Mujeres de las barriadas de Sudáfrica, entre el olvido y la inseguridad

Contra las violaciones, las mujeres han implementado un sistema de alerta. En caso de ataque, algunos silbidos y llega un grupo de mujeres a defenderlas.

Barriada Alexia en Sudáfrica. (AFP)
Agencia AFP
Alexandra, Sudáfrica /

La norma no ha cambiado desde el apartheid: el lugar está prohibido a los hombres. En la deteriorada Alexandra, una de las barriadas más pobres de Sudáfrica, miles de mujeres viven atrapadas por la miseria y el miedo al crimen.

Sentada en un pasillo de hormigón, Brenda reniega. La electricidad no ha vuelto desde el apagón de la víspera. No pudieron cenar y para desayunar se conformaron con agua y pan.

"Aquí nada funciona. No hay agua, no hay electricidad, nada", maldice esta mujer de 62 años, que no quiere dar su apellido. Un poco más lejos, un charco desprende un olor fétido. Los baños públicos se volvieron a taponar.

Desde que cruzó las vallas de este abarrotado "hostel" de Johannesburgo por primera vez hace casi 40 años, su pelo emblanqueció, ganó peso y perdió ilusión. La llegada de la democracia en 1994 nada cambió.

Viviendas desgastadas y olvidadas. (AFP)

Llegada de una provincia rural para encontrar trabajo y una vida mejor, ya nunca dejó ese distrito de casas de ladrillo que se ha convertido en una especie de prisión para ella. Ocho bloques, cinco plantas, ropa secándose en los pasillos y un patio lleno de desechos.

Brenda vive con otras 8 mil mujeres, la mayoría desempleadas, y unos 3 mil niños, muchos de ellos nacidos en ese distrito. Esa mañana, aunque es hora de clase, muchos juegan por sus calles.

Los alojamientos de una sola habitación sólo disponen de una cama, pero varios ocupantes. El alquiler es módico, de un centenar de rands (unos 6,6 dólares), pero raramente es pagado.

Concebidos en un inicio por hombres, los "hosteles" son una invención del régimen racista blanco para disponer de una reserva de mano de obra negra, a menudo empleada en las minas y arrinconada en la periferia de las ciudades. La mezcla estaba prohibida y también el traslado de la familia al lugar.

Barriada en Sudáfrica. (AFP)

Después del apartheid, estos inmuebles empezaron a acoger a miles de zulúes llegados para probar suerte en la capital económica del país. 

"La vida es sufrimiento"

Pero estos dormitorios de mala fama, donde la policía solo se adentra con prudencia, son herencia de un pasado sombrío y símbolo doloroso de los fracasos del presente. En un país con un desempleo récord, el 41.5 por ciento de las mujeres negras no tienen trabajo, contra un 9.9 por ciento de las blancas.

Los diferentes gobiernos han prometido rehabilitar estos alojamientos públicos abandonados, donde los cables eléctricos cuelgan del techo y las alcantarillas rebosan. Pero es difícil encontrar rastro de los millones prometidos y desaparecidos.

A principios de los años 1990, en lo que se denominó "la guerra de los hosteles", los militantes del ANC de Nelson Mandela y los militantes del Partido Inkhata respaldado por los servicios de seguridad del poder blanco se enfrentaron en unos disturbios que causaron cientos de muertes.

En las destartaladas escaleras del hogar Helen-Joseph, construida en 1972, sobrevive un antiguo cartel del ANC. Pero el enemigo ahora es la criminalidad.

Hace algunos años, una mujer fue violada y apuñalada en su habitación. La policía jamás encontró al culpable, explica Nomvelo Nqubuko, de 28 años. "Vivimos en el miedo, pero no tenemos ningún sitio adonde ir", dice.

Contra las violaciones, las mujeres han implementado un sistema de alerta, explica Patronella Brown, de 32 años, en el hogar donde vive desde hace cinco años. En caso de ataque, algunos silbidos y llega un grupo de mujeres a defenderlas.

"Nadie puede vivir así, sobre todo con niños", dice Patronella. A veces, explica, encuentran bebés recién nacido entre la basura, envueltos en bolsas de plástico.
"La vida es sufrimiento aquí", asegura.

Y para los jóvenes nacidos en esa barriada, el horizonte no se extiende demasiado lejos. Phokgedi Lekga no ha conocido otra cosa que la triste habitación que comparte con su madre.

"¿El futuro? Es borroso", afirma entre desilusionadas caladas a un porro.


DMZ

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