Poco se puede hacer para aliviar el dolor que pesa sobre los guatemaltecos, pero al menos pueden acompañar su pena con música de orquesta gratuita. El diario español El Mundo comparte la historia de la Orquesta Filarmónica San Juan Bautista, que se ha solidarizado con las víctimas
Música de viento y percusión emana del cementerio de Alotenango, en Guatemala, que se prepara para acoger eternamente a una víctima más del Volcán de Fuego, cuya erupción el pasado domingo ha dejado 114 muertos. El llanto de los cientos de vecinos que acompañan el féretro hasta el camposanto para darle el último adiós sólo es eclipsado por el sonido de los clarinetes, trompetas, tenores, barítonos, percusión, trombones, liras y tubas que en ese momento cortan el sepulcral silencio interpretando música sacra.
Son 30 músicos, vestidos de traje negro, que van detrás del cortejo fúnebre, acompañan a la familia desde su vivienda a la parroquia San Juan Bautista. Allí esperan en el exterior a que concluya la misa, y en cuanto los parientes abandonan el templo, vuelven a cargar sus instrumentos y siguen tocando hasta el cementerio, como "último regalo" para la víctima de la erupción más grande del coloso desde 1974, y que ha sepultado aldeas enteras (como La Libertad, el Rodeo, San Miguel Los Lotes y la Reina) dejando a su paso 193 desaparecidos.
'La Sublevación', del compositor español Francisco Joaquín Pérez Garrido, conocido como Paco Lola, precede a otros 17 temas de música sacra -'El llanto de la Virgen' y 'La cruz pesada', entre otros- escritos por autores guatemaltecos como Víctor Manuel Lara, Alberto Velázquez Collado o Héctor Gómez Barillas. La música sólo cesará cuando los trabajadores del camposanto municipal cierren definitivamente el colorido nicho donde reposarán para siempre los restos del muertito de una erupción que ha teñido de luto al país centroamericano. Más de 1,7 millones de personas afectadas y 1 mil 800 desplazadas a los 13 refugios habilitados.
Desde la erupción, la Orquesta Filarmónica San Juan Bautista -originaria de San Juan Alotenango- ha acompañado durante más de una hora a las 13 víctimas del volcán que han sido enterradas en el cementerio del municipio de Alotenango rodeado de tres volcanes: al frente, el de Agua y a su espalda, el Acatenango y el de Fuego, cuya furia ha dejado a su paso una auténtica Pompeya de cuerpos calcinados de quienes no tuvieron tiempo de escapar de la lava que, a 200 kilómetros por hora, engulló sus humildes viviendas y tiñó el paisaje del color gris de la ceniza.
Ante tanta desolación y mientras más de 600 personas que se encuentran albergadas buscan tener alguna noticia de sus familiares, pareciera que la música no pudiera asomarse en esta pequeña localidad. Sin embargo, las tubas descansan en el suelo del estudio de ensayo de Miguel Ángel Bucú, de 47 años, a la espera de sonar de nuevo.
Fundador y director de la Orquesta Filarmónica San Juan Bautista desde hace 32 años, recibe a Crónica un día antes de que su banda acompañe en su último recorrido hasta el cementerio a otras dos mujeres, de 40 y 72 años, cuyos cuerpos, localizados por los equipos de rescate en la aldea San Miguel Los Lotes, yacen durante toda la noche en un altar del parque central de Alotenango donde se les ha velado a la espera de darles cristiana sepultura. Las familias, sentadas junto al ataúd, reciben a los vecinos del pueblo, quienes les expresan su solidaridad y les dejan en una cajita unos pocos quetzales para que palíen sus necesidades más inmediatas.
"...pienso que la persona que escucha música alimenta su vida"
"En la cultura de nuestro pueblo, los entierros se amenizan con música fúnebre o sacra, y hoy nos hemos unido para acompañar gratuitamente a nuestros amigos", recalca Bucú. Estudió música a los 13 años y tres después ya tocaba en los entierros. Comenzó a dar clases de música en 1998 a sólo dos alumnos. En la actualidad son 30 los músicos que ha formado.
Son miles las personas a las que ha visto sepultar junto a su inseparable tuba teniendo en cuenta que cada año acompaña a más de un centenar de fallecidos hasta su descanso eterno. No sólo en San Juan Alotenango, sino también en Ciudad Vieja, Antigua y en la capital de Guatemala.
El costo de estas marchas fúnebres oscila entre los 25 y 30 quetzales (entre 70 y 84 pesos) para cada componente de la banda, de manera que las familias pagan entre 600 y 900 quetzales (entre mil 670 y 2 mil 500 pesos) en caso de que decidan que actúen 20 o 30 músicos. Precisamente, son las personas más cercanas al fallecido quienes deciden qué canciones van a sonar y no siempre tienen que ser tristes, tal como señala Bucú, quien revela que muchas veces piden música alegre, como cumbias o rancheras, tal como era el deseo en vida del finado.
"Hay quien entiende la muerte como una ganancia porque en ese momento se termina todo aquí, pero comienza la otra vida", recalca. Asegura que incluso ha visto a gente bailar en pleno cementerio al ritmo de estos sonidos festivos, si bien reconoce que el alcohol que habían ingerido previamente también influyó para que se diera la insólita imagen.
El director de la orquesta está pendiente de su teléfono móvil. Un miembro de su grupo es el encargado de avisarle de la llegada de los féretros al Parque Central de Alotenango para confirmar la hora del entierro de una nueva víctima del volcán y así coordinar a la banda por WhatsApp. Cada uno de sus integrantes, incluidas dos chicas de 20 y 18 años que tocan el clarinete y son maestras de música, se encuentran trabajando, si bien en cuanto reciben el mensaje de Bucú tratan de regresar a por sus instrumentos para amenizar el paseo fúnebre por el pueblo. En cuanto arranca la banda, la población se echa a la calle para acompañar a la familia hasta el cementerio.
Hay quien no ha podido enterrar aún a sus muertos, como Gloria Nohemí Cojolom, quien tumbada en un sofá de su vivienda ante el embarazo de riesgo que tiene desde hace cuatro meses, espera frente a un altar con fotos de su marido, José Antonio Castillo, noticias de él. Se trata de un bombero voluntario de 34 años que acudió a rescatar a las primeras víctimas del volcán un día después de su cumpleaños y que junto al también bombero Juan Bajxac lleva desaparecido desde el domingo.
"...me decía que cuando estuviera en su velorio, le pusiese muchas rosas rojas y música alegre..."
Pese a su dilatada experiencia de tocar en entierros, Miguel Ángel Bucú reconoce: "Nosotros, como músicos, nos consternamos mucho porque las víctimas del volcán son nuestros hermanos y los conocíamos muy bien". Así, cada 15 de enero, su orquesta acude a interpretar música sacra a San Miguel Los Lotes, que ha quedado sepultada bajo toneladas de lava. Incluso reconoce que en los primeros siete entierros del pasado lunes, mientras tocaba acompañando al féretro, lloró por el triste destino de aquellas personas. En estos entierros, la música no suena igual que en otros que han acompañado, "es un poco más solemne", ya que la muerte de todas estas personas fue "inesperada", producto de la "furia de la naturaleza".
"...pienso que la persona que escucha música alimenta su vida"
El director de la banda cuenta con una composición propia, Venerable nazareno de Alotenango, que interpreta en cada entierro, y ya tiene en mente escribir una segunda pieza dedicada esta vez al Volcán de Fuego y a la "naturaleza completa que nos rodea". Eso sí, no la quiere triste sino alegre, porque "pienso que la persona que escucha música alimenta su vida" y es precisamente esta misma música la que le acompaña justo cuando ha dejado de existir.
gcc