Hace 75 años, mientras el fuego de las ametralladoras barría la playa de desembarco en el norte de Francia y por encima de las cabezas de los soldados volaban proyectiles de artillería, el corresponsal de Reuters Doon Campbell se esforzaba por impedir que en su máquina de escribir entrara la tierra removida con las explosiones.
Pero necesitaba escribir su despacho, así que arrancó una página de un cuaderno, se quedó agachado y garabateó a mano: “Una zanja situada 200 metros en el interior de Normandía”.
Campbell fue el primer corresponsal de guerra de una nación aliada que pisó la arena de Normandía. También era el más joven. “Incrustado” o “incorporado” en la 1ª Brigada de Comandos de Lord Lovat, el reportero de 24 años, que nació con solo medio brazo izquierdo, caminó tambaleante por el “cementerio arenoso” que era Sword Beach.
“Hace unos minutos llegué a tierra con los comandos que avanzan tierra adentro, impacientes y ansiosos por enfrentarse al enemigo”, comenzaba la nota. “La invasión está en marcha a gran escala: en todas partes hay miles de hombres y cientos de aviones y barcos”.
“Cada minuto llegan más hombres y armas, tanques, vehículos y grandes cantidades de suministros... Nuestros aviones dominan los cielos. Por el momento, me quedo en esta zanja con los heridos”.
Los eventos de ese día fueron “estimulantes, gloriosos y desgarradores”, recordaría Campbell cinco décadas después.
Tras escribir el primer artículo sobre la mayor invasión anfibia de la historia, Campbell se arrastró de vuelta a la orilla, dio el despacho a un oficial de la marina y le dio una propina de cinco libras.
Mientras se desplegaba la operación que allanó el camino para que Francia se liberara de las garras de la Alemania nazi, Campbell escribía sus reportajes.
“Es un milagro que esté vivo para escribir este despacho”, escribió un día después de los desembarcos.
Campbell fue testigo de sangrientas batallas para liberar aldeas, soportó el ametrallamiento de aviones de guerra de la Luftwaffe (fuerza aérea nazi) y buscó refugio donde pudo.
”He tenido diversos alojamientos, desde trincheras húmedas hasta alcobas y bodegas de palacios, desde el pie de un manzano hasta un agujero en una pared”, escribió cuatro días después de los primeros desembarcos.
“Cuando las bombas dejan de caer, empiezan a gritar los proyectiles y los francotiradores sustituyen a los morteros”.