Alina prepara el café, el té y los sándwiches, pero ha sido un gato asustado tras escapar con su dueña del conflicto bélico el que la ha marcado. Es su primer día como voluntaria y se desespera al explicarlo, intenta no llorar y prefiere no terminar la oración que comenzaba con “todo está muy complicado”.
El lunes pasado cambió la ruta hacia su trabajo. Decidió no presentarse a la compañía rumana donde es directora de proyectos y se dirigió a Gara de Nord, la estación de trenes del norte de Bucarest, en donde todos los días llegan decenas de desplazados por el conflicto armado entre Rusia y Ucrania.
“Tomé un día libre especialmente para esto, porque pensé que en el fin de semana hay mucha gente que puede venir, pero en la mitad de la semana no. Y por eso pensé que sería una buena idea tomar un día libre y venir acá”.
No sabía de qué forma ayudar y se enteró por redes sociales en dónde se podía presentar, qué era lo que más necesitaban y en qué días podía ser más útil.
"Es mi primer día aquí porque creo que ahora todo mundo piensa cómo puede ayudar, en Facebook está un grupo que se llama 'Unidos por Ucrania' y allá están muchos anuncios de qué es lo que la gente que llega aquí necesita. Leí y traje cosas para donar y, claro, pregunté si hay algo que puedo hacer y estoy aquí para servir café y sándwiches para la gente que está en tránsito".
Fue asignada a una de las áreas de mujeres y bebés. Porta un chaleco amarillo para que las personas sepan que las puede ayudar. Habla rumano y un poco de español, inglés y ucraniano. En una enorme mesa calienta el agua, prepara el café y acomoda tés de distintos tipos, sándwiches y galletas.
Tenía pocos minutos de haberse instalado cuando, al instante, la historia de un gato se le quedó clavada.
“Yo tengo dos gatos y la primera persona que tengo que ayudar fue una persona que tenía un gato y estaba un poco asustada porque no sabía qué hacer con su animal, y cuando pienso en mis gatos, está muy difícil. Le dije que yo también tengo gatos, que entiendo lo que siente y que yo haría lo mismo que ella hace, salvarme yo y salvar a mis gatos, yo no podría dejarlos”.
Alina ayuda en todo lo que puede, vigila que nadie se quede sin una bebida caliente para calmar los -2 grados que afuera se sienten, que los niños tengan algo de comer y que alguien los vigile mientras sus madres descansan.
Repite una y otra vez que “está muy difícil”. Se toca la cabeza, el cabello, se limpia el sudor de las manos, decenas de personas abarrotan el salón y cada hora entran más y más. Ella siente que no se da abasto.
“Está muy difícil porque nunca pensé que vamos a llegar a esta situación y lo siento mucho por la gente de Ucrania, creo que nadie tiene que pasar por esas cosas y por eso creo que tenemos que ayudar con todas las cosas que podemos. Está muy difícil y claro, todos los niños y toda la gente que está aquí es un poco… es…”, dice en otra frase que no termina, le tiemblan los ojos y sigue corriendo de aquí a allá.
“Me gusta pensar que todo el mundo haría la misma cosa para nosotros, si nosotros estamos en la misma situación”, agrega.
Se acabó el agua, ya no hay té, se requieren servilletas, este niño pide otra galleta y alguien pregunta por atención médica. Las peticiones vienen de cada extremo de la mesa. Está nerviosa, como cualquiera en su primer día, con la diferencia de ella está frente a personas que vienen huyendo de un conflicto, que lograron esquivar las bombas, que por milagro están vivas. Personas que no la conocen, pero que en verdad la necesitan.
EHR