Tras la desaparición del comunismo soviético, sus críticos pensaron que el marxismo igualmente había llegado a su fin. Sin embargo, desde esos días hubo algunas voces que a contracorriente expresaron que mientras continuara habiendo injusticia social en el mundo el marxismo seguiría siendo una opción. A la llegada del siglo XXI, en tanto que ese estado de injusticia se agudizaba, la figura de Marx volvió a recuperar protagonismo.
En ese sentido, el historiador inglés Eric Hobsbawm anotaba: “Hoy en día Marx es, otra vez y más que nunca, un pensador del siglo XXI”. Entre los libros que han aparecido en años recientes e intentan explicar la vigencia del marxismo destacan dos: El joven Marx, de David Leopold (Akal, 2012), y ¿Del marxismo al posmarxismo?, de Göran Therborn (Akal, 2017). El tema que marca una línea de continuidad del primer Marx a sus herederos es la modernidad. Dialécticamente, esto se expresa en un doble movimiento: por un lado, su defensa de lo que es el Estado moderno; por otro, su crítica a dicho Estado y la posibilidad de trascenderlo. Refiriéndose a la izquierda en general, el investigador mexicano Carlos Illades ha señalado que el futuro es su tiempo. Por ello, aunque se haya pretendido ver a la URSS como la puesta en práctica de las ideas de Marx, su fracaso está ligado más a las circunstancias concretas a las que se tuvo que enfrentar que a la teoría de la cual provienen. Ampliando la opinión de Hobsbawm, Therborn específica, en relación con el tema central que hemos señalado, que “El marxismo ha defendido la modernidad con vistas a crear una modernidad distinta, plenamente desarrollada”.
Explicar cómo desde sus obras de juventud estaban ya en potencia los ejes de su pensamiento maduro es el propósito de David Leopold. Para Leopold, las obras de juventud de Marx abarcan los años 1843–1845 y son respuestas a Hegel, Bruno Bauer y Ludwig Feuerbach. En relación con los dos primeros, Marx expuso sus cuestionamientos en dos obras específicas: Crítica de la filosofía del Estado de Hegel y Sobre la cuestión judía; con respecto a Feuerbach, aclara Leopold, el número de obras a citar se amplia. En el primer caso, teniendo como referente el Estado prusiano, Marx explica por qué no es un Estado moderno tomando en cuenta las consecuencias de la Revolución francesa. La teoría marxista del mundo social moderno se define por cuatro elementos de acuerdo con Leopold: “la separación de la sociedad civil y el Estado, la relación que existe entre estas dos esferas independientes, el carácter de la sociedad civil y el del Estado moderno”. El primero de ellos es el más importante y de ahí se derivan los demás. La separación de los “intereses particulares” y los de “interés general” es lo que marca el mundo social moderno.
En Sobre la cuestión judía lo que se pone a discusión es si hay ciudadanos de segunda. La discusión toma como eje la religión y aquí aparece un elemento que los ateos izquierdosos ignoran o simplemente pasan por alto: Marx no niega el derecho a la creencia religiosa. Sí, está la cuestión de que “la religión es el opio del pueblo”, pero la crítica de Marx va en el sentido de que el factor religioso impide la modernidad del Estado, pero no en lo que se refiere al derecho del ciudadano de profesar una religión. La conclusión a la que llega Sobre la cuestión judía es categórica: los judíos no podían ser excluidos de sus derechos civiles por su fe.
Finalmente, en su discusión con Feuerbach aparece el punto que hace que la figura de Marx recobre vigencia en nuestros días: la emancipación humana. Alcanzar el estatus de “sociedad moderna” resulta un momento determinante en el desarrollo humano, pero en la separación de los “intereses públicos” de los “intereses particulares” tanto en el plano político como en el civil lo que predominan son estos últimos. Ni el político ni el ciudadano buscan el bienestar de la comunidad. Es por esta razón, retomando a Therborn, que la etapa final de la teoría marxista implica llegar a una “modernidad plenamente desarrollada”. En una sociedad moderna, el Estado debe generar las condiciones idóneas tanto infraestructurales (tener trabajo) como superestructurales (acceso al esparcimiento y la cultura) para que el individuo alcance su emancipación y se vuelva “un ser genérico”. Anota Göran Therborn con respecto al lugar que ocupa el autor de El capital en nuestros días: “Marx es, más bien, un compañero que anima a reflexionar en profundidad sobre el significado de la modernidad y de la emancipación de la humanidad”. Therborn considera, luego de la mala experiencia soviética, que es poco probable que surja un nuevo régimen basado en el marxismo, pero esto no significa que “la política socialista, basada en la reivindicación de una sociedad diferente, socialista, haya desaparecido”.
En el nuevo milenio, el sistema capitalista se ha revigorizado y el individualismo se ha exacerbado pero no han triunfado totalmente y han dado pie a que aparezcan nuevas formas de lucha. A la que ha aparecido siguiendo a Marx, Therborn la denomina “transocialismo”: “El transocialismo conserva la idea marxiana fundamental de que la emancipación humana de la explotación, la opresión, la discriminación y de la inevitable asociación del privilegio y la miseria solo puede surgir de la lucha de los propios explotados y los desfavorecidos”. La herencia de Marx quedaría expresada en la siguiente frase: no siempre dará soluciones, pero no puede soslayarse su tono crítico.