No hay oro en este río en el que me he lavado las manos desde siempre”, canta Adele, la estrella británica de la música pop, en el primer sencillo de su álbum 30, que obtuvo 60.7 millones de reproducciones en stream en su lanzamiento hace dos semana.
Una referencia oblicua, tal vez, a la preocupación de los artistas por el dinero y el control diluidos por los servicios de streaming de música. Sin embargo, Adele consiguió una hazaña la semana pasada al convencer a Spotify, el servicio de música digital más grande del mundo por suscripción de paga, de que elimine como algo predeterminado su opción de reproducción aleatoria en los álbumes. De este modo, subió el volumen de una lucha de poder entre los artistas, los sellos discográficos y los servicios de streaming que ahora dan forma a la industria musical.
“Nuestro arte cuenta una historia y nuestras historias deben ser escuchadas tal y como las queremos”, escribió Adele en Twitter, en respuesta a la decisión de Spotify. Tiene razón.
Al igual que las galerías de pintura de los artistas se diseñan para ofrecer una experiencia concreta, los músicos también adaptan sus álbumes. Pensemos en el Sgt Pepper's Lonely Hearts Club Band de los Beatles o en cualquiera de los álbumes conceptuales de la década de 1960, una idea que se popularizó con la llegada del LP de vinilo a finales de la década de 1940.
Por supuesto, los que escuchan son libres de elegir cómo consumir los álbumes en sus dispositivos electrónicos, y en la década de los 2000 se saltaban las canciones que no les gustaban en los iPods, las saltaban en la década de 1990 en los discos compactos y las adelantaban en sus Walkmen en la década de 1980.
La decisión de Spotify no deshabilitará la reproducción aleatoria, sino que dejará de ser la opción predeterminada. Lo cual, cuando se trata de álbumes, y no de listas de reproducción, parece contradictorio: ¿por qué escuchar un álbum entero si no es en el orden previsto?
La victoria de Adele es aún más dulce porque es rara en una industria en la que los sellos discográficos y los servicios de streaming son tan dominantes. Si bien es cierto que el streaming salvó a la industria de la piratería desenfrenada en la década de los 2000, también la transformó, pasando de una industria centrada en la compra a otra obsesionada con el consumo.
El Dato...4 dólares
Por cada mil reproducciones en stream paga Spotify, de los que la discográfica, los representantes y la producción se llevan una parte.
La única artista cuyo álbum fue más reproducido en streaming (90.8 millones) que el de Adele es Taylor Swift, otra joven cuyo estatus de superestrella le permitió recuperar un poco del control, en su caso volviendo a grabar su catálogo anterior que se vendió a un fondo de inversión.
Pero todavía hay muchas preocupaciones: los grandes sellos discográficos, como Sony Music o Universal Music —que salió a bolsa en septiembre con una capitalización de 45 mil millones de euros— siguen teniendo demasiada influencia, y no llegan suficientes ingresos por el streaming a los artistas. El regulador antimonopolio del Reino Unido está investigando ambas cuestiones. Una regla general es que Spotify paga 4 dólares por cada mil reproducciones en stream, de los que la discográfica, los representantes y la producción se llevan una parte. Se paga menos si solamente se escucha la mitad de la canción, y las regalías solo comienzan a partir de los 30 segundos.
El streaming representa ahora aproximadamente 80 por ciento de la música que se escucha en el Reino Unido, y el modelo provocó cambios profundos en la forma en que las personas que los escuchan consumen música y en la forma en que los artistas la ofrecen. El streaming exige canciones que mantengan la atención de los escuchas durante más de ese medio minuto vital, lo que beneficia a las canciones optimistas con un coro pegajoso que entra antes de ese tiempo.
Los álbumes que pasan al frente de sus canciones más pegajosas obtienen buenos resultados por la misma razón, al igual que los que tienen más temas cortos: un álbum con 24 canciones puede ganar el doble de dinero que uno con 12. Esto hace que el último álbum de Adele, con 12 temas y lleno de baladas —en el que I Drink Wine dura más de seis minutos— solo pueda darse el lujo de hacerlo una superestrella de la música.
Por otra parte, la creación de un furor que se vuelve viral justo cuando se lanza el primer álbum completo en seis años es el tipo de mercadotecnia que es tan importante para el éxito comercial en estos días como una lista de canciones curada, por su puesto, que se escuche en el orden planeado.
srgs