En los peores momentos de la pandemia de covid-19, Martha Medina visitaba de vez en cuando su negocio cerrado en la Calle Olvera, la más antigua de Los Ángeles, para asegurarse de que todo estaba en orden.
Las paredes estaban llenas de coloridos atuendos folclóricos de todos los estados de México. En la parte trasera había trajes de mariachis negros con bordes dorados o plateados. En un armario de vidrio se veían artesanías con calaveras y otras figuras alusivas al Día de Muertos.
Lo que no había eran clientes, empleados ni música de cumbia, mariachis y jarocho.
“Me sentía muy triste por esos días”, comentó Medina. “Pensaba que nunca volvería a abrir el negocio”.
Medina y los demás comerciantes de la Calle Olvera, y de todo el estado, ya reabrieron sus locales, aunque con las restricciones fijadas por las autoridades, y esperan ansiosos ver qué impacto tiene el levantamiento de esas restricciones a partir del martes en California. Será la primera vez en 15 meses en que no habrá limitaciones.
“Mi única esperanza es sobrevivir día a día”, dijo Medina, quien conserva el optimismo. “No espero volver a la normalidad. Pronostico una seminormalidad”.
California fue el primer estado que impuso restricciones asociadas con el covid-19 en marzo del 2020 y es uno de los primeros en levantarlas totalmente, aunque los comercios han estado funcionando con capacidad reducida desde hace meses.
Ofreció uno de los primeros modelos acerca de cómo las restricciones pueden contener el virus, pero posteriormente California resultó un epicentro de un nuevo brote durante el invierno, que abrumó los hospitales de Los Ángeles y otras regiones.
California registró más contagios (3,8 millones hasta ahora) y más muertes (casi 63 mil) que ningún otro estado. Sin embargo, es el estado más poblado del país y la tasa de muertos per cápita es una de las más bajas.
En el último par de meses las tasas de infecciones han sido las más bajas, o una de las más bajas, de la nación. Las tasas de vacunación, por otro lado, son de las más altas: Dos tercios de las personas habilitadas para recibir la vacuna recibieron al menos una dosis.
El gobernador Gavin Newsom dijo hace tiempo que para el 15 de junio iba a levantar las restricciones en cuanto a capacidad y distanciamiento en casi todos los negocios y actividades. Esto, no obstante, no quiere decir que la gente va a inundar locales y eventos como en el pasado.
La Calle Olvera es un viejo atractivo turístico, símbolo de los lazos históricos con México. Es donde se instalaron los primeros campesinos, en 1781, en lo que se conoce como El Pueblo, en Los Ángeles, y sus edificios históricos fueron restaurados o reconstruidos, reproduciendo un mercado mexicano tradicional en 1930.
Los hispanos de California fueron afectados en forma desproporcionada por el covid-19 y lo mismo sucedió en la Calle Olvera.
En tiempos normales, los negocios y restaurantes ofrecen actividades culturales, reciben a empleados de oficina de la zona, escolares y aficionados de los Dodgers que comen allí antes o después de asistir a un juego. Pero el coronavirus acabó con el turismo, mantuvo a empleados y estudiantes en sus casas, suspendió todo tipo de eventos y cerró los estadios.
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La ubicación del mercado, por otro lado, no se presta para que los restaurantes ofrezcan comida para llevar, un recurso que permitió sobrevivir a muchos establecimientos durante la pandemia. La municipalidad, que es la propietaria del sitio, eximió de pagar alquileres a los propietarios de los negocios, pero estos de todos modos han sido muy golpeados.
La mayoría de los negocios abren solo algunos días y con horarios reducidos, según Valerie Henley, tesorera de la Olvera Street Merchants Association Foundation y propietaria de un local.
“No somos como los restaurantes de barrio”, explicó Hanley. “Somos uno de esos sitios especiales. Si no puedes atraer a la gente interesada en lo que ofrecemos, tienes problemas”.
Edward Flores dice que contrajo muchas deudas para mantener funcionando el Juanita’s Cafe, un pequeño puesto que su familia tiene desde hace tres generaciones. Y no espera volver a la normalidad hasta el año que viene.
La actividad bajó más de un 87%, según Flores. En su mejor mes durante la pandemia generó 3 mil 100 dólares en ventas, lo que no paga un mes de alquiler. En su peor día, trabajó 13 horas y generó 11.25 dólares.
“Nunca pensé que se acababa todo. Pero estaba anonadado”, comentó. “Pensaba, ‘cuánto tiempo perdido’”.
Un viernes reciente el aroma de taquitos fritos llenó el aire mientras servía a un cliente tras otro.
Pequeños grupos de personas recorrían el mercado, lleno de puestos que venden desde velas votivas de la Virgen de Guadalupe hasta camisetas de Frida Kahlo y máscaras de lucha libre.
Angie Barragán, quien lucía un vestido blanco tras asistir a un bautismo en la iglesia católica Nuestra Señora Reina de los Ángeles, se montó en el burrito Jorge para sacarse una foto de 10 dólares con su prima.
La fotógrafa Carolina Hernández les dio dos grandes sombreros mexicanos y Barragán se colocó una bandolera en el pecho con balas falsas y tomó un rifle de juguete. Las primas hicieron poses de bandidas para la foto.
Barragán se crió en East LA, pero se mudó a Las Vegas hace 30 años. Siempre se tomaba fotos en el burrito cuando regresaba de visita a Los Ángeles con su madre, quien falleció en enero por problemas cardíacos.
“Me recuerda las lindas experiencias que tuve de niña, aunque es algo agridulce al mismo tiempo”, comentó, aludiendo al fallecimiento de su madre. “Siento que su espíritu está aquí. Era uno de sus sitios favoritos”.
Casi no había movimiento el martes pasado, lo que trajo a la mente el ambiente fantasmal de diciembre, cuando reapareció el virus y se suspendió incluso la atención de clientes al aire libre en los restaurantes.
J.J. Crump, quien vino con su esposa y tres hijos desde Lake Charles, en Luisiana, dijo que “la última vez que estuvimos aquí te tropezabas con la gente”.
El local de Medina, Olverita’s Village, abre cinco días a la semana, no los siete, como antes.
Está consciente de todas las muertes que hubo durante la pandemia, incluidas las de varios proveedores suyos, como un artesano que hacía grandes vasijas de cerámica, otro que trabajaba el cuero y dos mujeres que le llevaban camisas bordadas. Dice que piensa homenajearlos cuando se celebre el Día de Muertos en noviembre. Espera que para entonces la actividad haya repuntado.
“Gracias a Dios todavía estamos vivos”, manifestó. “Pero necesito clientes”.
evr