La Policía asegura que los Turpin no estaban locos. Cuesta creerlo. Allí dentro, en la casa de los horrores de Perris (California), como ya la han bautizado tanto los residentes como la prensa local, David y Louise Turpin convirtieron un hogar aparentemente feliz en un infierno para sus 13 hijos- de entre 2 y 29 años-.
Los menores vivían encadenados a los muebles durante semanas e incluso meses, sin poder lavarse más que en una ocasión al año y con la comida racionada, a razón de un almuerzo al día, siendo uno de los peores casos de abusos de menores que se han dado en Estados Unidos.
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El fiscal del distrito del condado de Riverside, Michael Hestrin, tildó el secuestro como "depravación humana".
Lo cierto y confirmado es que la tortura de los Turpin a sus hijos era permanente y que duró años. Las autoridades de California creen que al menos desde los últimos 7 u 8 años, un periodo de tiempo que bien podría explicar la situación de desnutrición de la mayoría de los cautivos.
Todos aparentan tener menos edad de la que tienen. La mayor de los hermanos, una mujer de 29 años, apenas superaba los 41 kilos. Su hermana, la que se fugó para alertar a las autoridades de lo que estaba pasando, no presentaba un mejor aspecto. A simple vista, los agentes calcularon que tenía unos 10 años cuando en realidad cuenta con 17.
Varios de los rehenes pasaron dos años planeando la fuga, tratando de salir del infierno creados por sus propios padres en Muir Woods Road, una urbanización de clase trabajadora en medio de la nada, rodeada de parcelas baldías, a 120 kilómetros de Los Ángeles, quizá el lugar perfecto para dar rienda suelta a su extraño estilo de vida.
A los niños los tenían despiertos de noche y dormidos de día, para que nunca vieran la luz del sol y que los vecinos no se percataran de lo que pasaba dentro.
La familia se acostaba entre las cuatro y las cinco de la madrugada, con permiso para escribir un diario como única actividad didáctica.
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La casa apestaba. Había restos de orines en las cuatro habitaciones. A los niños no les dejaban ir al baño cuando estaban castigados, que era a menudo, y tampoco mojarse más allá de las muñecas cuando les permitían lavarse las manos. Entendían los padres que era una forma de jugar y de desperdiciar agua. Cualquiera de las dos cosas acarreaba un castigo. Estos iban desde la paliza hasta el estrangulamiento.
Sólo el más pequeño, el niño de dos años, se libraba de los abusos. Es el único que aparenta estar en buenas condiciones. Por eso los cargos son 12 por secuestro y otros 12 por tortura para cada uno de los padres, más siete por abuso de adultos dependientes y seis cargos más por abuso de menores.
A David Turpin se le acusa además de haber abusado sexualmente de una de sus hijas, una menor de 14 años. En total, 75 cargos por los que el fiscal pide un mínimo de 94 años de cárcel. Con 57 que tiene David y 49 Louise, su esposa, parece poco probable que alguno pueda salir de prisión en lo que les queda de vida.
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