"Ugh. Lo odio”, se queja Abigail Disney cuando le pido que aclare de una vez por todas de qué tamaño es su patrimonio. Es más fácil hablar de sexo que de dinero, comenta la sobrina nieta de Walt Disney.
“En internet se dice que tengo 500 millones de dólares (mdd), y podría tener algo cercano a eso si hubiera invertido agresivamente”, menciona, repitiendo una línea que usó antes mientras esquivaba ese tipo de preguntas. Aunque hoy, sentada en un banco verde del restaurante Upland con iluminación ámbar frente a Park Avenue en Manhattan, decide corregir lo que se dice en internet.
“Voy a decirlo”. Después de regalar 70 mdd durante los últimos 30 años, “tengo alrededor de 120 mdd y eso he tenido desde hace algún tiempo”.
A los 59 años, la heredera de Disney se convirtió en una inesperada guerrera de clases en Estados Unidos (EU) en la lucha sobre cómo se debería gravar a las familias más ricas, y sobre lo que representa un salario justo para la gente que limpia los parques de diversiones, en lugar de compartir los nombres con estos sitios.
De manera más concreta, ella cuestiona la forma de distribución de la riqueza en un reino que su adorado abuelo Roy cofundó con su hermano artista Walt. Particularmente tiene en la mira a Bob Iger, el director ejecutivo de Disney y el magnate que domina los medios.
Iger ha estado a cargo de un crecimiento que quintuplicó las acciones de Disney desde 2005, cuando armó una alineación irresistible de contenido para la era digital, desde Star Wars hasta Toy Story y la serie de películas de los Avengers. Y se le recompensó muy bien. El año pasado, la compañía de entretenimiento le pagó 65.7 mdd, cuando algunos de sus empleados de menor salario dependen de los vales para alimentos.
“Elijo ser una traidora de mi clase”, dice Disney con cierta satisfacción, acomodando una discreta cola de caballo en una blusa de lentejuelas. Pero incluso los traidores de su clase deben comer, y una de las cosas que la cocinera capacitada en el Cordon Bleu disfruta de tener dinero es la capacidad de comer bien.
“Aquí todo es perfecto”, me asegura, escogiendo un plato que no parece pretencioso: espagueti pomodoro con peperoncini. Le aviso para que considere dos platos y cuando llega la mesera, ella agrega una entrada de fluke crudo.
El pescado, preparado en tequila y jugo de lima, suena refrescante, así que sigo su ejemplo y luego me decido por un pappardelle con ragú de salchicha picante. Disney pide agua mineral y un refresco de dieta, pero yo pido un vaso de vino blanco que vaya con la salsa de pasta.
Ya con nuestras órdenes tomadas, le pregunto por qué se ha vuelto más protagonista ahora.
Ella expresa sus puntos de vista desde hace tiempo, pero nadie la escuchaba, responde: “Creo que la pregunta ‘por qué ahora’ es para todos los demás. ¿Por qué de repente me escuchan?” Pero hay otros factores: sus cuatro hijos, de 19 a 28 años, ya no están en su casa, y Donald Trump se convirtió en presidente de EU.
“Se siente como la apoteosis de esto”, menciona sobre Trump. “Es como si el ego de los ricos se hubiera hinchado como una ampolla enorme y en algún momento tuviera que reventar”. Disney parece feliz de ser quien la pinche.
Llegan nuestras entradas. Pruebo mi pescado adornado con cilantro, disfrutando de los cítricos con los que se corta, mientras Disney describe la vida entre los académicos liberales que desdeñaron el tipo humilde de cultura de su familia. Les gustaba recordar que Walt ofreció nombres de empleados supuestamente comunistas al Comité de Actividades Antiestadounidenses de la Cámara de Representantes en 1947.
Avanzamos alegremente con nuestros platos principales cuando, sin haberla pedido, aparece una pizza margarita de 19 dólares, con los elogios del chef. “Una vergüenza de la riqueza”, dice Disney mientras el mesero reorganiza los platos en nuestra pequeña mesa: “La historia de mi vida”.
Tomando un trozo con las manos, como una buena neoyorquina, explica por qué ni ella ni sus hermanos Tim, Roy y Susan al final ocuparon algún puesto en la compañía: después de que su padre expulsó a Eisner, “ningún CEO en su sano juicio nos permitiría volver a bordo”.
Ella considera al negocio que la hizo rica como “la última empresa que se puede avergonzar”, y está decidida a avergonzarla. Los empleados de 15 dólares por hora ganan 135 dólares por cada turno de nueve horas, señala, mientras que el salario de Iger el año pasado fue de 180,000 dólares por día.
“Si sabes que la persona que camina a casa con 135 dólares no va a poder pagar los alimentos, la vivienda, la educación, la crianza de los hijos y lo demás, y te paras junto a ellos con tus 180,000 dólares, ¿cómo puedes dormir por la noche?” pregunta ella. Nos comimos todo lo que pedimos y tanta pizza como pudimos. Generalmente es aficionada al postre, pero Disney rechaza incluso un café, aunque aún no termina su discurso.
“¿Quién creo que soy? Soy solo una persona que está viendo algo que viola mi sentido de equidad, y lo que sucede es que tiene mi nombre”, dice Disney. Después de dos horas de almuerzo, cambia de opinión sobre el café y describe su proyecto para relanzar la paz, que costará al menos 20 mdd.
Es una iniciativa multimedia que abarca documentales, películas Imax, un programa de televisión de realidad, un programa de entrevistas y un podcast. “Walt era un soñador y pensaba en grande, entonces ¿por qué no puedo hacerlo? Lo peor que puede pasar es que fracase. ¿Y qué? Nunca me han recompensado por timidez”.