Hugo Sánchez, el celoso

Historias de Reportero

Un grupo de reporteros hambrientos y cansados tuvieron que irse a la cama sin probar bocado tras una inusual petición del técnico del Tri en la Copa América 2007

Hugo Sánchez con su esposa Isabel Martín en 2007 (Mexsport)
Ricardo Magallán
Ciudad de México /

Era la Copa América 2007 en Venezuela. Era el evento para el que el presidente Hugo Chávez había cuidado cada detalle con la finalidad de acallar a sus críticos del mundo. El polémico mandatario quería revertir la mala imagen que tenía, que lo identificaba como un dictador, y el futbol, así lo creyó, le ayudaría.

Por eso el gobierno venezolano se esmeró de inicio en otorgar todas las facilidades y buen trato a los periodistas extranjeros que cubrían la Copa América. Así es como a los reporteros mexicanos se nos asignó un autobús para viajar a las distintas sedes donde la selección mexicana jugaría: Maturín, Puerto Ordaz y, por supuesto, Puerto La Cruz, que fue la ciudad de concentración del Tri de Hugo Sánchez.

Toda la delegación mexicana y la gran mayoría de periodistas que cubríamos al Tri, nos hospedábamos en el hotel Punto Palma, que era custodiado las 24 horas por militares y francotiradores que se colocaban en lo más alto de un cerro ubicado justo enfrente del lugar.

En día de partido, era ahí el punto de reunión para subir al camión facilitado por el gobierno venezolano para viajar hasta la ciudad donde jugaría la selección mexicana. Muy temprano tomamos carretera, eran viajes medianamente largos y muy tediosos por el mal estado de los caminos en Venezuela. Llegando al punto, apenas daba tiempo para comer y de ahí directos al estadio para el partido.

Culminado el encuentro, nos daban de dos a tres horas para enviar nuestro material a nuestras redacciones y de regreso a Puerto La Cruz. Viajábamos de madrugada de “regreso a casa”.

En uno de esos viajes, nos retrasamos por algunos compañeros que tardaron más en mandar su material y estábamos arribando al Punta Palma por ahí de las 7 de la mañana. Molidos por el viaje y el trajín de la chamba la noche anterior, muchos decidimos que, antes de subir a dormir unas horas antes de iniciar la nueva jornada laboral, desayunaríamos en el restaurante ubicado a un costado de la zona de albercas del hotel.

Éramos una porquería: despeinados, ojerosos, sucios, nos enfilamos del lobby hacia la puerta de salida al área de albercas que era custodiada por dos militares: “Perdón, no pueden pasar”, nos dijo uno de ellos al grupo de tres o cuatro reporteros que buscábamos con desesperación un buen café.

Explicamos que éramos huéspedes del hotel, que solo queríamos desayunar antes de ir a dormir y que no teníamos ninguna intención de hacer un acto terrorista más allá que llenar la barriga.

La respuesta fue igual de tajante: “No, tenemos la orden de no dejar pasar a nadie”.

Encabronados, subimos el tono de nuestra queja hacia los militares, sin obtener resultados positivos. Pero el escándalo que armamos llamó la atención de uno de los recepcionistas quien no tuvo de otra que acercarse al grupo de reporteros hambreados a dar una explicación: “Miren, lo que pasa es que en la alberca está la esposa de Hugo Sánchez, está con sus hijas, y la señora está en traje de baño y el señor no quiere que la vayan a molestar con fotos y cosas de esas. Perdonen las molestias”.

Nos quedamos estupefactos. Los celos de Hugo Sánchez nos mandaron a la cama con un hoyo en la panza.

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