Mijaíl Gorbachov: de gobernar la URSS a poner fin a la Guerra Fría

Gorbachov encaminó a su país, y luego al mundo, hacia una distención que terminó por derrumbar la Cortina de Hierro.

Gorbachov logró entre 1985 y 1991 una vuelta histórica. | Diseño: Óscar Ávila
Horacio Besson
Ciudad de México /

“Mijaíl Serguéievich Gorbachov ha fallecido esta noche tras una larga y grave enfermedad”, fue el escueto informe desde el Hospital Clínico Central de Rusia. Una corta nota para dar a conocer la muerte de un hombre que alentó los grandes cambios de la historia moderna redefiniendo la geopolítica y el modo de vivir de millones.

Mijaíl Gorbachov fue, durante más de 15 años, referente obligado de los grandes cambios mundiales y encabezó lo impensable durante décadas de confrontación entre Washington y Moscú: sacudir las viejas estructuras soviéticas para renovar y acercar al país a Occidente, coquetear con el capitalismo y erosionar el tufillo ideológico de un enfrentamiento cuya punta de lanza era una carrera que parecía incansable en esa competencia por tener el más poderoso arsenal atómico.

Por eso, dos palabras rusas se colaron en la prensa mundial de los ochentas para ser parte de las conversaciones cotidianas de las personas en cualquier rincón del planeta que comentaban las noticias “del día”: glasnost y perestroika.

Bajo sus significados, Gorbachov encaminó a su país a una nueva etapa de apertura y luego al mundo hacia una distención que terminó por derrumbar la Cortina de Hierro y así, permitir la unificación de Alemania y desatar la cuerda de imposición del Kremlin sobre los países de la Europa Oriental.

Gorbachov logró entre 1985 y 1991, durante su gobierno, un cambió histórico: los nuevos aires que soplaban desde Moscú trajeron esperanza al optimismo mundial al dar por terminada la Guerra Fría aunque el precio por esa avalancha de acontecimientos redujera a la Unión Soviética a escombros.

El ascenso de Gorbachov

De origen ruso-ucraniano, Gorbachov nació el 2 de marzo de 1931 en el periodo de entreguerras y en pleno régimen de Stalin, en un país que llevaba apenas 14 años de haber fulminado al zarismo.

Era época de hambruna y trabajos forzados a los campesinos, por lo que la familia Gorbachov buscaba sobrevivir en el pueblo de Privólnoye, en la región de Stávropol, en el sur de Rusia, entre Ucrania y Georgia.

Harto de una vida rural, Gorbachov viaja a Moscú en 1950, tras lograr una plaza para estudiar en la facultad de Derecho de la Universidad Estatal de Moscú. Joven y ambicioso, a los 22 años toca a las puertas del Partido Comunista.

En 1953 se casó con Raisa Tirarenko que décadas después, ya bajo el apellido Gorbachova, salió del ostracismo que las esposas de los líderes comunistas solían ocultarse para representar el papel de una primera dama de corte occidental.

Tuvieron a Irina en 1957, su única hija, que les daría dos gemelas como nietas.

Dos años antes, recién graduado, el joven matrimonio empieza a vivir en Stávropol. Gorbachov está de nuevo en casa con planes en la política.

No hubo prácticamente escollos en su ascenso al poder. Para 1980 ya estaba en el Politburó (la “cúspide” del Comité Central del Partido Comunista). Tenía menos de 50 años y ya era su miembro más joven.

Alianzas son destino y Gorbachov supo mover las fichas: al ser cercano al entonces jefe de la poderosa KGB (la mítica y poderosa agencia de inteligencia y policía secreta de la URSS) Yuri Andropov, el camino a la cumbre se despejó.

Para noviembre del 82, Andropov, de 68 años, ya era secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética -en los hechos, el mandatario del país-, y Gorbachov su delfín para sucederlo.

País dominado por la gerontocracia, Andropov sólo gobierna por 15 meses. Konstantín Chernenko toma las riendas pero apenas dura un año y muere a los 73 años.

Y entonces llega el aire fresco de Gorbachov: apenas tiene 54 años y se le ve jovial, no tiene miedo de sonreír y de seducir políticamente.

La vorágine en Moscú

No pierde tiempo y empieza a renovar las viejas estructuras anquilosadas y ve en el “socialismo de rostro humano”, del checoslovaco Alexander Dubček, un modelo a seguir para lanzar sus dos banderas de cambio: la perestroika (reforma política) y la glasnost (transparencia informativa).

A partir de ahí, inició la vorágine sin marcha atrás, tanto dentro de su país, con la apertura a la propiedad privada y a las mercancías, pero aún bajo la tutela de una economía centralizada, a la libertad de expresión, a los visos de un sistema democrático, liberación de presos políticos y respeto a la prensa, opinión, credo y movimiento.

A nivel mundial, logró acuerdos con Washington (en la era republicana de Reagan y Bush padre) sobre control de armamento, ordenó el retiro militar de Afganistán, cristalizó el acercamiento a Occidente, soltó el yugo soviético sobre Europa Oriental, permitió la caída de la Cortina de Hierro y la unificación alemana bajo el mando capitalista.

Los aplausos y las glorias crecían en exterior, cumbres, invitaciones, premio Nobel de la Paz 1990, y demás, pero dentro de la aún URSS algo se movía, la inconformidad ante los rápidos cambios molestó a parte del establishment y entre la gente que veía que el Estado protector se desvanecía sin lograr alcanzar las promesas de un sueño capitalista de opciones y abundancia.

Algo se empezó a agitar en las repúblicas que componían la Unión Soviética, siempre bajo el dominio de Rusia, y las elecciones locales desvelaron nuevos líderes. Apareció entonces Boris Yeltin, por un lado, y una revuelta de los duros del comunismo por el otro.

Y lo impensable, un golpe de Estado en la URSS, en agosto de 1991, que terminó en un rotundo fracaso y en el ascenso de Yeltsin que desafió a los rebeldes y militares inconformes. En Crimea, alejado de los reflectores, Gorbachov estaba en prisión domiciliaria, pues la asonada se realizó durante sus vacaciones.

La sombra en la nueva Rusia

Opacado por el nuevo “héroe nacional”, inició el ocaso de Gorbachov. Para el 8 de diciembre Yeltsin firma junto a los presidentes de Ucrania, Leonid Kravchuk, y de Bierorrusia, Stanislav Shushkévich, repúblicas aún bajo la cúpula de la agonizante Unión Soviética, el tiro de gracia de una era que inició en 1917.

El Tratado de Belavezha daba por terminada a la URSS y creaba a la Comunidad de Estados Independientes (más un organismo de cooperación que una alianza de Estados).

Días después, el 21 de diciembre, ocho de las 12 repúblicas soviéticas restantes se unían a la CEI. Gorbachov, el Soviet y el viejo Estado comunista no aguantan más ante la independencia de los antiguos miembros.

El 25 de diciembre de 1991, Gorbachov daba un discurso donde presentó su renuncia. Al día siguiente, la URSS quedaba formalmente desintegrada.

Durante seis años transformó a su país y en el ámbito internacional sus pasos influyeron al menos 15 años (desde su llegada a mediados de los ochentas hasta el final del siglo XX) el mapa y la historia.

Los rusos le achacaron el caos final de su periodo y lo acusan de no haber previsto el desmembramiento de la URSS por lo que fue vilipendiado por algunos e ignorado por la mayoría: En 1996 se postuló a la presidencia donde Yeltisn arrasó. Él, apenas logró 0.51 por ciento de los votos.

En su discurso de aceptación del premio Nobel de Paz, el 10 de diciembre de 2010, Gorbachov afirmó:

“El año 1990 representa un punto de inflexión. Marca el final de la división antinatural de Europa. Alemania se ha reunificado. Hemos comenzado resueltamente a derribar los cimientos materiales de un enfrentamiento militar, político e ideológico. Pero hay algunas amenazas muy graves que no han sido eliminadas
: el potencial de conflicto y los instintos primitivos que lo permiten, las intenciones agresivas y las tradiciones totalitarias”.

Hoy, Gorbachov está muerto y Putin encarna esa amenaza que el último líder de la URSS advertía hace casi 22 años.

JLMR

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