.
Los 14 murales de Rothko, que se distribuyen alrededor de una estructura cruciforme octogonal, son en sí mismos objetos de peregrinación, quizás incluso de adoración. El arte, como a menudo se señala, se convirtió en una mercancía sagrada en nuestro mundo contemporáneo, a menudo sin fe, y las galerías son las nuevas catedrales.
De esta manera, la Capilla del Buen Pastor en la Iglesia de San Pedro, en Manhattan, se puede ver como una especie de mezcla. Este pequeño santuario dentro de la ciudad es un espacio cristiano creado por una artista judía, Louise Nevelson, y se describe como “un entorno escultórico integral”, un tesoro espiritual modernista en tonos blancos y de madera pálida.
La transición de lo sagrado a lo secular es aún más completa en la “capilla” de Ellsworth Kelly en Austin, Texas. El último trabajo de Kelly antes de su muerte en 2015 fue este pabellón de piedra caliza, abovedado como una capilla, iluminado por brillantes fragmentos de luz del color de sus vidrieras e inspirado en el Románico europeo, pero dedicado a una espiritualidad estética, más que a un propósito religioso.
Visitar estos espacios contemplativos, ya sea por la religión, por el arte o por la conjunción de los dos, puede ser gratificante: una visita que va más allá de lo habitual o lo mundano.