• Doctrina Monroe: dos siglos de influencia, polémica y poder en las Américas

La publicación del proyecto de Seguridad Nacional estadunidense reavivó el lema y las implicaciones del "América para los americanos".

Diego Salcedo
Washington /

Hace 202 años, cuando el presidente James Monroe envió su mensaje al Congreso estadunidense en diciembre de 1823, difícilmente imaginó que una de sus líneas se convertiría en el eje de la política exterior de Washington hacia el hemisferio occidental durante los siguientes dos siglos.

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Aquella frase —“América para los americanos”, aunque no fue escrita literalmente—, sintetizó una postura que, con el tiempo, sería reinterpretada, cuestionada, combatida y utilizada como justificación para intervenciones militares, presiones diplomáticas y estrategias geopolíticas contradictorias. Hoy, la Doctrina Monroe sigue siendo un referente cargado de historia y controversia.

Sus principios son claros: América no debe ser considerada como territorio para futuras colonizaciones de potencias europeas

Estados Unidos se compromete a no interferir en los asuntos internos de Europa y exige reciprocidad: que las potencias del Viejo Continente no intervinieran en los asuntos de los países independientes del territorio americano y se establece que quedan bajo la esfera de influencia exclusiva de Washington.

“La doctrina representó el inicio de la relación, a menudo de propiedad, de Estados Unidos con Latinoamérica. Sin embargo, cabe destacar que, al momento de su anuncio, la Doctrina Monroe era más una exhibición simbólica que una demostración de poderío militar”, sostienen los académicos Britta y Russell Crandall.

Pero el pronunciamiento no impidió que las acciones europeas violaran la advertencia de Monroe, como la anexión británica, en 1833, de las Islas Malvinas (que Argentina reclama); la reafirmación del control colonial español en Santo Domingo (actual República Dominicana) en 1861 o, la más famosa, la maniobra de Napoleón III para apoyar a Maximiliano de Habsburgo en México durante la Guerra Civil estadunidense.

Europa apoyó a Maximiliano de Habsburgo en la Guerra Civil estadunidense. | BBC

América: de su defensa al control

A comienzos del siglo XIX, las monarquías europeas se reorganizaban tras la derrota de Napoleón. España intentaba recuperar sus colonias latinoamericanas, y la Santa Alianza —liderada por Rusia, Austria y Prusia— barajaba intervenir en el continente. En 1823, Estados Unidos aún era un país joven y con capacidad militar limitada.

El gobierno de Monroe, influido por su influyente secretario de Estado John, Quincy Adams, buscaba evitar que Europa reinstalara formas coloniales en la región. La declaración fue contundente: cualquier intento europeo por intervenir en el hemisferio sería visto como un acto “hostil” hacia Estados Unidos.

La postura tenía un interés práctico: proteger la expansión y el ascenso de Estados Unidos en un hemisferio donde nuevas repúblicas latinoamericanas luchaban por consolidarse.

Pero durante buena parte del siglo XIX, Estados Unidos carecía de medios para hacer cumplir la doctrina, si bien su mera existencia alimentó el imaginario del llamado Destino Manifiesto, la creencia de que la nación estaba destinada a expandirse por el continente.

Hacia finales del siglo, con Estados Unidos fortalecido tras la Guerra Civil, la Doctrina Monroe adquirió nueva relevancia.

En 1895, en la disputa fronteriza entre Venezuela y la entonces Guyana Británica, Estados Unidos invocó la doctrina para exigir que el Reino Unido aceptara un arbitraje, demostrando que ahora sí tenía peso para imponerla.

La Guerra Hispano-Estadunidense de 1898, que terminó con la ocupación de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, marcó otro giro: el discurso anticolonial convivía con prácticas abiertamente imperialistas.

El “Destino Manifiesto” fue la primera búsqueda de expandir el poder de EU en el continente. | BBC

El Corolario Roosevelt: vía libre para intervenir

En 1904, el presidente Theodore Roosevelt añadió un capítulo decisivo con su corolario a la Doctrina Monroe. Allí sostuvo que Estados Unidos no solo tenía el derecho de impedir la intervención europea en América, sino de intervenir “preventivamente” en países latinoamericanos para garantizar la estabilidad y el pago de deudas.

Con ello, la doctrina dejó de ser una advertencia a Europa para convertirse en una política activa de control regional.

Las consecuencias fueron inmediatas: intervenciones militares en República Dominicana, Haití, Nicaragua y Cuba; ocupaciones prolongadas y protectorados financieros; imposición de gobiernos afines a Washington.

La frase “América para los americanos” se reinterpretó como “América para los estadunidenses”, un sentimiento que alimentó la desconfianza latinoamericana hacia Washington y que en gran medida se preserva hasta nuestros días.

Para la mayoría de países latinoamericanos, la Doctrina Monroe ha sido durante décadas un símbolo de paternalismo, injerencia y hegemonía.

Intelectuales latinoamericanos como Rubén Darío o José Enrique Rodó denunciaron la contradicción entre la retórica de defensa continental y la realidad de intervenciones militares.

“Esas pobres repúblicas de la América Central ya no será con el bucanero Walker con quien tendrán que luchar, sino con los canalizadores yankees de Nicaragua; México está ojo atento, y siente todavía el dolor de la mutilación; Colombia tiene su istmo trufado de hulla y fierro norteamericano”. escribió Darío en 1898, quien calificaba a Monroe de “fanfarrón”.

México a la defensiva

Gobiernos de izquierda y nacionalistas —como los de México, Argentina o Brasil en distintos momentos del siglo XX— cuestionaron abiertamente la doctrina, argumentando que Estados Unidos la utilizaba para proteger sus intereses económicos, no los de la región.

En 1919, Venustiano Carranza declaró oficialmente que México no había reconocido —y no reconocería— la Doctrina Monroe, considerándola como “un protectorado arbitrario impuesto sobre pueblos que no lo han solicitado ni lo necesitan”.

Sostuvo que la doctrina atentaba contra la soberanía e independencia de México y no era recíproca, por lo que la consideraba injusta.

La creación de organismos regionales como la Organización de Estados Americanos (OEA) en 1948 tampoco disipó las suspicacias pues para muchos, la institución reforzaba la influencia política de Washington.

Venustiano Carranza se opuso a la intervención de la doctrina en México. | Especial

Guerra Fría: la doctrina vuelve a emerger

Durante la Guerra Fría, la Doctrina Monroe resurgió como proyección geopolítica. Estados Unidos justificó múltiples acciones para evitar la expansión de la Unión Soviética en el hemisferio: desde el bloqueo a Cuba tras la Revolución de 1959 hasta el apoyo a golpes militares y contrainsurgentes en Chile, Guatemala, Brasil, Argentina y otros países.

El mensaje era no permitir la presencia de potencias hostiles en América. Pero las implicaciones fueron evidentes: regímenes autoritarios respaldados por Washington, violaciones a los derechos humanos y un legado de resentimiento político que perdura en muchos países.

Tras la caída del Muro de Berlín, varios presidentes estadunidenses intentaron distanciarse de la Doctrina Monroe. Bill Clinton habló de “asociación” hemisférica. Barack Obama llegó a declarar en 2013 que “la era de la Doctrina Monroe ha terminado”.

Aun así, las percepciones han sido contradictorias. Muchos analistas consideran que, aunque el nombre dejó de usarse, la lógica estratégica —impedir la injerencia de potencias rivales y promover democracias afines— persistió en la práctica.

En los últimos años, China se convirtió en el principal socio comercial de varios países latinoamericanos, con inversiones en puertos, telecomunicaciones, minería y energía. La huella creciente del coloso asiático generó inquietudes en Washington y reactivó debates sobre si la Doctrina Monroe seguía viva.

Durante el primer gobierno de Donald Trump, funcionarios como John Bolton mencionaron explícitamente la doctrina y aseguraron que seguía guiando la política hacia Venezuela y Cuba. Aunque la administración Biden evitó el término, la preocupación por la creciente influencia china y rusa en el hemisferio mantiene vigente el debate.

Desde el primer gobierno de Trump, políticos de su gabinete ya enunciaban el regreso de la Doctrina Monroe. | AFP

¿Doctrina de defensa o instrumento hegemónico?

Los defensores de la Doctrina Monroe sostienen que contribuyó a mantener a América Latina libre de colonización europea y que sirvió como base para un orden hemisférico relativamente estable. Argumentan que, sin ella, potencias externas habrían intervenido más agresivamente.

Sus detractores afirman lo contrario: que la doctrina legitimó décadas de intervenciones estadunidenses, debilitó la soberanía de países latinoamericanos y condicionó su desarrollo político y económico.

A 202 años de su nacimiento, la Doctrina Monroe continúa siendo vista por historiadores como un punto de referencia inevitable para entender la política exterior de Estados Unidos y las relaciones hemisféricas. Sus efectos —protección, intervención, hegemonía o estabilidad, según quién lo interprete— moldearon gran parte de la historia latinoamericana.

“La naturaleza cambiante de la dinámica hemisférica ha dejado atrás la Doctrina Monroe: lo mejor que podría pasarle a su legado es que retroceda al pasado”, sostienen Britta y Russell Crandall.

MD

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