El 1 de enero de 2021, inició para América un viaje que solo el tiempo dirá dónde y cómo acabará. Santiago Hernán Solari Poggio, argentino de nacimiento, pero con un fuerte apego a España por el tiempo que pasó en dicho país, llegó a México para asumir como entrenador del Club América. Una elección sorpresiva, pero con el beneficio de la duda, una decisión que rompió costumbres, una decisión valiente, pero arriesgada, aunque su trayectoria en los banquillos es incipiente, pocos tienen los galones para llegar a la caseta del Real Madrid, sea del modo que fuere.
Segundo vuelo
A Solari el futbol le corre por las venas, se crió en una familia que lo ha tenido como modo de vida. La pelota, ha estado presente desde su infancia, fue un delantero exquisito, tras retirarse lo analizó con una lírica envolvente, lo cultivó en jóvenes y ahora lo vive en la máxima exigencia.
Del Solari futbolista se sabe todo. El Solari entrenador aprendió de Arrigo Sacchi y Vicente del Bosque, pero apenas va tomando horas de vuelo en la alta competencia. México y América son su segundo reto profesional. Con la cultura que fue recogiendo de los sitios en los que estuvo, —con horas destinadas a la lectura y al ajedrez—le dan un caché especial. Es capaz de simplificar el deporte en un párrafo, a través de su lenguaje le quita el lado comercial y lo remite a su esencia lúdica, evocando a las lecciones de los barrios de cualquier parte del mundo.
“El futbol permite que gente de todas las edades, de todas las razas y culturas, de todos los niveles educativos y clases sociales, se siente alrededor de su hoguera. Para verlo solo se necesita encender la tele, caminar hasta la plaza de la esquina o entrar en algún patio de colegio. Para entenderlo solo hace falta elegir un equipo y desear que gane. Para jugarlo solo se requieren un poco de ganas y cualquier objeto que pueda desplazarse con un puntapié”, escribió en su columna de El Charco, publicada en El País entre el 2007 y 2013.
Técnico solemne
En la sala de prensa apenas se le empieza a conocer en México, en el campo también. Es un tipo solemne que escucha atento y responde con respeto, explica y domina la escena. No se enganchará en polémicas ni montará líos delante de los micrófonos. Su tono será sereno y no beligerante. Reflexionará sobre el juego y prometerá trabajo, lo realizará sobre hasta lograr la asimilación de su metodología.
Santiago es, además, una mezcla de ideologías; conoce la idiosincrasia del sudamericano y el modelo europeo. Ya ha cambiado aspectos en los entrenamientos, estudia las virtudes de sus jugadores y no se deja llevar por el acta de nacimiento, cree en la meritocracia, así que jugará el futbolista que se lo gane en la práctica, llámese como se llame. Se adaptará a los jugadores que tenga para determinar su forma de juego.
Pero sabiendo que el sitio en el que está parado le ganará militantes o críticos. Variará de dibujo táctico, pero buscará corresponder a las formas. “Los sistemas siempre están al servicio de una manera de jugar o de los objetivos que uno tiene, y en un club como el América los objetivos son competir para ganar siempre”.
A Solari ya se la ha visto mandar sobre la raya de cal, reflexiona e interviene, busca alternativas, vive los juegos con pasión, sufre y disfruta. Se lamenta y festeja, alterna entre el juego de posesión o uno más directo. Si la cosa va bien está tranquilo y si sale mal no se martiriza.
También ha cambiado algunas costumbres, es entrenador, pero no pierde el atleta que lleva dentro, así que el día de partido es capaz de salir a correr por las calles de una ciudad desconocida, pero no pierde el rumbo. En ninguno de los dos partidos que lleva en México ha usado traje, pero ya se sabe que tiene la percha para vestirlo, quizá solo espera la ocasión especial. Como sea, al América ha llegado un entrenador de otra talla.