En una baraja de cartas, la leyenda popular otorga al as, al mismo tiempo, el aura de amuleto de la suerte y presagio de la muerte; dicha dualidad le da a este naipe el simbolismo de una vida al límite, tal y como en 1980 lo plasmó Motörhead en una de las canciones de rock más reconocidas de todos los tiempos: Ace of Spades.
En esa pieza, Lemmy Kilmister decía con su voz aguardentosa y de manera acelerada: “Si te gusta apostar soy tu hombre, a veces se gana, otras se pierde, pero da igual. El placer es jugar”. Icónica frase que se puede aplicar a Andrew Beal, un banquero que siempre ha apostado el todo por el todo, ya sea en la banca, en las bienes raíces o en un casino.
El oriundo de Texas, Estados Unidos, es un personaje sin igual en el mundo financiero; su fortuna de 9 mil 300 millones de dólares la amasó con un par de bancos —Beal Bank y Beal Bank USA— y con fuertes apuestas en la industria inmobiliaria; sin embargo, su verdadera pasión son las matemáticas y el póquer.
De hecho, más que su inmensa riqueza y su feeling financiero, su intrépida forma de jugar al póquer es lo que lo ha convertido en casi un mito en los mundos empresarial y del juego, en exuberantes partidas privadas en las que enfrentó a profesionales, ganando millones de dólares, pero perdiendo otros más.
Inicia el juego
Desde pequeño Andrew Beal mostró su apetito por hacer dinero: hacía cosas tan básicas como cortar el césped de los vecinos u organizar una venta de garaje en su casa, y tan complejas como comprar televisores estropeados por un dólar y arreglarlos para venderlos en 30 o 40 billetes verdes.
Así, ideando nuevas formas de ganar dinero, Andy —como le dicen sus amigos— pasó su infancia y adolescencia. Su esfuerzo rindió frutos y para cuando ingresó a la universidad ya administraba varios almacenes y algunas pequeñas empresas, que combinaba con sus estudios en Matemáticas.
Su pasión por esta ciencia exacta era muy grande; sin embargo, decidió abandonarla para dedicarse a sus pequeños negocios; además de que en esa época —principios de los 70— descubrió una nueva manera de llenarse los bolsillos: apostar a lo grande en el póquer.
Los casinos de Las Vegas se convirtieron en su segundo hogar, cada noche explotaba al máximo su capacidad para contar cartas, habilidad que desarrolló gracias a su talento nato para las matemáticas. Ahí, entre máquinas tragamonedas y mesas de blackjack, amasó una pequeña fortuna jugando al póquer.
Con ese dinero, Beal se dio cita en una subasta federal con el objetivo de comprar un complejo de apartamentos en Missouri; sin embargo, terminó con un edificio en Texas, el cual remodeló y tres años después vendió por un millón de dólares.
Varios negocios inmobiliarios después le dieron el suficiente capital para fundar Beal Bank, el negocio que lo hizo multimillonario.
Hagan sus apuestas
Era el comienzo del nuevo milenio y el Beal Bank ya no necesitaba de su fundador para operar a la perfección. Fue entonces que decidió dedicar más tiempo a sus actividades favoritas: las matemáticas —incluso desarrolló una teoría que lleva su nombre— y el póquer, donde en una sesión en el Bellagio llamó la atención de los organizadores de partidas televisivas.
Reclutado por esos tiburones, Beal ofreció partidas épicas en las que ganó y perdió millones de dólares. A la postre se “retiró” del juego, pero sigue apostando en sesiones privadas donde incluso se pone en juego más dinero que en los casinos, y al parecer, así seguirá hasta el último día de su vida, o como diría Lemmy, hasta que llegue el momento de “bailar con el diablo”.
Fortuna
El matemático tiene una fortuna de 9 mil 300 mdd que amasó con un complejo bancario.
Comenzó su carrera con varios negocios inmobiliarios que le dieron el capital para fundar un banco.
Disfruta de jugar al póquer, poniendo en juego millones de dólares.