La conversación con el primer ministro de Nigeria y su gabinete comenzó con un punto de referencia. En 1960, Bulgaria, el país natal de Kristalina Georgieva, se ubicaba en el mismo sitio que Kenia en las listas de población global, ambos países contaban con alrededor de ocho millones. Para 2012, cuando Kristalina comenzó a visitar Nigeria, la población de Kenia había aumentado a 44 millones, mientras que la de Bulgaria había caído a poco más de siete millones. En esa transición, Georgieva dice que vio un precedente preocupante para Nigeria si no comenzaba a empoderar a sus mujeres y desplegar políticas más efectivas de planificación familiar.
“Les dije: ‘¡No puedo imaginar a mi país con 44 millones de personas! No pueden seguir así’. Y eso —¡bum!— abrió una conversación que nunca voy a olvidar”, recuerda Georgieva. “El primer ministro dijo: ‘Nigeria tiene mucho territorio. Podemos tener muchas más personas. Ese no es un problema’”.
Como la número dos de facto del Banco Mundial (BM), excomisionada europea y candidata a la Secretaría General de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Georgieva pertenece a un club selecto de mujeres en la tabla superior del desarrollo mundial. Después de años de trabajo y escuchar a demasiados ministros de finanzas y otros líderes ignorar la difícil situación de las chicas adolescentes, está ansiosa por restablecer el equilibrio.
“Hacer que las mujeres participen nos hace hablar de cosas sobre las cuales los hombres normalmente evitan hablar”, como el matrimonio precoz, dice. El resultado “no es trivial”, agrega, y cita un estudio del BM que señala que demorar el matrimonio para las chicas en el mundo en desarrollo agregaría más de 500,000 millones de dólares (mdd) a la producción económica mundial anual para 2030.
La propia historia de Georgieva es una de superación de dificultades. Su principal acto de rebelión adolescente, al crecer en Bulgaria en la era comunista, fue estudiar a los filósofos occidentales en lugar de a Marx y Engels. Pero su éxito, dice la mujer de 64 años, se produjo por una tragedia familiar.
Su padre murió joven. La crisis familiar llevó a Georgieva a estudiar mucho y conseguir un trabajo vendiendo comida en un mercado de Sofía, uno de los pocos lugares donde se permitía la empresa privada en el país.
“La otra cosa que me enseñó fue que cuanto más difícil es la vida, más sonríes. Cada vez que tengo dificultades en la vida, así es como reacciono. ¿Pánico? ¿Sería de ayuda? No, eso me impulsó a madurar mucho más rápido”.
En la actualidad, establece una conexión entre los fracasos institucionales generalizados en la educación de las jóvenes y lo que ella considera como una crisis demográfica que se desarrolla a nuestro alrededor. Esta crisis, dice, junto con el cambio climático, es la causa subyacente de gran parte de lo que aqueja al mundo en desarrollo, desde las sequías hasta las revoluciones y el terrorismo.
Georgieva describe una franja que se extiende desde la región de Sahel en África (el área del continente desde Mauritania en el oeste hasta el norte de Etiopía en el este) hasta Siria e Irak. Casi todos los países en esta parte, dice, están plagados de un “coctel explosivo” de conflictos y desastres naturales que se vuelven más tóxicos por las altas tasas de natalidad, el creciente desempleo juvenil y las poblaciones jóvenes que batallan para encontrar caminos productivos en la vida.
TE RECOMENDAMOS: Ghana: México debe voltear al mercado común de África
Lo que tienen en común estos países, dice, es que “las presiones demográficas son espantosas”. Incluso las historias de éxito de desarrollo que se citan con frecuencia, como la de Ruanda, argumenta, se retrasan por la lucha que tienen con el crecimiento poblacional. Si bien el porcentaje de personas que viven en la pobreza en Ruanda disminuyó en los últimos años, el número absoluto de personas pobres en el país sigue creciendo.
En el mundo “los números son impactantes”, dice Georgieva. “Habrá 1,000 millones de jóvenes buscando trabajo en la próxima década y no veo 1,000 millones de puestos de trabajo esperándolos”.
Sin embargo, tiene motivos para tener esperanza. Un programa piloto del BM que busca empoderar a las adolescentes y que se lanzó en 2008 en Afganistán, Haití, Jordania, Laos, Liberia, Nepal, Ruanda y Sudán del Sur obtuvo un financiamiento de 20 millones de dólares, dice. Pero en una cumbre en Londres, este año, países como Bangladesh, la India y el Reino Unido, así como importantes filántropos, prometieron aumentar los fondos para proyectos dirigidos a las adolescentes en más de 2,500 mdd.
En Nigeria y otros países del Sahel, el BM desplegó alrededor de 200 mdd en los últimos años en proyectos que se concentran en “todos los factores que ayudan a reducir el crecimiento de la población”, dice Georgieva, desde la educación y la planificación familiar hasta convencer a las mujeres del valor de casarse más tarde.
Bangladesh, señala Georgieva, logró su relativo éxito económico reciente a partir de una industria textil que depende de legiones de mujeres jóvenes para competir en el mundo. Educar a las mujeres jóvenes para que tomen esos trabajos “creó este gran rendimiento económico”, dice. “La gente ahora estudia el caso de Bangladesh”.
Georgieva quiere que las mujeres en su vida aprendan estas lecciones. Además de ser una de las mujeres más poderosas del mundo, es madre y abuela de una niña de siete años, a la que ya preparan para una vida que va más allá de Bulgaria. “Es fantástico tener una familia y un esposo”, dice, “pero mi nieta tiene que defenderse por sí misma”.