Lo que Cristina escucha, lo repite. Apenas tiene un año y ya logró huir de un conflicto armado. A su madre, entre tantas cosas, hay algo en particular que le preocupa: el recuerdo de la mirada de su pequeña ante el reflejo de la explosión de dos aviones y el sonido del estallido de las bombas que repite y repite… “¡pum!”, dice.
“Es algo que me rompió el corazón, yo le cantaba, le bailaba, yo no quería que ella creciera reconociendo el sonido de una bomba”, dice Silvia, la madre de Cristina.
Las dos abordarán este martes a las 8:00 horas de Bucarest, Rumania, el segundo avión de ayuda humanitaria de la Fuerza Aérea Mexicana tras haber logrado huir de la guerra entre Rusia y Ucrania.
Silvia y su esposo acordaron poner a Cristina a salvo, con su familia materna en Tepic, Nayarit, aunque esa decisión haya implicado decirle adiós a su padre ucraniano, quien por ley debe quedarse en zona de guerra, listo por si su país lo llama a combatir.
“En sus fotos, cuando lo ve, las besa”, dice contando el dolor de su hija, ese que a ella a atormenta.
Con recuerdos que cuando los narra, parece que ya los sabemos, que es un episodio que hemos visto en blanco y negro. Uno de las películas de la Segunda Guerra Mundial cuando los niños quedaban atrapados y los adultos no sabían cómo salvarlos.
“Hubo un día que vimos el resplandor de la ventana, tenemos las cortinas cerradas pero se vio el resplandor de cuando derribaron los aviones, dos aviones rusos que habían atacado a la escuela militar, los derribaron y se vio un resplandor terrible y la niña lo vio y fue algo que a mí me impactó mucho. Escuchar primero la alarma de ataques aéreos, esa alarma es para decir ‘van a entrar aviones, se detectó qué hay aviones, protéjanse’, vivíamos en un quinto piso, la zona segura era el corredor, agarrábamos a la nena con el iPad para ponerle música y caricaturas pero esto no escondía el sonido, primero el sonido del avión, esa sensación de que esta sobrevolando tu área”.
Y no sólo para su hija, también buscaba ingeniárselas para tranquilizarse ella misma ante las imágenes y sonidos de bombas explotando cerca de su casa. Pensaba en las olas de Nayarit, golpes fuertes contra la tierra que la llevaban a cerrar los ojos y pensar “que estoy en la orilla del mar, que estoy en Nayarit escuchando ya la orilla del mar”.
Pero no son las únicas. Iliana tiene su propia historia en el infierno: “ha sido un viaje, una aventura casi de Rambo”, es la forma en que puede describir haber logrado salir de la zona cero con su hijo y su suegra, dejando atrás a su esposo ucraniano mientras las bombas caían en su barrio.
“Fue muy difícil para mí tomar la decisión de manejar en pleno bombardeo. Es área que es como si fuera Tlatelolco pero muy grande, con pisos de 10 a 18 pisos y fueron bombardeados varios. Salimos, nos regresamos por mi suegra y mi hijo, en ese instante estaban bombardeando cerca de nuestra casa, salieron corriendo y se subieron, los tomamos corriendo y literal los bombardeos atrás de él”.
Todos tienen historias similares, dolorosas, con zonas devastadas, el parque donde sus hijos jugaban hecho nada, daños en sus viviendas por los ataques de las tropas rusas contra las ucranianas.
La embajadora de México en Ucrania, Olga Guillén narró que para salvar a este grupo de la zona del conflicto armando, tuvieron que actuar con mucho cuidado. Los toques de queda y restricciones de todo tipo de transporte lo volvió una hazaña.
Ahora, son los sobrevivientes de una guerra que parece que apenas empieza. Volverán a su natal casa pero con recuerdos traumatizantes, dolor y despedida, obligados a modificar y reescribir sus planes pero con la esperanza de volver a Ucrania a abrazar a los suyos, a reconstruir su casa, a levantar la que también, es su patria.
dmr