La centroizquierda chilena se convirtió en la gran vencedora de las elecciones regionales que se celebraron en segunda vuelta este domingo, en las que obtuvo la mayor parte de las gobernaciones, incluida la de Santiago de Chile, con el 99.9 por ciento de los votos escrutados, pero con una muy baja participación.
El pacto de Unidad Constituyente logró el poder sobre la capital, en la que el candidato Claudio Orrego, de la Democracia Cristiana, se impuso por un 52.7 por ciento de los votos, y el grupo se quedó con 10 de las 16 regiones del país, ocho de ellas obtenidas en balotaje y dos en primera vuelta.
Se trata de la primera vez en la historia que Chile elige a sus autoridades intermedias, antes eran nombradas directamente por el Gobierno, por lo que se consideran unas elecciones cruciales hacia la descentralización del país.
"Asumimos este triunfo con mucha humildad y con un tremendo sentido de responsabilidad. Levantar a la Región Metropolitana después de la pandemia va a ser una tarea muy difícil", afirmó Orrego, que batió en la capital a Karina Oliva, del Frente Amplio (FA), de izquierda más radical.
La derecha gobernante fue la gran perdedora: su apuesta para Santiago quedó descartada por mucho en primera vuelta y solo logró en balotaje imponerse en la región de la Araucanía, en el centro del país, conocida por ser una zona de conflicto entre las autoridades y los pueblos indígenas.
Fueron solo 2.5 de los 13 millones de personas convocadas las que acudieron a las urnas para elegir a los gobernadores de 13 de las 16 regiones del país y los resultados se leyeron con el ojo en las elecciones presidenciales del próximo 21 de noviembre.
Orrego, que gobernará para más de un tercio de la población del país, podría inclinar el eje de la oposición hacia la izquierda más tradicional e impulsar a un aspirante más moderado, mientras que Oliva hubiera elevado las candidaturas más radicales la de Daniel Jadue, de Partido Comunista.
Los elegidos, que tomarán posesión el 14 de julio para un periodo de cuatro años, podrán convertirse en autoridades con alta visibilidad y, en muchos casos, en contrapoderes territoriales al centralizado Santiago, aunque sus atribuciones están muy acotadas a ámbitos como el ordenamiento territorial o el impulso al desarrollo social, siempre en función del presupuesto nacional, lo que les deja poco margen de acción.
La participación en estas elecciones, que se celebraron en pleno pico de la pandemia de covid-19 y con toda la capital confinada, fue la más baja desde el retorno a la democracia en 1990, de un 19.6 por ciento, muy por debajo del mínimo que se registró en las municipales de 2016, cuando solo votó el 34.9 por ciento del padrón.
Desde que el voto dejó de ser obligatorio en 2012, ninguna elección ha superado el 50 por ciento de participación, a excepción del plebiscito del pasado octubre, cuando sufragó el 50.9 por ciento.
Tres de las 16 regiones del país no celebraron segunda vuelta, pues los ganadores fueron elegidos en mayo con más del 40 por ciento de los votos: el independiente por lista del Frente Amplio, Rodrigo Mundaca, en Valaparaíso; la socialista Andrea Macías Palma, en Aysén; y el izquierdista independiente por el bloque de Unidad Constituyente Jorge Flies, en Magallanes.
dmr