“Estamos #HARTAS de #TerrorismoMachista. 52 mujeres asesinadas en 2024”, dice un breve mensaje con el que convocan a una manifestación, el 15 de julio, en las principales ciudades de España para protestar por los feminicidios en el país.
Circuló por WhatsApp entre muchos grupos activistas y feministas, incluido el de estas mujeres de las que no se escucha mucho, a pesar de que se llaman “Alcem la Veu” (Alcemos la Voz, en catalán). Tampoco se les ve mucho, a pesar de que cada marzo y noviembre se plantan en las plazas públicas para exigir igualdad y justicia. No se sabe mucho de ellas, a pesar de que forman parte de una red mundial de mujeres feministas y católicas —adjetivos que podrían ser un oxímoron—, pero que justo por eso han decidido alzar la voz y publicar un manifiesto que dice: ‘Venimos de lejos. Somos muchas. Decimos basta’.
Cuando dicen ‘Somos muchas’, no se refieren solo a la cincuentena de mujeres en Barcelona que forman parte de las comisiones de trabajo de la organización, ni a las cientas que durante el año participan en los eventos que convocan por toda España; este “somos muchas” apela a las mujeres que han organizado grupos similares en todo el mundo, cuyas agendas tienen puntos en común con Alcem la Veu; en el caso de México, con el colectivo Tras las huellas de Sophía.
Y es así como construyen su “Venimos de lejos”, tan lejos como de Villa Ahumada, el pueblo de Chihuahua en el que hace 72 años nació la abogada feminista Lucha Castro.
Lucha es una mujer de muchas vidas. Las más conocidas tienen que ver con su trabajo, reconocido internacionalmente, a favor de las familias de víctimas de feminicidio y desaparición forzada en el norte de México, y por ser parte de la defensa legal en casos icónicos: el doble feminicidio de Rubí Marisol Frayre y su madre, Marisela Escobedo; o la sentencia del Campo Algodonero, con la que la Corte Interamericana de Derechos Humanos responsabilizó al Estado mexicano por las desapariciones y los feminicidios en Ciudad Juárez.
Hay, sin embargo, otras vidas de Lucha Castro menos conocidas, pero que ayudan a entender cómo es que esta mexicana llegó hasta una comunidad de mujeres católicas de Barcelona.
Si bien asegura que la actividad que mejor la describe es la de defensora de derechos humanos, desde muy joven se sintió atraída por la religión, y en un intento por entenderla mejor decidió llamar a la puerta del Seminario Arquidiocesano de Chihuahua para estudiar Teología. Costó trabajo que la abrieran, nunca habían aceptado a una mujer, pero Lucha fue admitida y fue constante, incluso durante el año que cursó embarazada de su cuarto hijo.
Esta raíz teológica ha marcado el activismo social de la abogada y ha sido el compás con el que se ha regido todos estos años: ante lo doctrinario y lo legal, anteponer siempre lo que es justo.
En 2019 Lucha fue diagnosticada con un cáncer terminal y una esperanza de vida de tres meses. Buscando estar cerca de su familia, en septiembre de ese año llegó a Barcelona, donde pensó que los médicos le ayudarían a morir con dignidad; cinco años y muchos tratamientos después, a sus 72 años y con el cáncer presente, sigue construyendo esta, la que podría ser su última vida, consciente del valor de cada día: una oportunidad de seguir trabajando por la libertad para no volver a la Madre Tierra con las manos vacías.
Revuelta en la Iglesia
En este proceso, Lucha Castro llegó a Alcem La Veu. Una coordinadora de mujeres creyentes y feministas de diferentes diócesis que tienen por objetivo denunciar la discriminación y la vulneración de los derechos de las mujeres en la Iglesia Católica.
La agrupación, con sede en Barcelona y conformada por mujeres que trabajan en comisiones para convocar eventos tanto a nivel local, como en toda España, aboga por una Iglesia donde las voces de las mujeres cuenten, participen y lideren en las mismas condiciones que lo hacen los hombres. Por esta razón, decidieron que el movimiento coordinado con grupos de otras ciudades del país se llamaría ‘Revuelta de Mujeres en la Iglesia’.
“Somos conscientes de la desigualdad que existe en la estructura y organización eclesial y denunciamos la invisibilización de las mujeres”, se lee en la presentación de su página web.
“La coordinadora de mujeres reclamará que se busquen mujeres para espacios de responsabilidad en los movimientos, parroquias, consejos parroquiales, actividades ligadas a la institución, estructura eclesial, enseñanza universitaria y cargos pastorales”.
En su manifiesto, la organización reivindica la pluralidad del catolicismo, por lo que “ninguna ideología fundamentalista o de extrema derecha puede apropiárselo. En nombre de la Iglesia nadie puede defender un sistema tradicional y conservador de los roles de género, ni ocultar la violencia contra las mujeres”. Una ideología que, para espíritus como el de Lucha Castro, resultan un traje a la medida.
“Ante la adversidad del cáncer en mi vida, desempolvé mis libros de teología y me reencontré con mujeres de la Biblia y de la historia de la Iglesia, como Hildegarda Von Bingen, María Magdalena, Teresa de Ávila, entre otras”, relata Lucha desde su departamento en Barcelona, un espacio pequeño y acogedor en cuyos muros se entretejen todas sus vidas: una cruz con una mujer crucificada; una Virgen de Guadalupe, y también una de Montserrat; cruces de distintos colores y materiales que le han traído de varios países, y el rosario que le regaló el papa Francisco durante su visita a Ciudad Juárez en 2016.
“Y nada es casualidad”, continúa Lucha. “Me encontré con el colectivo de Alcem la Veu, que me acogió con gran amor. Ahí he encontrado hermanas en la fe que desde el horizonte del feminismo cuestionamos las estructuras patriarcales y hemos tomado nuestro lugar en la Historia.
“Nos reconocemos dignas, autónomas, libres, mayores de edad, con capacidad para reformular las teologías asumiendo el compromiso de ser discípulas de Cristo; un instrumento para que otras mujeres logren liberarse, porque la Iglesia es un gran bastión del patriarcado”.
Un manifiesto de mujeres católicas
Pilar Calle Humanés tiene, justamente, una voz de alegría contagiosa. Es fácil imaginar esa voz haciendo un llamado a sus compañeras de la sección femenina de Hermandad Obrera de Acción Católica, conocida como HOAC, invitándolas a planear una reunión de mujeres que finalmente se concretaría en junio de 2019. De esa reunión nacería Alcem la Veu.
La HOAC es una organización fundada en 1946, en pleno auge del Franquismo, como parte de un movimiento católico de oposición que ponía en el centro la necesidad de reconstrucción del movimiento obrero español. Actualmente es parte de la Pastoral Obrera, donde convergen los valores de personas laicas y religiosas representados en sindicatos, grupos juveniles u organizaciones de barrio, para reivindicar los derechos de los trabajadores y, en el caso de la sección femenina, a la que pertenece Pili, las trabajadoras, claro está.
En este contexto, en el ambiente que generaron las marchas feministas del 8 de marzo de 2018 en España, es que Pili, docente de profesión, y sus compañeras empiezan a conversar. Unos meses antes millones de mujeres habían tomado las calles de más de 100 ciudades españolas para protestar contra la desigualdad salarial, la discriminación y violencia sexual, y esa manifestación se convirtió en un parteaguas en la historia reciente del feminismo en este país —sumada a la sentencia por el caso La Manada, una violación grupal a una joven durante las fiestas de San Fermín, en Pamplona, en 2016—.
Pero en su encuentro de junio, el grupo convocado por Pili —teólogas, religiosas, educadoras— se empezó a preguntar dónde estaba la Iglesia Católica y cuál tendría que ser su rol, y también comentarían lo que ocurría en ese momento en Alemania: un movimiento llamado María 2.0, que había saltado a la luz tras convocar a una huelga de las mujeres voluntarias en las iglesias.
La imagen de la campaña fue el rostro de una Virgen María con una cinta adhesiva en la boca. De ahí les vino la idea: en la Iglesia Católica, las mujeres quieren alzar la voz.
“Nos resultaba difícil entender que hubiera este estallido de conciencia de género en el Estado español, y que nuestro espacio eclesial no reaccionara”, recuerda Pili, quien junto con otras 20 mujeres lanzó una convocatoria para realizar un acto público para el 8 de marzo del siguiente año, y enviar así un mensaje claro.
“Hicimos un evento el 1 de marzo de 2020, frente a la Catedral de Barcelona. Explicamos quiénes somos: que venimos del mensaje liberador de Jesús de Nazaret; que no somos las primeras, somos parte de una cadena de muchas mujeres; y que lo que sentimos hoy es un hartazgo de lo que, en pleno siglo XXI, vivimos las mujeres en la Iglesia, una situación anacrónica. Y presentamos nuestro manifiesto”.
Ese día, decenas de mujeres paradas frente a la Catedral se quitaron al mismo tiempo la cinta adhesiva que llevaban pegada sobre la boca y gritaron tres veces: “Alcem la veu!”. Los letreros mostraban sus consignas: “Si la sociedad avanza, la Iglesia también”, o “Igualdad ante Dios, ¿desigualdad ante la Iglesia?”. La Revuelta de Mujeres en la Iglesia hacía su aparición ante los medios por primera vez.
“Venimos de lejos”
“Venimos de las mujeres valientes y libres de las primeras comunidades cristianas y de todas las que, a lo largo de la historia, se han negado a quedar recluidas en los roles secundarios e invisibles a los que la tradición eclesial y teológica las quería someter.
“Venimos de la buena noticia de un Jesús que transgrede las normas de una sociedad patriarcal. Venimos de una Iglesia que, en sus inicios, hizo de la igualdad entre hombres y mujeres, una de las aportaciones más radicales […].. ¡Recuperémosla!”
No habían pasado ni dos semanas de la primera gran acción pública de Alcem la Veu, cuando el gobierno español ordenó el confinamiento por el COVID-19. En cualquier otra circunstancia, esto podría haber “desinflado” a una organización de reciente creación, pero estas mujeres, tal como lo expusieron en su manifiesto, “venían de lejos”.
Entre las integrantes había quienes, como Pili, tenían un largo recorrido de comunión y comunidad con otros espacios de católicas alrededor de España: a través de chats, de encuentros periódicos y un poco de boca a boca.
“Y lo fuimos comunicando, diciendo: estamos pariendo esto, a ver qué os parece; porque si lo que pretendemos es visibilizar nuestro hartazgo, ese ‘decimos basta’ del manifiesto, era importante mantener el vínculo con el resto del Estado español”, señala.
En los años posteriores, cada marzo y cada noviembre, cuando se conmemoran el Día Internacional de la Mujer y el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, las principales ciudades, desde Canarias hasta Cataluña, lanzan una convocatoria bajo la consigna “Revuelta de las Mujeres en la Iglesia”, que se celebra en la misma fecha para todas y con el mismo diseño de cartel, a fin de lograr una presencia mediática cada vez mayor.
“El gesto público conlleva el hartazgo de ser invisibles en la Iglesia, de no estar en los lugares donde se toman las decisiones, de no estar presentes como teólogas en la formación de sacerdotes en los seminarios. No tomamos decisiones en los sínodos, en ningún sitio”, explica Pili, por teléfono, desde el pueblo familiar que llama “el profundo sur de España”, y toca lo más delicado del asunto: la ordenación de las mujeres.
“Por nuestra condición de mujeres se cree que no debemos hacer caso a lo que el Espíritu me pide que haga; si el Espíritu me pide ser sacerdote, no lo puedo ser, porque el Ordenamiento Sacerdotal nos ha sido vetado. Hay siete sacramentos pero para las mujeres solo son seis. Y nos está vetado solo por ser mujeres”.
Desde luego, no puede haber un movimiento como este sin que venga una respuesta abrumadora. Las críticas han llegado por todos lados, desde personas que increpan directamente a las mujeres en sus concentraciones públicas, hasta los que, valiéndose del anonimato de las redes, dejan comentarios ofensivos en Twitter o Instagram. La respuesta más común suele ser también la más predecible: si no están contentas en esta Iglesia, ¿por qué no van y hacen la suya a su antojo?
“No haremos una Iglesia aparte, no vamos a montar un chiringuito”, afirma una contundente Pili. “Estamos en la Iglesia porque es nuestra, somos mujeres bautizadas en ella, no nos vamos a ir. Jesús construyó una comunidad en la que todos y todas estábamos. Las primeras que escucharon su mensaje de resurrección fueron las mujeres; tras su muerte, lloraban ahí en público, y la Iglesia se sostiene por el mensaje de esas mujeres, que decidieron comunicarlo. Este mensaje nos coloca a todos por igual”.
¿Cuál sería entonces una proporción justa? ¿La mitad de las mujeres en los cargos de poder de la iglesia? A la pregunta, la respuesta es siempre clara: nosotras no queremos un pedazo más grande del pastel; lo que queremos es hacer uno nuevo con ustedes.
“No queremos que te quites tú para ponerme yo en la misma estructura patriarcal; no queremos ser ‘sacerdotas’, ni obispas, ni ‘mamas’ [versión femenina del papa] para mantener la estructura injusta y patriarcal”, explica Pili.
“Podemos construir una estructura circular con un liderazgo compartido; una iglesia paritaria, plural, menos piramidal, menos jerárquica. Y hay hombres que creen en esto también; sacerdotes que nos dicen ‘yo estoy con vosotras’, pero no hay un gesto público. Vamos muy despacio. O caminamos o no avanzamos”.
“SOMOS MAYORÍA”
“Somos mayoría en las tareas de voluntariado, en las celebraciones religiosas, como catequistas, en los consejos parroquiales; somos muchas en los movimientos, asociaciones, centros de tiempo libre y en el mundo educativo de infancia y jóvenes. […]. ¿Quién constituye una parte importante de la Iglesia en el siglo XXI? ¡Nosotras!”
En la diócesis de Barcelona, las mujeres ocupan solo dos de cada diez cargos de responsabilidad entre aquellos que les son accesibles en el obispado, mientras que en la totalidad de cargos solo 18 por ciento están ocupados por mujeres, según un reporte de 2018. Huelga decir que, de estos, hay cero por ciento mujeres responsables de parroquias, a pesar de que, por ejemplo, entre quienes hacen catequesis, entre un 80 y un 90 por ciento son mujeres.
La disparidad se refleja también en espacios como la Facultad de Teología de Cataluña, donde no hay ninguna profesora —mujer— con contrato estable, y en el Instituto de Ciencias Religiosas de Barcelona, donde el cuerpo docente formado por mujeres no alcanza a ser ni la cuarta parte. En los seminarios, la situación suele ser similar: los hombres que serán los futuros sacerdotes son formados teológica, espiritual y emocionalmente por otros hombres.
Esta realidad se repite en cada parroquia, diócesis y arzobispado, y desde la capilla hasta la catedral. Es por esto que, en 2023, dio inicio el Sínodo de la Sinodalidad, un ejercicio convocado por el papa Francisco para escuchar las opiniones e inquietudes de todos los sectores de la Iglesia Católica; la gran novedad de este evento es que, por primera vez en la historia de los Sínodos —asambleas de eclesiásticos—, se ha permitido que participen en él las mujeres y las personas laicas. Y hasta ahí, por supuesto, ha llegado Alcem La Veu bajo el “paraguas” de Catholic Women Council, la entidad que ha agrupado a decenas de mujeres en todo el mundo en este proceso.
“Los signos de los tiempos están ahí, y una muestra de esto es el Sínodo; las mujeres de todo el planeta hemos tocado la puerta del Vaticano para cuestionarlos y exigir espacios de poder”, explica Lucha, quien ha participado en el proceso de la mano de Alcem la Veu.
“Estamos empoderadas, a sabiendas de que somos llamadas a ser profetas y denunciar las cruces injustas que nos imponen a las mujeres”. Suena fácil, pero la denuncia de las cruces injustas incluye tocar temas por los que se suele pasar de puntillas, como la bendición a las parejas del mismo sexo, el uso de anticonceptivos, el derecho al aborto o los abusos sexuales dentro de la iglesia.
“Tenemos conciencia de género y queremos ampliar la mirada”, señala Pili, un poco más cautelosa. "Sabemos que en muchos temas caminamos en los márgenes de la Iglesia, en el bordecito, y a veces nuestro pie se sale un poco del camino; pero es que en los márgenes también viven personas, las mujeres violadas obligadas a parir, las mujeres cuyos cuerpos parece que no valen nada, que son un vientre de alquiler; las mujeres no somos solo envases. Es delicado hablar del aborto, es un tema muy duro porque ninguna mujer aborta por placer”.
“Nuestra propuesta es desmontar, deconstruir; no destruir”, agrega, y puntualiza: “Deconstruir conlleva aprovechar lo bueno y tirar lo que no sirve. No sirve un discurso de anticonceptivos en el siglo XXI porque somos dueñas de nuestros cuerpos. Podemos discutir sobre el aborto y no diré nada que vaya en contra de las compañeras; nuestra postura es abrazar los cuerpos doloridos de quienes están en los márgenes; los cuerpos que deben ser respetados, nunca juzgados”.
“DECIMOS BASTA”
“Decimos basta a ser invisibles y silenciadas. Decimos basta a ser tratadas con condescendencia, como […] eternas menores de edad. Decimos basta a la discriminación por razón de sexo o de género.
¿Cuántas mujeres vemos representando la institución? ¿Cuántas pueden formar parte a la hora de tomar decisiones? ¿Cuántas teólogas trabajan en las facultades de teología, cuántas acompañan espiritualmente, cuántas son formadoras en los seminarios?
Decimos basta a que se nos niegue el sacerdocio debido a nuestro cuerpo, un cuerpo siempre bajo sospecha”.
Cada 25 de noviembre, en que se denuncia la violencia en contra de las mujeres en todo el mundo, la vocación diversa de Alcem la Veu se pone de manifiesto.
El grupo realiza un evento que incluye una gran oración en alguna parroquia céntrica de Barcelona, para más tarde unirse a la manifestación más amplia de las mujeres en la ciudad. Es ahí donde vocaciones como la de Pili, una de las seis mujeres de la Comisión Permanente de la organización, o la de Lucha, quien participa en las comisiones de trabajo, se tejen con las generaciones más jóvenes, quienes pueden o no tener un vínculo con la teología o la religión, pero que saben que, sin el esfuerzo colectivo, ninguna mujer avanza.
Hace unos meses, en un encuentro de varias organizaciones realizado en Madrid, Alcem la Veu fue la encargada de celebrar la liturgia para cerrar el evento.
Lucha Castro echó mano de sus años de trabajo con colectivos feministas: no una misa en el sentido formal —patriarcal— de la palabra, sino una ceremonia ecuménica que, haciendo referencia a los elementos de la naturaleza, pusiera en el centro a las mujeres más emblemáticas de la Biblia para terminar con una consagración colectiva del pan.
Como símbolo de la sororidad, cada mujer vació un poco de agua en un recipiente común, mencionando a otras mujeres: las víctimas de violencia, las obreras y las privadas de la educación, las marginadas a causa de la pobreza. El agua después fue vertida sobre la tierra, símbolo de la fecundidad, para que en ella germine la justicia, la equidad, la igualdad, la libertad y la paz.
Con la luz como símbolo del amor, unas velas se prendieron en representación de la sabiduría de las madres y las abuelas; las mujeres adultas mayores fueron pasando el fuego, de mano en mano, a las más jóvenes. Finalmente, con el viento como símbolo de la voz de las mujeres, se invitó a que todas alzaran la voz para hacer la bendición comunitaria del pan, la partición y la Eucaristía:
“Señor, bendícenos y santifica este pan haciendo que el Espíritu lo convierta en el Cuerpo de Cristo. Jesús se entregó libremente por todas nosotras, tomó el pan y dijo: tomad y comed todas de él, ya que este es mi cuerpo entregado por vosotras”.
GSC/CMOG