No hubo tiempo para comer. Los almuerzos familiares del domingo se interrumpieron, la comida quedó sobre la mesa. Los niños abandonaron los juguetes y la ropa todavía colgaba en los patios traseros. Los animales murieron petrificados.
Las autoridades guatemaltecas reaccionaron lentamente ante las señales de la inminente erupción del Volcán Fuego el 3 de junio, contribuyendo a uno de los desastres naturales más trágicos en la historia reciente de Guatemala.
El volcán retumbó temprano el pasado domingo. Hacia el mediodía, estaba arrojando cenizas en columnas humeantes a varios kilómetros de altura que luego cayeron, cubriendo una amplia franja del país centroamericano.
Pero pese a los ruidos de la montaña y las primeras lluvias de cenizas, muchos aldeanos hicieron una apuesta fatal y se quedaron quietos, apostando que la suerte que los había protegido durante décadas resistiría una vez más.
Por la tarde, las cosas empeoraron. Toneladas de ceniza y gases tóxicos cayeron por los flancos de Fuego. Estos "flujos piroclásticos" alcanzan velocidades mucho más rápidas, más letales que la lava, arrastrando árboles y rocas gigantes hacia las aldeas en su camino.
Para cuando la mayoría de las familias en las aldeas más afectadas de El Rodeo y San Miguel de Los Lotes supo lo que estaba pasando, solo tenía tiempo de huir, si eso era posible.
"Mi familia estaba almorzando, incluso quedaron los platos de comida. Ya no siguieron comiendo y salieron huyendo. No llevaron nada solo su ropa que llevaban puesta", dijo Pedro Gómez, un soldador de 45 años.
Ahora, todo el otrora exuberante y verde paisaje está cubierto de gruesas capas de ceniza volcánica sepia, dando al lugar la extraña sensación de un barco fantasma. Donde alguna vez hubo vida, hoy hay calor, polvo y un persistente olor a azufre.
En una vivienda, las páginas de una Biblia estaban chamuscadas. Afuera, el ganado yacía muerto. Un bombo estaba abandonado. En las cocinas, había comida lista para servirse.
Al menos 110 personas han muerto y se cree que cerca de 200 quedaron enterradas bajo los escombros en la aldea de fértiles laderas en las zonas más bajas del Volcán Fuego que se eleva entre las regiones de Sacatepéquez, Escuintla y Chimaltenango a unos 50 kilómetros de Ciudad de Guatemala, la capital del país.
Rescatistas que buscaban víctimas caminaron por los techos de las casas como si fueran sus pisos, cavando en edificaciones en las que solo han encontrado cadáveres de los que se quedaron atrás. Solo unos pocos perros, pollos, conejos y gatos sobrevivieron.
Cuando la ardiente materia volcánica se precipitó sobre ellos, algunos escaparon a pie, otros en automóvil.
"Yo saqué el ´pickup´ (camioneta) y sacamos a un montón de vecinos en él cuando vimos el humo", dijo Alejandro Velásquez, un agricultor de 46 años.
Otros, con menos tiempo, corrieron entre los arbustos y saltaron las alambradas de púas y vallas de madera para llegar a la carretera principal del pueblo de Escuintla, cerca de Los Lotes.
Muchos perdieron de 10 a 50 familiares cada uno, descendientes de generaciones entrelazadas de familias pequeñas que se establecieron en Los Lotes hace más de 40 años. Se niegan a perder la esperanza de encontrar parientes, o al menos, sus restos.
"Toda mi familia está perdida", dijo José Ascon. El joven discutió con la policía que había detenido temporalmente los esfuerzos de rescate después de más flujos de la erupción.
"Daría mi vida por encontrar a mi familia", agregó.
jamj