En el sur de Afganistán, los trabajadores agrícolas de los campos de la amapola, la planta de la que se extrae el opio, celebran este año con juegos y aires de fiesta una cosecha excepcional, que podría suponer importantes ingresos para los talibanes.
En Afganistán, la primavera es sinónimo de ofensiva de los insurgentes islamistas, pero también de cosecha de la amapola. Como cada año, miles de personas acudieron a Naquil, en la provincia de Uruzgán, para recolectar la resina de la planta, materia prima con la que se fabrican el opio y la heroína.
Esta vez la cosecha parece prometedora y por la noche los trabajadores juegan al "lazo": los participantes se ponen en el centro de la muchedumbre agitando una gran cuerda con la que tienen que tocar a sus adversarios. Reina el buen humor y muchos compran helados de frambuesa a un vendedor.
"Es el único momento del año en el que se gana dinero", explica Afzal Mohammed, un trabajador del campo que vino desde de Kandahar para trabajar en la cosecha. "Aquí la gente trabaja durante 15 días y el resto del año no tiene empleo", asegura.
Según los habitantes de la región, muchos de los trabajadores agrícolas que recogen la amapola (o adormidera) son talibanes venidos de otras zonas del país.
"Aunque todo el mundo dice que sin amapola no habría guerra en Afganistán, la verdad es que para nosotros no habría trabajo ni comida sin adormidera", afirma Abdul Bari Tokhi, un jefe tribal cuya familia posee varias hectáreas de tierras en Naquil.
La llegada de trabajadores de todo el país para la cosecha es la prueba de la precariedad de la situación económica en Afganistán, donde el desempleo afecta a una de cada cinco personas activas. Y sobre todo demuestra el fracaso de las campañas para erradicar el cultivo de la amapola, lanzadas por los países occidentales tras el derrocamiento de los talibanes, en 2001.
Afganistán sigue siendo el líder mundial de este cultivo y en 2014, el año en que la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) dio por terminada la misión de combate en el país, se registró la mejor cosecha de amapola desde 2002.
El año pasado la producción cayó enormemente, pero según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito fue a causa de la sequía y no de las campañas de erradicación. Por eso este año los campesinos hacen todo lo posible para recuperar lo que no pudieron ganar el año pasado.
Durante la cosecha de esta planta, los talibanes suelen reducir sus ataques, una prueba de que controlan su cultivo, un mercado que representa tres mil millones de dólares.
"La cosecha está a punto de terminar (...) por lo que esperamos un aumento de los ataques talibanes", explicaba recientemente Charles Cleveland, portavoz de las tropas estadunidenses en Afganistán.
"Con la muy buena cosecha de este año nos tememos que los talibanes reinviertan sus ingresos en sus esfuerzos de guerra", lamentó.
En Uruzgán, una provincia montañosa de difícil acceso, la amapola está en todas partes. Desde su despacho, el gobernador provincial Mohammed Nazir Kharoti tiene vistas a los campos verdes entre colinas que se extienden hasta el horizonte.
"Estamos en guerra", explica, y asegura que no puede hacer nada contra el "oro verde". "La erradicación forzada solo agrava la situación económica. Crea un movimiento de simpatía de la población con los talibanes e incluso lleva a la gente a acogerlos en sus casas", afirma.
Naquil, en el sur de Uruzgán, está lleno de agricultores, narcotraficantes, drogadictos y también de talibanes. Oficialmente la zona está bajo el control del gobierno pero las autoridades están cada vez menos presentes.
En los campos el sistema de cosecha es siempre el mismo. Por la tarde hay que hacer con una cuchilla una incisión en la cápsula de la planta, de donde sale una savia blanca. Durante la noche, esta sustancia se solidifica y se vuelve marrón y la resina resultante se recupera al día siguiente, utilizando un rascador.
Algunos cultivadores consideran la incisión de la amapola como un acto casi metafísico. "Hay que sujetarla con cuidado", dice Sher Mohammed, y pide hacer la incisión "con amor".