Antes de la guerra, Shchurove era una localidad pintoresca, enclavada entre el bosque y el río Donetsk. Pero ahora, el silencio reina en este pueblo transformado en un campo de ruinas, recién reconquistado por las tropas ucranianas.
La retirada de los invasores rusos de algunas zonas ha ido dejando unos territorios irreconocibles a su paso. A Shchurove, situada en la región de Donetsk, en el este de Ucrania, ya no le queda nada de su atractivo de antaño. Ni sus elegantes chalets ni su hotel rural sobrevivieron a los combates. Algunas personas siguen deambulando por este desolado paisaje, contando las últimas casas que quedan. De 200, solo siguen en pie entre 20 y 30.
"Solo Dios sabe cómo sobrevivimos, solo un puñado de nosotros sigue aquí", dice Svitlana Borisenko. Viuda, ha vivido en Shchurove durante 65 años, incluso bajo el dominio ruso. "Cuando Rusia llegó fue horrible, fue un desastre. Destruyeron todo a su alrededor. Tumbaron nuestras puertas, era aterrador", recuerda.
Los ocupantes incluso la forzaron dos veces a cocinarles y limpiarles. Ahora, han llegado los soldados ucranianos. Los últimos rusos, replegados en la escuela del pueblo, fueron finalmente expulsados. En el edificio destruido ondea ahora una bandera ucraniana.
Setas del bosque
En una dañada casa de huéspedes, cerca de una piscina con agua verdosa, los combatientes ucranianos han improvisado una parrilla de leña, que utilizan para cocinar lo que han capturado.
Seis de ellos lavan y cortan setas que recogieron en un bosque de pinos, entre restos de tanques. A lo lejos, se escuchan unas explosiones, pero un miembro del equipo asegura que las fuerzas rusas están a más de cinco kilómetros.
Pero en la localidad, los combates entre bandos han hecho mella, como en la escuela, donde aún hay cientos de municiones de Kaláshnikov sin usar. Zynaida Chupryna, de 75 años, y su hijo Ivan Lobachov, de 43, viven cerca.
La parte de un proyectil, enterrado en la arena, emerge frente a su casa. En el jardín aún hay dos cráteres. La puerta trasera tiene marcas de metralla y el techo de amianto de la casa ha quedado parcialmente arrancado. Cuando llueve, el agua entra en la casa.
"Trato de limpiarla porque (...) no somos sucios. Miren lo que nos han hecho. ¡Que somos humanos!", lamenta Zynaida.
Como solían hacer los amantes de la naturaleza que acudían a Shchurove cuando el pueblo aún era un lugar de vacaciones, Zynaida anhela volver a bañarse en el río Donetsk.
Su hijo Ivan, un ex guardia forestal jubilado, cuenta que los soldados rusos le ofrecieron dos veces comida. Pero era una trampa para recolectar datos personales, sospecha. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) acabó brindándoles ayuda con alimentos suficientes para dos semanas: siete kilos de arroz, aceite y carne enlatada.
Sin electricidad, Ivan Lobachov conectó una batería de coche a una radio para saber cómo iba evolucionando la guerra. El sábado se enteró de que una explosión había dañado el puente que une a Rusia con la anexionada Crimea.
Mientras sea una derrota para el presidente ruso, Vladimir Putin, el hombre se toma la noticia como un pequeño consuelo. "Es bueno, estoy contento", dice, con la mirada vaga.
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