Asesinatos y crueldad: esta es la historia de Vlad 'el empalador', el Drácula de la vida real

El personaje de Drácula se basó en Vlad III, un hombre que ordenó asesinar a más de 100 mil personas con métodos violentos.

Retrato de Vlad III y Gary Oldman en "Drácula, de Bram Stoker". (IMDb)
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Drácula es un personaje que ha trascendido generaciones. Desde su concepción en los libros hasta las diferentes versiones que ha recibido en el cine, pero, ¿sabes cuál es su origen? ¿Por qué su historia se desarrolla en Transilvania? ¿Cuál es la conexión que tiene con el mundo real? aquí te contamos.

La novela de horror romántico del Bram Stoker, publicada en 1897, logró fusionar las palabras “Drácula” y “vampiro”, puesto que la primera es sinónimo de la segunda desde la creación de la obra. 

“Bram Stoker no inventó la figura del vampiro; esta es tan antigua como la humanidad misma y puede hallarse en las leyendas de casi todos los países. Todo lector recibe una impresión imborrable de las terribles probabilidades que se esconden en la existencia humana”, son frases utilizadas para vender la primera edición de Drácula, del escritor irlandés.

Stoker consiguió el éxito al abordar, de manera realista, una historia de vampiros. Ello permitió nuevos productos que hicieron crecer la popularidad de la leyenda original sobre los hombres-murciélagos y así, en consecuencia, llegó al cine.

El actor Bela Lugosi conquistó al público cuando interpretó a Drácula, es el primero que se nos viene a la mente cuando oímos del personaje. También apareció Nosferatu, la particular versión del expresionismo alemán; y, más cerca de estos tiempos, Francis Ford Coppola le aportó un nuevo matiz.

Drácula es uno de los monstruos por excelencia de los últimos dos siglos y su popularización se dio, en parte, gracias a la novela de Bram Stoker.

El actor Bela Lugosi interpretó a Drácula en 1931. (IMDb)

Vlad III

Recordemos el inicio de la película de Coppola, lanzada en 1992, para ponerle rostro al personaje. 

La historia del Drácula, de Bram Stoker se remonta al siglo XV, una época que tenía entre sus líderes políticos y militares a un hombre apodado "Tepes" (empalador) que era peor que el vampiro. Se cree que durante su gobierno ordenó matar alrededor de 100 mil personas, la mayoría mediante la técnica del empalamiento.

Vlad III Dracul, príncipe rumano hijo de Vlad II, gobernador de Valaquia y enemigo de, entre otros, los turcos, fue el hombre real que inspiró al autor. Stoker lo consideraba un enviado del infierno. Llegó a él a través de leyendas alemanas, húngaras y rusas que encontró mientras hacía investigaciones sobre lo oculto.

El rumano no tenía ningún vínculo con la leyenda del vampiro, pero dos aspectos particulares de su vida llevaron al escritor a pensar que podía ser el personaje ideal para ser el molde de su monstruo perfecto: la crueldad de sus ejecuciones y la idea de vida interrumpida.

"Drácula, de Bram Stoker" se estrenó en 1992. (IMDb)

El empalador y sus métodos crueles

Vlad III recibió el poder a los 25 años, pues se convirtió en voivoda, o gobernador, de Valaquia en 1456 y se mantuvo durante seis años. Su apodo se debe a que, durante su reinado, buscó mantener el orden mediante castigos crueles e inimaginables, siendo el empalamiento su favorito.

Así surge la relación entre la crueldad y lo vampiresco, por la forma en que se realizaban las ejecuciones. Aquella persona que hacía o causaba grandes males era vista como alguien que hacía tratos con el diablo. Y diablo y vampiro, a veces, es considerado lo mismo.

Solo en 1462, Tepes ordenó asesinar a más de veinticinco mil personas de todas las poblaciones. Sus motivos eran lo sexual (cuando "atentaban" contra su moral), lo religioso y lo militar.

Cuando algo no le gustaba o imperaba contra el orden de Valaquia, Vlad III lo eliminaba. Incluso, ordenó matar a familias enteras, incluyendo niños muy pequeños para que no se vengaran de él cuando fueran mayores.

A una campesina que le había confeccionado a su marido una camisa demasiado corta, que le dejaba parte del cuerpo libre cuando trabajaba, la mandó a empalar.

Al prior de un convento de franciscanos que se atrevió a darle un sermón por haber asesinado a una familia de boyardos lo mandó a empalar y se aseguró de que el palo atravesara su cerebro, ya que su insolencia había provenido de allí.

A un hombre que le preguntó cómo hacía para soportar el olor de los empalados lo mandó a empalar en lo alto, para que desde arriba pudiera respirar aire puro.

También hubo quienes tuvieron suerte ante sus impredecibles cuestionamientos. Fueron pocos, pero los hubo. Vlad recompensó a un monje al que le preguntó si era lícito aplicar castigos crueles, pues su respuesta fue que sí, que podía hacer lo que quisiera. 

Un comerciante florentino al que le habían robado ciento sesenta ducados casi es condenado cuando Tepes le repuso su dinero, pero con un error: le dio uno extra. El comerciante le devolvió el ducado de más y el gobernador, sorprendido, lo premió regalándoselo. “Si no me lo hubieras devuelto te habría empalado”, le dijo.

Tepes no solo empalaba. También decapitaba, mutilaba narices, orejas y órganos sexuales; cegaba, estrangulaba, ahorcaba, quemaba, hervía, despellejaba, asaba, desmembraba, clavaba, enterraba vivo, apuñalaba; arrojaba a las fieras y sobre palos puntiagudos y obligaba a comer carne humana.

Tanto en la tradición alemana, como en la rusa y la rumana, el príncipe torturaba por placer. Los alemanes aseguran que sus orgías de muerte eran innecesarias y arbitrarias, pero los rusos señalan que si bien era cruel también era justo. De hecho, hay quienes lo consideran un héroe rumano.

Las historias sobre sus atrocidades varían dependiendo de quien las cuente. Se dice que las ciudades sajonas tenían interés de difundir una imagen completamente negativa de Vlad III; que el lector de la época exigía morbo; y que Tepes nunca superó la crueldad de sus contemporáneos, pues sus métodos eran comunes en la época.

Stoker determinó que las facultades vampirescas de Vlad III se debieron a los castigos que ordenaba y a su vida interrumpida, una noción que parte de la idea de que la vida debe ser vivida hasta el final. Esto tiene que ver con la violenta muerte que recibió el voivoda en manos de los turcos.

Una tercera conexión entre Tepes y los vampiros es su apodo Dracul. Vlad II y Vlad III se lo debían a la orden draconiana de Segismundo; un atributo que derivaba del latín “draco”, que a su vez “drac” significa diablo.

Relación con Transilvania

Stoker necesitaba un lugar para ambientar su historia y Transilvania, hoy en día región de Rumania, fue perfecto. Las razones: Vlad III había nacido ahí, además de que vivían rumanos, húngaros, szekler y alemanes.

La fascinación del autor por lo misterioso y lo vampiresco lo llevó hasta Transilvania, donde recogió material bibliográfico más que necesario para crear su obra maestra.

El irlandés, que ya pensaba en la posibilidad de hacer un personaje que fuera un “supervampiro”, terminó de decidirse por Drácula después de un encuentro que tuvo con el orientalista Hermann Vambery durante una tarde de 1890. El viajero húngaro fue quien le informó sobre la existencia de Tepes y sus leyendas.

En su investigación también notó que los rumanos creían fervientemente en los vampiros. La zona lo seguía alimentando de contenido para su obra. En diferentes trabajos halló espeluznantes manuscritos que describían costumbres que realizaban los habitantes de Transilvania hasta principios del siglo XX y que estaban relacionadas con la leyenda del vampiro.

Según varios relatos, los rumanos desenterraban cadáveres para comprobar si se habían convertido en vampiros. Sin embargo, si el proceso de descomposición estaba completo, lavaban los huesos con agua y vino y los volvía a enterrar.

Si no lo estaba, la cuestión era diferente. Cuando un cadáver era considerada un vampiro, se le atravesaba el ombligo con una estaca o se le arrancaba el corazón para quemarlo o cortarlo en trozos. Si se elegía la primera opción, las cenizas eran arrojadas al río o la bebían los enfermos.

En 1897, Stoker finalmente unificó las figuras de Vlad III y el “supervampiro” en Drácula. Su novela original, representante de la literatura tardía del período romántico y dueña de una estructura poco convencional, asustó -y lo sigue haciendo- por el sútil uso del fantástico.

Las ventas del libro reflejan el terror que causó la obra. Diferente es el lema de la película de Coppola, donde se puede leer la frase “El amor nunca muere”.

Ambos trabajos, el de Stoker y el de Coppola, demuestran que el personaje no deja de reinventarse, es un monstruo popular que con el correr de los siglos puede evolucionar y, dependiendo de qué artista lo trabaje, seguir asustando o enamorando.

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