Good Morning America publicó un artículo sobre un “regalo de moda para el baby shower de una compañera de trabajo”: donar parte de tu licencia con derecho a pago a tu colega embarazada, para que pueda estar un poco más de tiempo con su recién nacido antes de volver al trabajo.
No se trata de un caso aislado. Cerca de una cuarta parte de las empresas estadunidenses tienen un “programa de donación de tiempo libre con derecho a pago”, según la American Society of Employers.
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En Estados Unidos (EU) no existe el permiso de ausencia por maternidad o enfermedad con derecho a remuneración a nivel nacional. Es difícil decir hasta qué punto esto lo convierte en un caso atípico entre los países ricos. En promedio, en los países de la OCDE, las madres tienen derecho a casi 19 semanas de permiso de ausencia con derecho a remuneración.
Pienso en este tipo de disparidades cada vez que oigo a los europeos preocuparse porque su continente se está quedando rezagado con respecto a EU en términos de poderío económico. No es que el PIB no importe, pero ¿es realmente la única referencia con la que los países deben comparar sus progresos?
Durante décadas se ha argumentado que el PIB es una medida insuficiente de la prosperidad nacional o del nivel de vida, pero los intentos de inventar algo mejor suelen terminar siendo blandos.
En mi opinión, la esperanza de vida es la medida complementaria más importante de la situación de un país. Es una métrica sólida basada en las tasas de mortalidad, y pocas cosas importan más que la vida y la muerte. Se podría argumentar que la “esperanza de vida saludable”, una medida de los años que la gente vive con buena salud, sería incluso mejor, pero los datos disponibles son demasiado subjetivos.
Por supuesto, los responsables de la formulación de políticas se preocupan por la esperanza de vida. Pero, ¿cómo sería el mundo si los políticos compararan estas estadísticas con la misma obsesión y ansiedad con que comparan las tendencias del PIB?
Según esta medida, EU no tendría nada que envidiar al resto de los países ricos. Incluso cuando su economía crece, la esperanza de vida de su población se queda más atrás que la de sus pares. En 1980, la esperanza de vida era aproximadamente la misma en EU que en Italia y Francia, y superior a la del Reino Unido y Alemania. En la década de 1990 se hundió al fondo de ese grupo, y ahora lo están superando países mucho más pobres en términos de PIB per cápita.
Esto no quiere decir que el PIB no importe. Representa el tamaño del pastel, que ayuda a determinar lo que un país puede hacer en el mundo, así como el tipo de vida que puede proporcionar a su población. Por lo tanto, no es de extrañar que el PIB y la esperanza de vida suelen estar más o menos correlacionados, pero hay excepciones de las que se pueden aprender.
Las personas que se preocupan por la salud y quieren influir en los responsables de la formulación de políticas a menudo intentan destacar el impacto que tiene en la economía. “La mala salud reduce el PIB mundial en 15 por ciento cada año”, afirma McKinsey. “La mala salud endémica en los barrios más desfavorecidos de Inglaterra le cuesta al país casi 38 mil mdd al año, porque la gente suele estar demasiado enferma para trabajar”, dice otro informe. Pero esto es exactamente al revés. No queremos una vida larga y sana para generar PIB, queremos PIB para vivir una vida larga y sana.
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