“¡Ahora tengo cero presión!”, dice He Yun, una ilustradora de 28 años, que se instaló en Jingdezhen, en el este de China, en busca de una vida más tranquila, con un sentido diferente, lejos del estrés laboral de las grandes ciudades.
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Como He Yun, muchos jóvenes chinos, desempleados o cansados de una vida dedicada exclusivamente al trabajo, van a Jingdezhen, capital mundial de la cerámica, a aprender un arte que se enseña desde hace más de mil años.
Alquileres muy bajos, un ritmo de vida lento y la cercanía de la naturaleza son los principales atractivos de esta pequeña ciudad, de 1.6 millones de habitantes, según los criterios chinos.
"Vine porque en las redes sociales todo el mundo decía que era un lugar espléndido para los aficionados de la artesanía, como yo, y que había un aroma de libertad. ¡Y así es!", dice He Yun a la AFP.
"Cuando estaba desempleada, daba vueltas en casa, pero aquí es fácil hacer amigos", comenta He, que decidió mudarse a esta ciudad tras ser despedida de su trabajo.
“Buscar un sentido”
Su alquiler cuesta 500 yuanes (68 dólares), 15 veces menos que en Pekín o Shanghái. Y el estrés es muy inferior.
"No hay necesidad de ponerse despertador por la mañana", dice sonriendo.
He es dueña de su tiempo. Después del desayuno, confecciona candeleros o gargantillas de cerámica en un taller con amigas y luego va a cocer sus piezas en alguno de los numerosos hornos de Jingdezhen.
"Al final de la tarde, vamos a los pueblos de los alrededores a bañarnos en los arroyos y relajarnos. Pongo mis obras en Xiaohongshu (el equivalente a Instagram en China, ndlr), donde la gente me contacta para comprarlas. Pero vendo sobre todo en mercados", explica.
Entre los muchos cafés a la moda de la ciudad, tiendas y paradas ofrecen vasos, boles, tazas, teteras, platos o pendientes.
Chen Jia, de 24 años, con el pelo teñido de color rojo oscuro, ayuda a crear pendientes feministas con forma de compresas.
Diplomada en música, llegó en junio a Jingdezhen. No le gustó su primer empleo como profesora de piano, ni los siguientes en una casa de té o en un café.
“Estoy buscando un sentido a mi vida. Muchos jóvenes de hoy ya no quieren fichar en el trabajo a una hora fija”, explica.
Un gran número de jóvenes chinos tienen la impresión de que, pese a sus esfuerzos laborales, no tendrán nunca recursos para comprar un apartamento o mejorar su vida como hicieron sus padres.
El desempleo juvenil alcanzó un nivel récord, por encima del 20 por ciento según las cifras oficiales.
En este contexto, las redes sociales han hecho de Jingdezhen un refugio para aquellos en busca de estilo de vida llamado tangpin en China.
Esta expresión significa literalmente “tumbarse de espaldas”, pero también puede traducirse como renuncia: renunciar a una gran carrera profesional o al dinero a cambio de una vida sencilla y de placeres simples.
En la escuela de cerámica Dashu, una veintena de alumnos trabajan la arcilla o charlan bebiendo café con leche.
"Muchos jóvenes no llegan a encontrar trabajo. Vienen aquí para reducir su ansiedad. La cerámica es muy accesible. En dos semanas pueden producir obras simples y venderlas en los mercados", explica Anna, la directora de 39 años.
La formación cuesta 4 mil 500 yuanes al mes (615 dólares), una tarifa muy accesible.
Uno de ellos, Guo Yiyang, de 27 años, renunció en marzo a su bien remunerado trabajo de programador informático: tras años haciendo horas extras, quería un descanso.
"En las grandes ciudades (...) todo lo que haces es trabajar. No tienes vida propia", explica este joven que nunca se ve trabajando por cuenta ajena de nuevo.
“El deseo de otro modo de vida” es también lo que motivó a Xiao Fei, 27 años, ex decoradora, que llegó a Jingdezhen después de renunciar.
Según la prensa china, 30 mil jóvenes urbanos vivía en 2022 en Jingdezhen, pero pocos se quedarán en el lugar a largo plazo.
SCZ