En medio de un silencio interrumpido por repentinas ráfagas de viento varios turistas caminan entre escombros y hierros que se acumulan en las calles de lo que antaño fue la bulliciosa Villa Epecuén, Argentina. Otros fotografían los árboles petrificados que parecen salidos de una película de terror.
Los visitantes leen los carteles que indican dónde, 36 años atrás, se erigía un hotel o un restaurante de los que ahora no quedan más que algunas paredes en pie debido a una inundación que durante dos décadas dejó sumergida esta localidad, meca del turismo durante una buena parte del siglo XX.
También captan imágenes de vehículos oxidados y viviendas que fueron abandonadas precipitadamente, mientras las aves sobrevuelan las aguas saladas del Lago Epecuén que bañan las ruinas.
En medio del desolado paraje, el espejo de agua gris que ocupa 17 mil hectáreas destaca por sus propiedades curativas y por ser fuente de alimento de los flamencos australes. El 10 de noviembre de 1985 mostró su poder destructivo al avanzar sobre las calles de Villa Epecuén luego de que un alto terraplén que las protegía se desmoronó a causa de una tormenta intensificada por los vientos del sur.
Silvia Sabatelli y Teresa Videla fueron dos de los cientos de personas que, durante el feriado del 8 al 11 de octubre, pasearon entre las ruinas y observaron las quietas aguas del lago desde el antiguo balneario municipal, donde aún se pueden ver algunas piscinas destruidas. Era su primera salida turística desde que en marzo de 2020 la pandemia impactó en Argentina.
“Tiene una energía especial; es tétrico pero a la vez es pintoresco. Esto es historia”, dijo Sabatelli a The Associated Press.
Villa Epecuén, más de 500 kilómetros al suroeste de Buenos Aires, no es un destino como otros tradicionales de Argentina visitados por sus imponentes cascadas, nevadas cumbres o hielos flotantes. Pero su entorno apocalíptico sigue sorprendiendo y es un polo magnético para muchos argentinos, que han retomado las salidas turísticas en medio del descenso de loscontagios de covid-19.
“El turismo fue muy afectado por la pandemia, pero fuimos rearmándonos. Somos un pueblo con resiliencia, somos como el ave fénix, resurgimos de las cenizas”, dijo a AP la guía turística Viviana Castro, antigua vecina de la villa.
Claudio González y Silvina Palacios caminaban por lo que fue la avenida principal de la villa con su pequeña hija Thais observando los restos de una escuela, un banco y las salas de baile que décadas atrás se colmaban de turistas.
Ambos dijeron sentir una mezcla de tristeza y melancolía porque “terminar así es impensable”, pero al mismo tiempo se sintieron dichosos de hacer turismo al aire libre, en un paraje tranquilo y de naturaleza inusual.
“La pandemia fue un momento difícil y de a poco nos estamos moviendo a la normalidad, de a poco vamos a ir saliendo", afirmó Palacios, quien pasó mucho tiempo encerrada durante el periodo de cuarentena.
Los estudiantes Camila Molinari y Juan Toscanini tenían entre ceja y ceja este destino.
"Nos llamaba la atención el lugar de destrucción y abandono. Es una escena que no se puede ver en cualquier otro lado”, dijo el joven mientras observaba la fantasmal torre del antiguo Matadero de Villa Epecuén, diseñado en 1937 por el arquitecto Francisco Salamone.
A muy pocos kilómetros Carhué es el pequeño pueblo que acoge a los visitantes de la localidad destruida. Durante el fin de semana largo de octubre sus hoteles, provistos de unas mil plazas y piscinas con agua proveniente del lago, registraron un 100 por ciento de ocupación, como decenas de otros destinos en el país sudamericano.
Las aguas del Lago Epecuén -que dio origen a la villa balnearia en 1921- tienen una altísima salinidad y una gran concentración de minerales que se usan para tratar afecciones reumatológicas y de la piel, además de tener propiedades desinflamantes.
A fines de 2019 la Cámara de Diputados aprobó un proyecto de ley -que debe ser revisado por el Senado-, que declara Lugar Histórico Nacional las ruinas de Epecuén. En sus argumentos destaca que fue el “eje hidrotermal más moderno de Argentina y Sudamérica” y que por la riqueza mineral y salinidad de las aguas y el fango la localidad se convirtió en refugio de adultos “que buscaban alivio en la salina para los problemas óseos, articulaciones y piel ” y que los "integrantes de la comunidad judía la elegían como lugar de veraneo por las similitudes de las propiedades del agua con las del Mar Muerto”.
Rubén Rivas, de 73 años, nadaba con cierta dificultad en la piscina termal de un hotel de Carhué mientras su esposa Otilia Núñez, de la misma edad, se apoyaba sobre el borde.
“Hacía dos años que no podíamos salir, no teníamos vacunas. Ahora podemos salir de a poquito a nuestra Argentina otra vez, me da alegría", señaló la mujer.
Los propietarios de ese y otros hoteles de Carhué hicieron un gran esfuerzo para reconstruir los complejos de piletas, inutilizados durante la pandemia y afectados por la gran salinidad del agua.
Los empresarios hoteleros y gastronómicos sueñan que visitantes de países limítrofes comiencen a llegar tras la apertura de las fronteras el 1 de octubre y que, a partir de noviembre, se sumen los del resto del mundo. Así ocurría antes de la pandemia, cuando viajeros internacionales visitaban las ruinas que en 2006 salieron a la luz luego de que el nivel del agua comenzó a descender.
“Veníamos en ascenso y la pandemia nos planchó, pero creo que tenemos la posibilidad concreta de arrancar”, dijo a AP Rubén Besagonill, dueño del Epecuén Hotel & Spa Termal y del Carhué Hotel & Spa Termal, situados en esa última localidad y llenos de turistas que visitan el cercano pueblo fantasma.
La mayor afluencia de viajeros había comenzado en las vacaciones de julio y se disparó durante el largo feriado de octubre. Los dueños de hoteles y los guías ya se frotan las manos esperando una llegada de turistas más numerosa de lo que preveían en los próximos dos meses.
Castro indicó que brasileños, italianos, colombianos, chilenos y bolivianos ya han concretado reservas para antes de fin de año, cuando comienza el calor.
La Playa Ecosustentable, a orillas del Lago Epecuén y cerca de las ruinas, aguarda con sombrillas de paja, como si fuera un resort del Caribe, con la diferencia de que en sus alrededores se alzan árboles petrificados por el efecto de la sal, con ramas desnudas y retorcidas.
ledz