Amissa Irakoze conoce bien los caprichos del lago Tanganica: las crecidas regulares que rozaban a veces su casa en Gatumba, en el noroeste de Burundi, y los reflujos que alejaban el peligro. Pero nunca pensó que el agua se llevaría a sus diez niños.
Un día de abril de 2020, al volver de su trabajo diario en los campos, descubrió su casa sumergida por el lago, cuyo nivel aumenta a consecuencia de los desajustes del cambio climático.
"Grité ¡mis niños, mis niños, mis niños!", recuerda esta madre soltera con un gesto desesperanzado. "Los niños fueron arrastrados por el agua, pero gente que sabía nadar los repescó... y me los trajo". Por suerte, todos se salvaron.
Amissa relata su historia desde el campo Kinyinya II, situado algunos kilómetros detrás de Gatumba, que acoge a más de 2 mil 300 personas desplazadas por las inundaciones. De día, un sol abrasador se cierne sobre esta sucesión de tiendas blancas con las letras "IOM", sigla en inglés de la Organización Internacional para las Migraciones de la ONU (OIM). De noche, se abre paso un frío húmedo y cortante. En sus callejuelas deambulan decenas de niños.
Antes, "cultivábamos, hacíamos trabajos que nos ayudaban a sobrevivir, pero desde que estamos aquí, no hacemos nada", explica unos centenares de metros más lejos Lea Nyabenda, llegada hace dos años. "La vida (es) miserable, el alojamiento y la falta de comida me angustian. Dormir en un lugar así con la casa tan grande y bonita que teníamos...", lamenta esta mujer de 40 años, también madre de diez criaturas.
Pueblo fantasma
Lea acepta volver a ver su antiguo hogar en Gatumba, una localidad que en las últimas décadas se había desarrollado en todas direcciones, dinamizada por el comercio con la cercana República Democrática del Congo. Incluso en las zonas junto a la orilla, donde no se podía construir, se levantaron nuevas edificaciones.
El barrio de Lea, Mushasha, es ahora mismo una ciénaga en la que se adentran brazos de agua del lago entre hierbas altas y casas, algunas milagrosamente intactas y otras abandonadas o directamente en ruinas.
"Aquí estaba mi casa", suspira al pararse ante un montículo de tierra y unos trozos de madera. "Allí había dos habitaciones, ahí una habitación, allí otra y esta parte de aquí, era el salón". "Evito venir aquí por temor a sentir la tensión que crece en mí".
Fantasmagórico, el barrio cuenta solo con un puñado de habitantes. No solo las casas resultaron dañadas.
"Hay escuelas que fueron destruidas, comercio... También hay los campos, cultivos que han sido inundados", asegura en el lugar Geoffrey Kirenga, director en el país de la ONG Save the Children, que ayuda a las familias desplazadas y a las que decidieron quedarse.
Un 65 por ciento de los desplazados de Gatumba son niños. Muchos ya no pueden ir a la escuela y algunos han empezado a trabajar para alimentar a su familia.
"Algunos niños se ponen a pescar, lo que es peligroso, no está protegido y les expone a heridas físicas", añade, lanzando una mirada preocupada a las aguas de esta zona, pobladas de hipopótamos y cocodrilos.
La ONG prevé un deterioro de la situación este año ahora que empieza la temporada de lluvias en Burundi.
Las salidas están bloqueadas
El país, densamente poblado y clasificado por el Banco Mundial como el más pobre del mundo en PIB per cápita, ha vivido varios éxodos por los conflictos que lo han sacudido. Ahora, la amenaza es otra.
Casi el 85 por ciento de los 113 mil desplazados internos lo son por desastres naturales, según la OIM, que sitúa a Burundi como uno de los 20 países más vulnerables al cambio climático. Los datos meteorológicos de los últimos años muestran una intensificación de las precipitaciones, especialmente las torrenciales, aseguran los expertos.
Además de las elevaciones "cíclicas" del nivel del agua observadas a lo largo de la historia, las crecidas actuales se explican por la contaminación de los múltiples ríos que desembocan en el Tanganica, señala Albert Mbonerane, ex ministro de Medioambiente y defensor del ecosistema del lago.
Esta contaminación amenaza con bloquear la única salida de agua, en el lado congoleño, del segundo lago más grande de África. De hecho, el agua apenas fluye desde 2020.
"Cuando veo todos los residuos sólidos, todo lo que lanzamos en los ríos... El lago vomita para decirnos ¿pero que queréis que haga?", afirma Mbonerane.
En la orilla al este de Gatumba, se extienden los barrios, los restaurantes, el puerto y el aeropuerto de la capital económica de Burundi, Bujumbura.
Hay parcelas inundadas y la mitad de una carretera de cuatro carriles que bordea el lago está actualmente cerrada, un recordatorio de la amenaza que se cierne sobre la mayor aglomeración de población de Burundi.
"A veces cuando hablamos de medioambiente, se diría que son historias que contamos cuando la realidad está aquí", se desespera Albert Mbonerane.
RM