Sudáfrica busca transformar su ventaja climática y varietal en mayor valor por botella. Con una vitivinicultura que combina tradición, renovación técnica y un replanteamiento hacia vinos de mayor precisión, el país africano mantiene su presencia en la escena internacional en un momento de transición: menos volumen, pero una mayor calidad.
Así se explicó la llegada de nuevas etiquetas al país, que también buscan maridar con una de las cocinas más ricas y complejas del mundo: la mexicana.
En los viñedos sudafricanos dominan las variedades blancas. Chenin Blanc es la uva más plantada, con cerca del 18% de la superficie total, seguida por Sauvignon Blanc y Chardonnay en proporciones menores.
En tintas, Cabernet Sauvignon ocupa la mayor extensión, mientras que Pinotage —la variedad creada en el país— mantiene su papel simbólico y un interés creciente en segmentos premium. Esta combinación explica la diversidad de estilos que Sudáfrica exporta: blancos frescos, tintos con estructura y espumosos bajo el método Méthode Cap Classique.
Menos volumen, mayor calidad
De acuerdo con cifras oficiales, en 2024 el país produjo alrededor de 884 millones de litros de uva cosechada para distintos destinos. Las exportaciones mostraron signos de fortaleza; Reino Unido se mantuvo como su principal mercado por volumen y valor, seguido por la Unión Europea y Estados Unidos. Hoy, el objetivo es ampliar su presencia en mercados como el mexicano, con vinos de mayor valor agregado.
Para ello se realizó una cena-maridaje en Wine Bar by CMB (Concurso Mundial de Bruselas), en la Ciudad de México, donde se presentaron seis vinos sudafricanos seleccionados para maridar con los platillos preparados ex profeso por el chef del lugar, Alberto Lazo.
El encuentro fue organizado por Daniel Donaire, director comercial de Importaciones Cantabria, quien explicó que el proyecto responde a la intención de mostrar una cara menos conocida del país.
“En Sudáfrica hay proyectos de calidad que aún no se conocen en México. Decidimos traer vinos representativos de distintas zonas y estilos, seguros de que encajan bien con la gastronomía mexicana”, señaló.
Las etiquetas tienen precios que van de los 450 a los mil 700 pesos y están disponibles tanto en tienda física como en plataformas de venta en línea. Para Donaire, el consumidor nacional vive un momento de apertura: “El mercado tradicional sigue, pero hay un público joven que busca experiencias distintas y vinos de regiones emergentes, aunque ya consolidadas a nivel mundial”, puntualizó.
Vinos a la altura de la gastronomía mexicana
La cata fue guiada por la sommelier Mirell Riviello, quien inició explicando que las etiquetas pertenecen a Boekenhoutskloof, una bodega ubicada en el valle de Franschhoek, cuya historia como finca se remonta a 1776, aunque su transformación vitivinícola clave ocurre en 1993.
El recorrido inició con Boekenhoutskloof Semillón 2022, elaborado a partir de uvas de viñedos antiguos, uno de ellos plantado en 1902. La fermentación espontánea en barricas y huevos de hormigón, así como su crianza de 14 meses sin adición de azufre, le otorgan una estructura pensada para la evolución en botella, con notas que recuerdan a lanolina, lemon curd y cera de abeja.
Siguió Boekenhoutskloof Syrah, procedente de Swartland, elaborado con racimos de suelos de esquisto y mica descompuesta. La vinificación por parcelas, la fermentación en depósitos de hormigón y su crianza de 18 meses que construyen un tinto de perfil definido por su origen.
El tercer vino fue el Boekenhoutskloof Stellenbosch Cabernet Sauvignon 2021, un tinto de taninos pulidos, con presencia de fruta negra, especias, cacao y una base mineral que marca su desarrollo en boca.
A esa secuencia se sumó Porseleinberg Syrah, procedente de viñedos de difícil acceso en lo alto de la montaña de Swartland. Con rendimientos bajos y bayas pequeñas, este vino refleja el trabajo manual en condiciones exigentes. Desde 2009, la bodega es propiedad de Boekenhoutskloof, aunque conserva su identidad propia.
El recorrido continuó con The Chocolate Block, un ensamble de cabernet sauvignon, garnacha tinta, cinsault, syrah y viognier. Las uvas proceden de viñedos de entre cinco y cuarenta años plantados sobre suelos de pizarra y granito, bajo un clima mediterráneo con influencia oceánica. Es un vino que sintetiza la nueva generación de ensamblajes sudafricanos.
El cierre fue con Boekenhoutskloof Noble Late Harvest 2015, vino dulce elaborado con Semillón afectado por botrytis noble en Franschhoek, pensado para dialogar con postres, quesos azules, foie gras o simplemente como vino de reflexión.
El maridaje, diseñado por el chef Alberto Lazo, incluyó albóndigas de chicharrón con salsa ranchera y verdolagas, carnes rojas y, como cierre, un bizcocho de manzanilla ahumada con helado de té. Cada preparación buscó contrastar o acompañar los perfiles de los vinos, reforzando la versatilidad de estas etiquetas frente a una cocina de sabores intensos.
RRR