Mientras la escasez de semiconductores sigue obligando a los grupos automotrices a recortar la producción, el comisionado de mercado interno de la Unión Europea, Thierry Breton, visitó Japón y Corea del Sur la semana pasada en busca de asociaciones internacionales para la ley prevista del bloque de la “Ley europea de chips”. Presentada formalmente el mes pasado por la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, el objetivo es poner a la eurozona al día con otros productores líderes de microchips. El plan tiene buena motivación, pero en algunas partes tiene fallas.
Las disrupciones de la cadena de suministro centraron la atención en los microchips como el corazón de la economía digital, crucial para la inteligencia artificial, la computación cuántica y el internet de las cosas. El acceso a los chips más sofisticados es importante no solo para la industria, también para la seguridad militar; sin embargo, la mayor parte de la producción está en manos de China, Taiwán, Corea del Sur y Estados Unidos.
Todos realizan fuertes inversiones para reforzar sus propias posiciones. La ley bipartidista Chips for America Act (Ley de Chips para Estados Unidos) prevé miles de millones de dólares de inversión en la fabricación e investigación de microchips. China, obstaculizada por los controles de exportación que impiden la transferencia de tecnología estadunidense, gasta aún más para tratar de ponerse al día. Von der Leyen enmarca los planes de la Unión Europea como una cuestión de “competitividad y soberanía tecnológica”.
Los semiconductores son el tipo de ámbito en el que la acción coordinada de la Unión Europea puede producir resultados, pero uno de los objetivos clave —duplicar la participación de la Unión Europea en la fabricación mundial de semiconductores a 20 por ciento para 2030— es arriesgado y costoso. Los principales productores disfrutan de una ventaja de décadas y de innumerables miles de millones de dólares en inversiones. También tienen grandes sectores de fabricación, por ejemplo en electrónica de consumo, que proporcionan mercados para la producción de “megafábricas” o plantas que producen grandes volúmenes de chips avanzados.
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No está comprobado el argumento comercial para invertir grandes cantidades, incluido el dinero público, en la construcción de una posición sustancial de la Unión Europea en todas las partes de la cadena de valor de los semiconductores. No está claro si las plantas de chips de la Unión Europea, con mayores costos laborales y menores subsidios, pueden competir con los productores asiáticos de bajo costo.
Existe un caso más convincente para que la Unión Europea canalice la inversión en construir partes de la cadena de suministro a las que ya les va bien, incluidos investigación y desarrollo y fabricación especializada. Debe aprovechar su destreza científica en áreas de alto valor, reavivando su industria de diseño de chips. Europa carece de firmas de tecnología líderes “sin fábricas” que diseñen los chips y subcontraten la fabricación, aunque tiene fuertes instalaciones de investigación, como el Centro Interuniversitario de Microelectrónica de Bélgica.
El bloque también necesita fortalecer las dependencias mutuas con otros socios, en especial con EU. Puede aprovechar su posición como proveedor de maquinaria y otros insumos importantes, como productos químicos, para la fabricación de chips.
Aunque la iniciativa de semiconductores de la Unión Europea ha recibido la mayor atención, una alianza paralela que lanzó en julio —sobre computación de borde y en la nube— puede ser un mejor caso para una política activista. Su objetivo es reunir empresas, académicos e investigación para fomentar el desarrollo de la infraestructura en la nube para los sectores público y privado. El éxito aquí, en lugar de ser capaz de fabricar sus propios chips, será más decisivo para asegurar la competitividad europea en el futuro.