Polémico, criticado, talentoso e incomprendido, todo eso fue Javier Eduardo López en el Guadalajara. Desde su abrupta explosión al mundo del futbol mexicano ante Monterrey hasta su última indisciplina. El tiempo del último 10 rojiblanco llegó a su fin y lo hizo sin dejar a alguien indiferente.
Nacido en Torreón, pero forjado en las fuerzas básicas del Rebaño, López siempre destacó por una zurda privilegiada que muchas veces puso a prueba en el terreno de juego. El tema de su personalidad, por otro lado, siempre le pasó factura con una afición que muchas veces crea ídolos con base en el esfuerzo y no en los resultados. En ese limbo deambuló Javier Eduardo.
Ricardo Peláez anunció tajantemente que él, junto con otros tres futbolistas, no volvería a jugar en las Chivas. Después de siete años con el equipo en Primera División, y después de solo tres técnicos que supieron sacarle provecho, la paciencia de la institución se terminó. Su vida personal siempre fue su mayor debilidad.
El mayor defecto durante su estancia en el Rebaño fue generar altas expectativas de manera intempestiva, cargar con una comparativa que él nunca pidió pero que siempre se le reclamó como si hubiera sido obra de su autoría. Portar un dorsal que muchos insisten está destinado para las leyendas pero que para él siempre fueron solo dos dígitos.
Sus exhibiciones en la cancha en 2016 ante Rayados y Pumas crearon una presión impropia del resto de sus compañeros. Sus problemas extra cancha se convirtieron en la excusa perfecta para generar críticas hacia un jugador que siempre necesitó de un contexto muy claro en el campo, y que pocos entrenadores le supieron brindar.
Su tiempo en el Guadalajara duró una década, desde la primera vez que se puso la rojiblanca para aparecer en Tercera División hasta sus últimos 15 minutos ante Cruz Azul. 133 partidos y 16 anotaciones en Liga Mx después, se marcha un futbolista que puede presumir de haber sido una parte de la segunda etapa más importante en la historia del club.
JMH