Sierra Gorda, un remanso de la naturaleza en Querétaro

Bastan unos 20 minutos desde la salida de Bernal rumbo a Jalpan de Serra para empezar a tener una noción de lo que nos espera: poco a poco el verde nos envuelve en una serpentina carretera.

Jalpan de la Serra es un municipio en Querétaro | Especial
Horacio Besson
Jalpan de Serra /

Bastan unos 20 minutos desde la salida de Bernal rumbo a Jalpan de Serra para empezar a tener una noción de lo que nos espera: poco a poco el verde nos envuelve en una serpentina carretera, la federal 120, engullida por montes y desafiantes cañadas.

Cuando escuchaba o leía sobre “los secretos de la Sierra Gorda”, lo primero que venía a mi mente eran las misiones franciscanas incrustadas entre la nada de los cerros.

Y sí, ahí están bien resguardadas en un mundo –el de estas tierras queretanas– en el que los secretos protegen las obras humanas y también a las de la naturaleza, silentes, bien escondiditos de la vorágine moderna que todo lo quiere urbanizar, contaminar y explotar.

“Somos Reserva de la Biosfera Sierra Gorda”, me recuerdan Ana María González, directora de turismo de Jalpan de Serra, y su asistente Luz Elena Castillo, secundadas por Juan Omaña y Daniel Pérez Flores, quienes serán mis centinelas y guías.

Madrugar en un mar de nubes

Soy ave nocturna, las madrugadas me acompañan en mis lecturas antes de, por fin, dormir. Sin embargo, ahí estoy con solo tres horas de sueño a las 4:30 de la mañana en el lobby del hotel Real Aurora esperando el inicio del viaje, de unos 52 kilómetros, para llegar al Mirador de Cuatro Palos.

Lucho contra mi yo zombi que reclama cama, con un calientito café de la región, pan de pulque y fruta que la maestra Martina, propietaria del hotel y excelente anfitriona, insiste que me lleve para el camino.

Y ahí voy, en medio de la oscuridad entre curvas y más curvas rumbo al municipio de Pinal de Amoles, preguntándome si lo que voy a encontrar allá arriba superará las expectativas alimentadas por el entusiasmo de mis guías.

Y ahí estamos, a 2 mil 700 metros sobre el nivel de mar tras caminar unos 25 minutos, en medio de la nada multiplicada primero por la oscuridad y tras ella, por la luz grisácea de la neblina; a nuestros pies, lentamente, la brisa hace su trabajo.

Y en ese momento, las pocas horas de sueño y las quejas por no seguir en la cama se van al carajo: el sol, el valle, la sierra, con el Cerro de la Media Luna dominando, me dejan pasmado y me conecta con el verdadero sentir de la contemplación.

Ojo, como la vida misma, aquí la suerte juega mucho. A mí me tocó un día de lluvia sin poder ver el amanecer en su máximo esplendor: el mar aborregado de nubes que cubren el valle bajo la mirada; en medio, el sol despertando, y arriba, las nubes altas que reflejan los naranjas y carmesí de sus rayos.

No importa, con lo que vi me basta. Ya regresaré.

La maravilla del agua

Siguiente parada, Puente de Dios. ¿El plan? Caminar por la orilla del Río Escanela hasta llegar a la gruta de la que los lugareños hablan maravillas. Incrédulo, veo el inicio del recorrido: estacionamiento entre lodo, caseta de cobro y un río, “uno más”.

Nunca me habían callado la boca tan rápido. Apenas empiezo a caminar y el encanto se hace presente: el río se ensancha, sus tonalidades se vuelven turquesa y esmeralda en una corriente traslúcida y la vegetación verde a más no poder, mientras penetramos por el Cañón de la Angostura de más de 50 metros de profundidad.

Aquí, uno se siente como parte del mundo de los hobbit, en una especie de fantasía de película o de la imaginación de J. R. R. Tolkien.

Puentes y escaleras de madera, pequeñas grutas, piedras testigo –tan vivas e indispensables en este camino–, fuentes naturales de agua se van descubriendo mientras cruzo (hay que llevar sandalias, tenis o botas que se puedan mojar y con suela antiderrapante) casi una decena de veces el río para avanzar durante unos 50 minutos.

Y llegar… y contemplar cómo la cañada se abre para dejarnos ver una gigantesca piscina natural con su cascada y al fondo, Puente de Dios con su gruta.

La invitación está hecha: tú eres parte de la naturaleza, no ajeno. Tanto recorrer para solo tomar una foto de recuerdo o la obligada selfi para las redes. Así que procedo sin pensarlo mucho: la cueva llama y me mojo hasta la cintura.

Si Puente de Dios te remite a paisajes de la literatura y del cine, la Cascada El Chuveje te evoca a Paraíso de los gatos de Remedios Varo.

El río se recorre por la vereda. Acá todo es remanso y tranquilidad al avanzar por una ruta paralela al agua en una especie de jardín palaciego-rústico hecho por la naturaleza.

En este lugar, el espacio te da la oportunidad de contemplar, escuchar música con audífonos o entablar una charla mientras caminas.

Platico con Daniel, uno de mis guías. Quiero enterarme sobre la gente de Jalpan. Confiesa que pese a que ha sido una temporada dura debido a las restricciones al turismo impuestas por covid-19, están entusiasmados y empiezan a ver movimiento. Tiene alma de buen anfitrión. Su hotel, Los 4 pulques, se adapta y ha logrado sobrevivir a la pandemia.

El camino es muy fácil y poco a poco se oye el rumor del agua cayendo. Tras unos 30 minutos, ahí está: la cascada El Chuveje con sus más de 35 metros de altura.

La mirada se llena de tranquilidad, hay sosiego, armonía en este pequeño rincón de la Biosfera de la Sierra Gorda.

Grutas al estilo Gaudí

Amanecer dominical. Desayuno descomunal en el que no falta la deliciosa cecina orgullo de Jalpan.

La cita ahora es con Cueva del Agua. Casi dos horas de camino, pasamos por Valle Verde, un pequeño poblado. Me llaman la atención las casas, grandes, bien pintadas, estilo “gabacho”. Dinero y esfuerzo de los migrantes, me explican. De ahí, terracería de por medio, a El Pocito.

Cueva del Agua es casi inexpugnable. Apenas está siendo descubierta para el turismo y llegar a ella no es fácil. Agreste, potencia su atractivo para sentirnos como verdaderos exploradores por algunas horas .

De ahí que no cualquiera sepa llegar. Afortunadamente Juan Omaña, de operadora de tours Xierra Secreta, es uno de mis centinelas.

Don Heliodoro será nuestro guía. Hombre de campo y vecino de estas tierras, es un experto. Su casa es el punto de partida para realizar senderismo durante unos 40 minutos.

Árboles, breñas, piedras, la planta mala mujer (“si tocas sus hojas te quema y te salen ronchas”), ascender y empaparnos son parte de la ruta.

De repente, unas rocas con una mini cueva. “¿Desilusionados?”, pregunta Heliodoro. Silencio complaciente. Sonríe y nos muestra un boquete por el que entramos.

Y ahí está: la magia extraordinaria de una especie de catedral pétrea enraizada en las entrañas de la Tierra.

Estalactitas y estalagmitas hacen columnas solo imaginadas por Antoni Gaudí y en fusión arquitectónica, también parecen órganos de templos barrocos. Arriba, un ojo de luz vence con su rayo las tinieblas.

Todo se alinea con la perfección: la luz, las gotas y el sonido de la lluvia, el concierto de los loros. La serenidad impregna el entorno.

Cansados, mojados y enlodados por tantos resbalones regresamos a casa de don Heliodoro. Su esposa ya tiene la recompensa: carne con chile y tortillas. El aguacate y el puerco son de su propio terruño.

Regreso a Jalpan. Último día. Atardecer para recargar pilas y despedirme de estos hermosos paisajes. Estoy en una de las Cabañas Capulines, el lugar es excelente para dejarse consentir: alberca, música, lecturas, buen vino y quesos.

Abajo, tras el bosque, Jalpan y su presa (otro de sus atractivos) siguen su vida. Ha sido un buen año para las lluvias y pese a la pandemia, el turismo renace. La gente de aquí agradece y yo me voy haciendo lo mismo con la Sierra Gorda, con sus secretos y con mis excelentes anfitriones.

(Continuará)

​bgpa

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