A pesar de la pugna entre Venezuela y Guyana por la región de Mango Landing, que se encuentra en la selva del Esequibo, la principal preocupación de los ciudadanos es sobrevivir en una zona en la que su principal actividad económica es la minería.
Guyaneses, venezolanos, brasileños e indígenas viven en este poblado de unas 100 personas, también conocida como Mangolandia.
"Convivimos todos bien, sin problema", dice a la AFP Doriely García, una cocinera venezolana de 30 años cuya pareja es un guyanés de origen indígena.
Venezuela reclama desde hace más de un siglo la soberanía sobre este territorio de 160.000 km2, pero su reclamo se intensificó tras el descubrimiento de vastas reservas de petróleo en 2015, al punto que en los últimos días despertó temores de un posible conflicto.
"Los políticos hacen lo suyo y nosotros pagamos los platos rotos", afirma Robinson Flores, venezolano de 52 años que vive desde hace ocho en Mangolandia, a pasos de Venezuela y frente a las aguas fangosas del río fronterizo Wenamu.
Pobladores se van de la región: "Sobrevivimos con lo que tenemos"
El pueblo está controlado por una comisaría de la policía guyanesa que fue reforzada hace varias semanas con soldados.
Algunas partes de Mangolandia dan la impresión de un pueblo fantasma; sus casas de madera están abandonadas, con los tejados rotos mientras que la vegetación se apodera de ellas.
"Aquí sobrevivimos con lo que tenemos", resume Flores, que tiene en su pantorrilla izquierda un corte de machete cubierto con una venda hecha con vinagre, crema antihongos, papel y cinta adhesiva.
Con el paso del tiempo la población se ha ido desplazando, ya que la minería no es rentable para vivir ahí, por lo que en pocos años, Mango Landing pasó de 400 o 500 habitantes a un centenar, la mayoría de ellos venezolanos, por la escasez de oro.
“La crisis de Venezuela fue transportada hasta aquí. Los precios se dispararon… Todo lo que llega aquí, llega por Venezuela: alimentos, gasolina, medicinas, ropa", apunta Flores.
¿A quién le pertenece el territorio?
Desde el inicio de la crisis diplomática, el precio de la gasolina se ha duplicado o incluso triplicado, de dos dólares el litro a seis; una lata de atún cuesta cinco dólares, una Coca-Cola más de siete.
Todo aumenta por la constante extorsión a la que son sometidos los pobladores.
"Antes, le pagábamos a los soldados venezolanos y a los sindicatos (grupos criminales), luego a la policía aquí. Ahora hay más puestos militares, piden más dinero", explica un minero venezolano.
"Hasta ahora todo estaba bien, pero ahora todo es demasiado caro”, afirma Cindy Francis, una guyanesa de 33 años casada con un minero.
—¿El Esequibo es venezolano o guyanés?
"¡Poco importa!... Tenemos que pensar en ganarnos la vida sin ayuda de los gobiernos, así que eso no cambia nada", respondió Cindy quien asegura saludar tanto a los soldados guyaneses como a los venezolanos que pasan cerca de su hogar.
Poco dinero, pero las chelas no pueden faltar
En las tres o cuatro calles de tierra que conforman este pueblo abunda la publicidad de bebidas alcohólicas; "los bares están abarrotados de botellas a la espera de algún cliente, cerca de allí, dice un vecino, está el sitio en el que trabajan las prostitutas de noche, fundamental en un pueblo minero".
"Mucho trabajo, sin distracciones, venimos aquí a beber, a divertirnos, a escuchar música", dice la persona, mientras los comerciantes resaltan la necesidad de que mejoren las condiciones de vida para la zona.
Milton Shaomeer Ali, de 64 años, no había tenido un cliente desde hace dos días. El comerciante solo pidió: "buenas relaciones políticas y económicas con Venezuela".
Lionel Coro solo quiere "trabajar tranquilamente"; este venezolano de 30 años se gana la vida transportando petróleo, diésel y comida por 100 dólares los 100 kg.
"Aquí vivimos mucho mejor que en Venezuela, como bien, mi situación es estable. Si hay un problema (con el Esequibo), perderemos todos, los venezolanos y los guyaneses".
RM