Mi mejor pago es servir a Dios: Andrés Rosales, de agricultor a campanero

Historia de vida

Originario de la Villa de Juan E. García, Andrés Rosales tiene ya 24 años siendo campanero de la Parroquia del Sagrado Corazón en Lerdo.

Andrés, de 66 años de edad, vive en la colonia 20 de Noviembre, y diario transita a pie hasta el Centro Histórico. (Rolando Riestra)
Luis Alatorre
Lerdo, Durango /

Quizá pocos le conocen por su nombre, pero al final todos acuden a su llamado. No pertenece a ningún partido, ni dirige algún grupo social, aunque en sus manos sujeta un instrumento que al repicar, lleva a la nostalgia de los pueblos católicos y mueve a la conciencia humana para refrendar algo tan invisible, pero tan preciado: La Fe.

Originario de la Villa de Juan E. García, don Andrés Rosales Jáquez dejó el azadón y el surco como agricultor para venir hace 24 años a trabajar como sacristán campanero de la Parroquia del Sagrado Corazón en Lerdo, donde al margen de su paga, sostiene que su mejor recompensa de su labor es servir a Dios y la iglesia, donde la mayor satisfacción es ver la llegada de feligreses entrando al templo. “Es algo tan hermoso y que me da mucha satisfacción el estar sirviendo a Dios y al Sagrado Corazón de Jesús”, dice con orgullo.

¿Qué representa para ti ser el campanero de esta parroquia?

“Es algo muy especial para mi en persona, en mi familia, en mi esposa y mis hijos, porque servirle al Sagrado Corazón y a Dios es una satisfacción, ya que es un trabajo especial que no cualquiera lo puede hacer. Yo temprano vengo, preparo, limpio el templo y llamó para la Misa de 8 de la mañana. Termina la misa, recojo, limpio, voy a descansar un rato y vuelvo, pero es algo tan hermoso el estar sirviendo”.

Más allá del sueldo, ¿Qué te llena de su trabajo?

El salario no, porque yo sé que estoy sirviendo a Dios y eso me reintegra más lo poquito o mucho que me pueda dar el señor cura. Para mi, el amor a la gente, el servirle aquí, de tener limpio el templo, de qué me preguntan detalles e historia sobre la construcción y de los Santos, les contesto con humildad y sencillez a toda esa gente que entra a persignarse o confesarse.

¿Qué otras actividades haces?

Me subo al menos cada tres o cuatro meses a limpiar el campanario, para conservarlo limpio porque al haber muchas aves es lógico que ensucian mucho y es mi trabajo también tener limpia la torre y cuidar que no se vea mal nada, porque son reliquias que requieren mantenimiento, pues se dice que esta campana la donaron los revolucionarios.

Cada vez que haces un llamado en la campana y llega la gente ¿Qué sientes?

Una satisfacción porque la campana es el llamado que Dios nos hace a todos nosotros y me satisface hacer la primera llamada, seguida de la segunda y tercera para que la gente entre a escuchar la palabra de Dios. A veces el templo está lleno, otras está vacío, esto por situaciones como la que estamos padeciendo por la pandemia, pero al final es algo satisfactorio.

Aún en la pandemia y la contingencia ¿Tú venías?

Todos los días. Cuando la pandemia del covid-19 estaba al cien por ciento, el padre Amansio y un servidor estuvimos transmitiendo las misas y todo eso (en redes sociales) y todo fue algo especial para mi, porque a pesar de no permitir el ingreso al templo, las campanas no dejaron de sonar para que desde sus hogares las familias siguieran la misa.

¿Cada cuándo se hacen los llamados a Misa?

Son cada 30 y 45 minutos antes de cada misa. La tercera llamada es para que todo esté listo y preparado para que el sacerdote salga y celebre la Santa Misa. A la misa de mediodía, los llamados a las 11:30, 11:45 y a las meras 12 pm se da la tercera llamada, pero son tres misas por día, a las 8 de la mañana, 12 mediodía y 7 de la noche.

Yo me encargo de abrir el templo, de cerrarlo, de estar al pendiente de que la gente salga satisfactoriamente con Cristo en su corazón.

Andrés, de 66 años de edad, vive en la colonia 20 de Noviembre y diariamente transita a pie desde su casa hasta el Centro Histórico hasta llegar a la Parroquia del Sagrado Corazón, cuyo templo fue construido en su fachada de cantera rosa en un periodo de dos años iniciando el 8 de julio de 1895 y concluido el 22 de junio de 1897 (124 años de antigüedad), donde su primer párroco fue Francisco Uranga.

aarp