Si todo sucede de acuerdo con lo previsto, un nuevo gobierno asumirá en Israel el domingo, poniendo fin a 12 años de régimen de Benjamin Netanyahu y una crisis política que obligó a realizar cuatro elecciones en menos de dos años.
El próximo gobierno, encabezado por el ultranacionalista Naftali Bennett, ha prometido torcer el rumbo para sanar las divisiones del país y devolverle una sensación de normalidad. Un plan más ambicioso invitaría al desastre.
La coalición está integrada por ocho partidos de todo el espectro político israelí, incluido un pequeño partido árabe que pasará a la historia como el primero que entra al gobierno. Basta que un sólo partido abandone la coalición para que ésta se derrumbe y Netanyahu, cuya intención es liderar la oposición, aguarda entre bambalinas.
Una coalición frágil contra Netanyahu
La coalición tiene una pequeña mayoría en el Knesset, el parlamento israelí, de 120 escaños e incluye partidos de derecha, centro e izquierda. Cada partido firmó un acuerdo antes de un plazo que vencía el viernes para que continúe la transición.
Pero los únicos puntos de acuerdo son que Netanyahu, a quien se juzga por corrupción, debe dejar el gobierno y que el país no puede soportar una nueva elección en lo inmediato.
Se espera que apruebe un plan modesto que esquive los problemas más candentes y adopte un plan aceptable para los israelíes en ambos lados de la línea divisoria ideológica. Su primer gran reto será ponerse de acuerdo sobre un presupuesto, el primero desde 2019. Poco después vendrían las reformas económicas y el gasto en infraestructura.
Bennett será primer ministro durante dos años y lo seguirá el centrista Yair Lapid, un ex periodista que fue el impulsor de la coalición. Esto es, si el gobierno sobrevive tanto tiempo.
La crisis con Hamás y Palestina, el pendiente
Bennett es un ultranacionalista religioso que apoya la expansión de los asentamientos y se opone al estado palestino, pero podría perder el puesto si se malquista con sus socios moderados.
Esto significará probablemente que continuará la política de Netanyahu de manejar el viejo conflicto sin tratar de ponerle fin. La anexión de la Cisjordania ocupada y Jerusalén oriental probablemente están descartados, pero también lo estará cualquier concesión importante a los palestinos.
Cada gobierno israelí ha ampliado los asentamientos judíos en Cisjordania y Jerusalén oriental, que Israel tomó en la guerra de 1967 y que los palestinos reclaman para su futuro estado. Se prevé que el nuevo gobierno hará lo mismo, pero en una forma discreta para no enfadar al gobierno del presidente estadunidense Joe Biden, que pide moderación y la reanudación, tarde o temprano, de las conversaciones de paz.
Se prevé que el nuevo gobierno mantendrá la posición intransigente de Netanyahu frente a Irán y se opondrá a las gestiones de Biden para revivir el acuerdo nuclear internacional, pero altos funcionarios han dicho que lo harán a puertas cerradas en lugar de hacerlo abiertamente, como hizo Netanyahu durante la presidencia de Barack Obama.
Es probable que el nuevo gobierno colabore con Biden para fortalecer los lazos con los estados árabes.
Sanar la divisiones con los judíos ultraortodoxos y los árabes
Probablemente el cambio mayor será en la política interior, cuando el gobierno intente sanar las divisiones generadas durante la era de Netanyahu, entre judíos y árabes por un lado e israelíes ultraortodoxos y seculares por el otro.
"El gobierno trabajará para todos los israelíes —religiosos, seculares, ultraortodoxos, árabes— sin excepción", dijo Bennet el viernes. "Trabajaremos juntos, como socios y con responsabilidad nacional y creo que lo lograremos".
La Lista Árabe Unida, un partido pequeño de raíces musulmanas dirigido por Mansour Abbas, es el primer partido árabe que integra una coalición de gobierno. A cambio de su ayuda para derribar a Netanyahu, espera obtener grandes presupuestos para vivienda, infraestructura y policía en las comunidades árabes.
Los ciudadanos árabes de Israel, que constituyen el 20 por ciento de la población, sufren discriminación generalizada. Tienen fuertes lazos familiares con los palestinos y en general se identifican con su causa, lo que los vuelve sospechosos a los ojos de muchos israelíes judíos. Las tensiones estallaron durante la guerra de Gaza el mes pasado, cuando judíos y árabes se enfrentaron en las calles de las ciudades mixtas.
El nuevo gobierno ya enfrenta la hostilidad de los ultraortodoxos, partidarios firmes de Netanyahu. Días atrás los líderes del sector lo condenaron duramente y uno exigió a Bennet que se quite la kipá, la pequeña gorra ritual usada tradicionalmente por los judíos devotos.
¿El regreso del "rey" Netanyahu?
Luego de un cuarto de siglo de protagonismo en la política israelí, nadie piensa que Netanyahu, de 71 años, a quien sus partidarios llaman el "Rey de Israel", se retire discretamente a su vivienda privada junto al mar en la localidad israelí de Cesarea.
Como dirigente de la oposición y del partido más grande en el Parlamento, se prevé que hará todo lo posible para derribar el gobierno. Su mayor esperanza de evitar una condena por corrupción es combatir las graves acusaciones desde la oficina del primer ministro con una coalición gobernante que podría otorgarle inmunidad.
Pero su presencia imperiosa podría seguir sirviendo de argamasa para unir a sus adversarios. Bennet, calificado de traidor por buena parte de la base derechista que comparte con Netanyahu, lidera un partido pequeño y difícilmente tendrá una nueva oportunidad de acceder al cargo máximo.
Por su parte, Netanyahu podría enfrentar retos al interior del partido derrotado Likud, que cuenta con varios aspirantes a la sucesión. Saben que sin una figura polarizadora como Netanyahu, los conservadores podrían formar un partido de derecha fuerte y estable, pero Netanyahu sigue dominando las instituciones y la base del partido y los dirigentes difícilmente lo enfrentarán sin tener la seguridad de su caída.
dmr