Artesanos del alma papal se preparan para vestir y calzar al nuevo Santo Padre

Raniero Mancinelli hizo personalmente trajes para los últimos tres pontífices, incluido Francisco; ya se prepara para el cuarto.

Mancinelli confecciona a mano las piezas para entregarlas al Vaticano. (Foto: Davis Rodríguez)
David Rodríguez
Ciudad del Vaticano /

Entre callejones empedrados y ecos de siglos en las paredes, hay talleres donde aún se trabaja con la devoción de los antiguos. No están en lo alto del Vaticano ni bajo vitrales dorados, pero allí se forja una parte sagrada del pontificado. 

Raniero Mancinelli y Antonio Arellano no predican con palabras, sino con tela e hilo, con cuero y fuego. Son los artesanos que visten y calzan al papa. Los que preparan el cuerpo para la solemnidad del alma.

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Mancinelli cose la sotana de un cuerpo desconocido

Raniero Mancinelli cose el tiempo. Sus manos, ágiles pero cargadas de historia, han tocado las sotanas de tres papas y ya se preparan para el cuarto.

"Aún no puedo creerlo, ya llevo cuatro papas. Esperemos seguir con vida para vestir al quinto", dice con una mezcla de humildad y asombro que desarma.

Su taller no huele a incienso, sino a tela recién cortada. A medida que las agujas danzan sobre el lino blanco, Mancinelli no cose solo un atuendo, sino una presencia. Ajusta bordes, prueba cortes, mide a ciegas cuerpos que aún no han sido elegidos, porque el nombre del sucesor de Francisco es todavía un misterio. Pero la fe del sastre está por encima de eso.

"Amo mi trabajo. Y como papa uno debe hacerlo con mayor concentración, mayor placer, mayor delicadeza", murmura, como si se tratara de un acto de oración.

Cada papa tiene su alma y su estilo. Juan Pablo II prefería la sobriedad solemne, Benedicto XVI el detalle refinado, Francisco la austeridad elegante. Mancinelli ha sabido interpretar cada espíritu a través de una tela. Y ahora espera al nuevo. Con la paciencia de quien sabe que la historia no se apura.

Arellano desea "seguir los pasos" del nuevo papa

A unos pasos de ahí, en una pequeña esquina que parece sacada de otro siglo, Antonio Arellano martilla con suavidad el cuero. El zapatero de los papas. Peruano, afincado en Roma desde hace más de treinta años, encontró en este rincón del mundo su altar de oficio.

"Cuando fue papa, le hacía los negros, como pueden verlo en la foto", cuenta mientras acaricia unos mocasines con la delicadeza de quien toca una reliquia.

Sus zapatos no buscan la moda, buscan eternidad. Arellano entiende que cada paso del Santo Padre es un símbolo, y que el zapato no debe molestar, pero sí sostener, conducir.

"No es magia. Es trabajar bien y ser gentil con la gente. Así es como llegan. Así es la magia", dice, sonriendo con los ojos.
Antonio Arellano vive en Roma desde hace más de 30 años, donde dedica su vida al oficio zapatero. (Foto: David Rodríguez)

Y sí, hay magia. Pero una que no brilla, sino que se queda escondida bajo las vestiduras blancas y los pasos firmes del pontífice.

Mancinelli y Arellano no buscan la fama, ni la gloria. Les basta con saber que algo de ellos irá donde el papa vaya, que una parte de sus almas acompañará al sucesor de Pedro en cada bendición, en cada discurso, en cada oración.

"Te sientes grande en el espíritu. Es una cosa maravillosa", confiesa Arellano.

Ellos no hablarán desde un balcón, no dirigirán misas multitudinarias, pero estarán ahí. Siempre ahí: vistiendo la fe, calzando la esperanza y moldeando la historia con las manos.

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ksh

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