Fue un gesto religioso con impacto político fuerte, sin precedentes en la historia del país. Un presidente saliente y otro entrante que se juntaron para rezar por la unidad de los argentinos en tiempos de una grieta que se parece mucho a la antinomia peronismo-antiperonismo que décadas atrás partió a la sociedad y solo trajo dolor y la consolidación de sucesivos fracasos como nación.
La propuesta de la Iglesia católica una misa el Día de la Virgen en el principal santuario mariano del pásame, Luján, para elevar el ruego, era una apuesta osada en un país donde las buenas intenciones suelen hundirse en el lodazal de las peleas interminables, donde la razón es toda patrimonio de una parte. Y cualquier actitud de autocrítica y diálogo se vincula con la debilidad.
Alberto Fernández fue el primero en anunciar su presencia. Sonaba lógico porque pese a su decisión de promover la legalización del aborto viene buscando acercarse a la Iglesia y recibió su apoyo para iniciativas como la campaña contra el hambre.
La situación de Mauricio Macri era distinta. En su mandato no logró una buena relación con el papa Francisco. Y si bien construyó puentes con la cúpula del Episcopado, hubo sectores eclesiásticos muy duros hacia su gestión. Igual, aceptó ir.
La gran ausente fue Cristina Kirchner, una gran protagonista de la grieta que irrumpió con fuerza durante la crisis que enfrentó a su primer gobierno con el campo.
“No hay nada que comentar”, dijo una empinada fuente eclesiástica cuando Clarín la consultó sobre esa ausencia. Pero a buen entendedor… O sea, cada uno evaluará esa ausencia.
Por lo demás, la homilía del arzobispo de Mercedes-Luján, Jorge Scheinig, en nombre de la Iglesia transmitió una potente receta contra la grieta. “Debemos resistir y evitar caer en la tentación de querer destruir al otro”, afirmó.
La misa bordeó momentos emotivos como el abrazo entre Macri y Fernández y entre sus colaboradores. La gente rubricaba los gestos y las palabras con aplausos. Al igual que las alusiones al papa. La invocación de las demás religiones al final sumó el ejemplo de la convivencia interreligiosa en el país que espera contagie a los políticos.
Con la misa no se cerró la grieta. Pero se hizo un propósito de un esfuerzo a través del tiempo. Acaso muchos argentinos esperan no ser defraudados. Porque más allá de los saludables debates a veces fuertes en democracia, esperan un mejor clima de convivencia en el cual vivir y desde el que entre todos empiecen a quedar atrás tantos fracasos.