"No hay quien quiera comprar buñuelos y de eso vivo": Esperanza

El Santuario de San Juditas permaneció cerrado este domingo, solo abrió la Parroquia

Esperanza Mejía ofrece desde hace 40 años buñuelos en Carboneras. (Elizabeth Hernández)
Elizabeth Hernández
Mineral de la Reforma /

Esperanza Mejía Valdez mueve cuidadosamente la miel de piloncillo que hierve constantemente, mientras los pedazos de guayaba flotan al compás del hervor.

Así, desde las 8:00 de la mañana de este domingo, Esperanza ora a San Juditas para que se vendan sus buñuelos que, desde hace más de 40 años ofrece afuera del centro religioso que permanece cerrado por la pandemia.


"No hubo misas, todas las están dando por Internet y pues por lo mismo no hay gente y no hay quien quiera comprar buñuelos y me preocupa porque de eso vivo", dice la mujer de 69 años, quien cubre su cuello con la chamarra aborregada que se puso este domingo para salir a vender este antojo dulce tradicional.

A pesar de que se enteró que el Santuario de San Judas Tadeo, ubicado en la avenida Carboneras en Mineral de la Reforma, no abriría, decidió continuar su rutina de cada fin de semana.

"Desde el sábado en la noche empecé a hacerlos y hasta las 3:00 de la mañana terminé, me dormí un rato y ya después me levanté para salir a las 7:30 acá, a San Juditas.

"Es mi trabajo, de aquí saco para pagar los servicios de mi casa: la luz, el agua y el gas, y han sido meses complicados porque de marzo a octubre no me dejaron vender, por lo mismo de la contingencia, pero ahorita con las restricciones es lo mismo, porque no sale para los gastos", explica la mujer.

Así pasan los minutos y las horas, y mientras ve llegar a un par de personas que entran a la pequeña parroquia, en la que había gel antibacterial en la entrada, pide a San Juditas un milagro.

"Que tengamos salud, que esta enfermedad se vaya porque ha afectado a miles de personas en el mundo y yo soy una de ellas.

"Rezo porque mis dos hijos estén bien y que encuentren trabajo, porque tienen familias, pero deseo y le pido que esto concluya", dice, mientras otras dos mujeres ofrecen paletas congeladas, a pesar del cielo nublado y el viento frío que se sintió la mañana de este domingo.

Esperanza llora, mientras sigue meneando la miel y lo hace porque ella es su único sustento y a veces siente que no tendrá para comer, "pero Dios es grande y nunca me ha dejado sola", asegura, mientras enjuga sus lágrimas.

"Sabe que me he colocado aquí desde antes de que hicieran la Iglesia, porque antes no había nada aquí, así que he visto crecer este lugar, tener a mis clientes que hoy tampoco aparecen por aquí porque tienen miedo del contagio.

"A mí no me da miedo, porque siempre estoy a metro y medio de distancia, uso gel antibacterial y sé que no me pasará nada", asegura.

Mientras cierra sus ojos para seguir pidiendo por el fin de la pandemia, dos personas entran al Santuario para rezar por lo mismo, y así de rodillas, frente a la imagen que está enmarcada por arreglos florales, el olor del piloncillo con guayaba les despierta el hambre y en unos minutos, salen para comprar un buñuelos, de los que hace la señora Esperanza.

"¡Qué bueno que salieron con antojo, porque es el cuarto buñuelo que vendo durante toda la mañana!", dice, mientras la miel se va consumiendo al pasar las horas.

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